Los años lo cambian todo, pero la emoción de estar en un escenario no. Han pasado 40 años desde que cuatro amigos decidieron formar un ensamble de cuerdas que hoy es uno de los más relevantes en el continente: el Cuarteto Latinoamericano.
Fue en 1982 cuando Javier Montiel (viola) y los hermanos Álvaro (violonchelo), Saúl (violín) y Arón Bitrán (violín) crearon esta agrupación para difundir las más grandes composiciones musicales, deleitar a públicos de todas latitudes y –sobre todo– hacer lo que aman: tocar música.
Este año, tras difíciles meses de inercia, sus integrantes han decidido que es momento de celebrar el inicio del otoño de este proyecto y lo harán con un concierto este 20 de enero, a las 20:30 horas, en el Conjunto Santander de Artes Escénicas.
Al respecto, Arón Bitrán nos habló sobre este regreso a los escenarios tras el inicio de la pandemia, de un 2022 lleno de festejos, pero también de lo que impulsa el amor por llevar la música de cuerdas a muchas latitudes.
Cuatro décadas es mucho tiempo, ¿cuál es la clave para seguir unidos en este proyecto?
Son varios factores: primero, hemos aprendido a tratarnos con cariño y con respeto, ahí es donde muchos grupos fracasan, porque no han podido mantener la cordialidad, pues el trabajo de un cuarteto es tenso, hay opiniones distintas y hay que aprender a conciliar.
Si uno critica y aprende a ser criticado con respeto, la cosa será mejor.
También somos fanáticamente puntuales, si vamos a trabajar muchos años y uno de los integrantes es impuntual crea mucha tensión y eso hace que los proyectos fracasen. En nuestro caso la puntualidad ha sido casi una religión.
En tercer lugar, nos gusta mucho lo que hacemos, los cuatro disfrutamos muchísimo de la música de cámara. Aunque muchos hemos sido ocasionalmente solistas o hemos trabajado en orquestas, no hay nada que nos guste más tocar música de cámara. Ha sido un proyecto que nos ha dado para vivir, todo gracias a este trabajo que inició en 1982 y nunca pensamos que duraría 40 años y que paso a paso se ha vuelto realidad y nos ha llenado de satisfacciones personales y artísticas.
Hoy los cuatro son referentes académicos de la música en Latinoamérica, ¿cómo llevan esa idea de responsabilidad al escenario?
Nosotros no consideramos que sea diferente a cuando iniciamos, en el sentido de que buscamos que cada concierto sea mejor que el anterior, el que más no preocupa es el que viene.
Se han ido acumulado logros a lo largo de los años, pero son el resultado de buscar tocar cada vez mejor.
En lo que sí nos hemos comprometido es en el aspecto de la docencia, pues los cuatro hemos dado clases durante los mismos 40 años y hemos formado generaciones de muchachos que son un poco herederos de esta historia, pero tampoco lo hacemos por buscar el mérito, porque nos gusta mucho enseñar.
La historia misma del cuarteto ha creado obras nuevas y muchos compositores que han escrito para nosotros y siempre hemos querido compartir ese repertorio, para lo cual creamos una herramienta en cuartetolatinoamericano.com. Es una biblioteca virtual donde hemos subido dicho material para que los jóvenes cuartetos de todo el mundo, que les interese el repertorio latinoamericano en general, puedan acceder a ello.
También tenemos una constancia, tenemos un repertorio de más de 100 discos, que ha sido bien recibido por el público, los escuchas, los críticos y los jóvenes cuartetos que desconocían esta música.
A propósito del repertorio, ¿qué se escuchará en la noche del 20 de enero en el Conjunto Santander de Artes Escénicas?
Fue difícil pensar en un programa que pudiera resumir esos 40 años e hicimos lo mejor posible seleccionando cuatro obras, dos ellas latinoamericanas.
Una de Heitor Villa-Lobos (1887-1959), uno de los grandes compositores que ha dado nuestro continente y que hemos estado muy ligados en la interpretación y grabación de sus obras. Con los temas: «Cuarteto 5 (1931)», «Poco Andantino», «Vivo ed energico», «Andantino» y «Allegro».
Otro, al que consideramos el compositor vivo latinoamericano más importante, el cubano Leo Brouwer (Cuba, 1939): «Cuarteto No. 3», «La voz ritual para el comienzo del año», «Por el cuerpo del viento», «La danza imposible», «Cambió el ritmo de la noche».
También el repertorio europeo, que a lo largo de los años hemos tocado a Franz Schubert (1797-1828) con su maravilloso Cuarteto «La muerte y la doncella”, que es sin duda una de las obras más importantes jamás compuestas para un cuarteto de cuerdas y también de las más difíciles, que nosotros mismos nos ponemos para seguir intentando estar al más alto nivel.
Y para abrir el concierto una obra breve fascinante, que es «Dos fantasías», de Henry Purcell (1659-1695). Esto configura un programa muy atractivo con música muy antigua y música muy actual.
¿De qué otras formas festejarán este 2022 sus 40 años?
En enero y febrero saldrán dos discos que grabamos durante la pandemia, uno con los cuartetos 3 y 4 del español Ruperto Chapí.
Y otro que se llamará «Miniaturas latinoamericanas», obras breves compuestas para nosotros por autores de Latinoamérica que no habíamos reunido en un solo disco. Por otra parte, en febrero grabaremos tres quintetos para cuartetos de cuerdas y pianos del compositor uruguayo Miguel del Águila. Tendremos también un concierto de aniversario el 24 de marzo en el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, y muchos conciertos en países como Italia, España, Estados Unidos.
Pero como estamos inmersos en esta situación pandémica, estamos acostumbrándonos de a poco a pensar a mucho más corto plazo; si todos los conciertos se confirman será maravilloso pero aún no sabremos lo que va a pasar. Nos hemos acostumbrado a pensar que cada que estamos los cuatro en el escenario y estamos sanos, el público viene y el concierto resulta, es casi un milagro, es muy distinta la sensación que tenemos hoy a la que teníamos en tiempos pre-pandémicos.
Ahora hay la conciencia de que tiene que estar muchas cosas bien para que se pueda hace el concierto, pero que también muchas cosas pueden fallar, con que uno de nosotros se contagie todo se va a la basura. Cruzamos los dedos para que el año sea tan pletórico como se ve en el papel.