A favor de Aghata Christie

Es la autora más traducida de la historia (103 lenguas) y que más ediciones de su obra ha tenido (codeándose con Shakespeare)

RODRIGO PARDO FERNÁNDEZ – PROFESOR INVESTIGADOR DE LA FACULTAD DE LETRAS DE LA UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO

Es una maravilla encontrar en los puestos de periódico unas bellas reediciones de clásicos de la literatura policiaca, de las novelas-enigma de la maestra indiscutible, Agatha Christie.

Hace más de tres décadas que leía sus novelas con fruición y deleite, en casa, en la biblioteca pública y en largas tardes en casa de un tío; su colección era extensa y mágica, y el estilo de Christie fácil de digerir.

Como decía una querida profesora argentina en la licenciatura, el proceso de maduración de un lector debe partir de textos de formación, literatura para niños y adolescentes, de modo que se crea una base a partir de la cual se desarrollan otros textos, más ambiciosos pero no por ello mejores. Sólo son distintos, tienen intenciones y alcances diferentes.

Alguna vez alguien me dijo que no recordaba demasiadas cosas de sus lecturas, y eso lo atormentaba. Yo le di mi franca opinión: le queda (nos queda) el goce de la lectura, esos pequeños placeres de las palabras escritas, que además se integran en las emociones. Todo lo demás es vanidad.

Así leo y disfruto y recuerdo las novelas de Agatha Christie: como la sorpresa del final inesperado, la maquinaria exacta de la trama que conduce a un culpable o a una solución lógica a partir de pequeñas pistas, indicios, deducciones…

Las estrategias suelen ser dos, en general, sobre todo cuando aparecen sus geniales personajes recurrentes. Miss Marple desentraña misterios sólo escuchando el relato pormenorizado de un crimen, interpretando signos que siempre han estado ahí pero que los demás no aprecian en su justa medida. Por otro lado, monsieur Poirot utiliza la materia gris, en sus propias palabras, y mira los escenarios y escucha a los implicados para llegar a conclusiones inesperadas que sólo una mente brillante como la suya puede deducir.

Las novelas de Christie se desarrollan en un mundo cambiante, entre los 20 y los 70, con cierta nostalgia del imperio británico en decadencia y sus estructuras rígidas de clases sociales y funcionamiento “ordenado”. Es una realidad que se transformó en la larga vida de Christie (85 años) pero que ella buscó fijar en sus textos; es el orden de una presunta civilización racional, trastocada por crímenes que de un modo u otro se resuelven con justicia, al menos en el papel.

Dicha sociedad colonial en declive, pero que aún hoy subyace en prácticas e ideologías, conlleva un lenguaje, distintos desequilibrios, discriminación y perspectivas maniqueas.

Leer a Christie es conocer esos prejuicios, ese mundo terrible de las apariencias y la rigidez de los estratos económicos, terribles y cuestionables. Lo único que puedo lamentar son las ediciones edulcoradas que cambian adjetivos, frases y hasta títulos; la famosa Diez negritos se publica ahora como Y no quedó ninguno, por el carácter peyorativo de la expresión inglesa nigger; con el cambio perdemos de vista el racismo de la época, que subyace en la visión imperialista del conjunto de la obra de Christie, y creo que vale la pena situarlo, cuestionarlo a partir de su lectura y no de su omisión.

Hay que leer estas novelas, las hermosas ediciones de los kioscos de periódicos y las antiguas; tenemos la suerte de que Agatha Christie es la autora más traducida de la historia (103 lenguas) y que más ediciones de su obra ha tenido (codeándose con Shakespeare).

Que el viaje a los enigmas de esta escritora les sea propicio.

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