Una vida de incertidumbre

751

Franz Kafka ahora la tiene atenazada por el cuello. Todas sus ideas, de algún modo, le pertenecen. Cecilia Magaña (Ciudad de México, 1978), para distraerse de esas garras, imparte clases de arte a niños. Hace años estudió psicología. En 2011 ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (categoría de cuento) por La cabeza decapitada (libro editado por Arlequín). El año pasado el Conaculta le otorgó el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela por Principio de incertidumbre (que se encuentra en dictamen para publicación). Se confiesa aferrada lectora de ficción, porque al ensayo le cuesta hincarle el diente. William Faulkner, uno de sus favoritos. Raymond Carver, otro. Y Onetti. Y Bolaño…

Cecilia dice que es chilanga pero que, en el fondo, ya no lo es. Lleva 25 años viviendo en Guadalajara. Y tan ha hecho suya esta ciudad que ese par de libros (La cabeza decapitada y Principio de incertidumbre), están situadas, topográficamente, en calles y locales tapatías. Hay muchas señas reconocibles para quienes vivimos aquí. La cercanía, de algún modo, vuelve entrañables las narraciones. El cuento “El sillón de Morel”, por ejemplo, tiene como escenario una vieja casona de la colonia Americana, aparece el camellón de Chapultepec con sus skatos en “Emoto” y en Principio de incertidumbre, el bar el Gato Verde, entre otros sitios. 

El alumbramiento de la escritura le llegó pronto. Dice que desde niña. Recuerda que su padre le pagaba por cada cuento que escribiera y le leyera, y de ahí para adelante. Pasó por algunos talleres literarios: en Sogem, con Martha Cerda; con Luis Fernando Ortega en el Fondo y con Mario Heredia, con quien continúa. El premio al libro de cuentos de La cabeza decapitada le vino a confirmar que la senda por la que iba era la correcta. Porque ya se sabe, uno siempre duda de lo que escribe. En la mayoría de los cuentos de este libro la escritura es acción: transcurre, cuenta, encuadra y engarza las imágenes en escenas. Como en el cine. Es un aliento vertiginoso. La literatura es absorbente, dice Cecilia, te roba tiempo; te implica la vida, si pudiera contenerse en una frase.

Hay, por otro lado, novelas en las que suceden un montón de cosas: acciones, dramas y trampas y un sinfín de caminos que acaban en laberintos pero que, al final, no pasa nada. Esto sucede con Principio de incertidumbre: es una novela en la que no pasa absolutamente nada. Y esto no es, como pudiera fácilmente pensarse, un defecto de la novela. No, por el contrario, es un atributo. Porque en el fondo, se trata de un principio de incertidumbre que no se queda allí, sino que se prolonga al infinito… Cecilia dice que desde un inicio quería hacer esto con la novela, que, dicho sea de paso, parte del cuento último contenido en La cabeza decapitada, titulado “Si el sujeto vivo es femenino”.

Quizá por lo anterior, a Cecilia no le costó demasiado pasar del cuento a la novela. En un momento se dio cuenta de que el personaje de dicho relato, Martha, necesitaba más espacio, es decir, explorar otras vías y decir más de lo que estaba diciendo. Martha es quien tiene toda la trama, trama que lleva, hay que decirlo, sólo en la cabeza. El leit motiv de la historia podría pasar desapercibido porque aparece pronto: Martha busca saber la verdad o únicamente lo que quiere escuchar sobre los posibles motivos del suicidio de su hermano; o si, como ella en algún momento le dice a Raúl, nada más quería tener la certeza de que no tuvo nada que ver con ello.

Principio de incertidumbre es un texto que, al final, deja más dudas que respuestas. Un cúmulo de preguntas sin posible solución asoman tras el punto final. Y ese legajo de cuestionamientos, esa desazón creciente llevan a concluir que se trata de una buena novela. Sin embargo, también es una novela fragmentaria: está construida con bloques de narración, entrevistas, uso de cursivas para resaltar algún diálogo, o una certeza, o un hecho del pasado, o para hacer alguna aclaración. Cecilia dice que la trabajó de ese modo para darle contrapunto al soliloquio o locura de Martha. Inspirada en Faulkner, en Capote, en Bolaño. Esos ligeros hoyos que se dejan en una trama para que respire. O lo que en cine hacen los gags.
Otro asunto es la prosa. Como buena seguidora de Faulkner y asidua a las atmósferas saturadas de los cuentos carverianos, Cecilia se detiene en detalles, en descripciones —que sí le atañen al texto—, mas la novela se desboca: su narrativa es cinematográfica. Cecilia dice que la misma historia lo demandaba, que por momentos no sintió ese aliento, pero que no había otro modo mejor que se acomodara a sus pretensiones.

Artículo anteriorUdeG respalda a sus estudiantes
Artículo siguienteLos refrigeradores mundiales