A mediados de 1990 el mundo celebraba la reciente caída del Muro de Berlín, el símbolo más ominoso y visible de la Guerra Fría que así empezaba a tocar a su fin. Se asomaba en el horizonte una nueva era de mayor concordia y cooperación entre las naciones en un escenario geopolítico multipolar. Soplaban vientos de renovación y cambio generados por las demandas de democracia política y libertad económica que surgían con fuerza en los países que vivieron detrás de la Cortina de Hierro. La globalización emergía como una fuerza nueva y avasalladora.
Para entonces, Japón se había consolidado como una potencia económica y tecnológica que desafiaba a Occidente inundando los mercados de América y Europa con sus exportaciones. En paralelo, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y Singapur — los llamados Tigres Asiáticos— deslumbraban al mundo con su dinamismo económico y sus prodigios en la modernización de sus sociedades. Irrumpían así Asia oriental como la región más dinámica del planeta y la Cuenca del Pacífico como el ámbito transcontinental en el que convergían sus principales economías y en el que Oriente y Occidente se tocaban, como llegó a decir Octavio Paz.
Al influjo de esas tendencias, en México se vivía la conformación de un régimen guiado por las ideas del nuevo liberalismo que se instalaba en todas partes y que propugnaba un estado ya no interventor sino auspiciador y una economía abierta al mundo. En ese contexto, el presidente Salinas vislumbraba una nueva etapa en el desarrollo del país cimentada en lo que él llamaba el Hombre Nuevo, un ser innovador, industrioso y emprendedor moldeado según el perfil cultural y la idiosincrasia del japonés moderno. Para ello, impulsó la Comisión Mexicana de la Cuenca del Pacífico, creada en 1988 para apoyar las iniciativas tendientes a ampliar y fortalecer las relaciones de México con las pujantes naciones del Pacífico occidental y convocar a entidades académicas, empresariales y gubernamentales a sumarse a ese cometido.
Adelantándose a esas acciones, ya para 1986 la Universidad de Guadalajara, concretamente su Departamento de Investigación Científica y Superación Académica, había empezado a abrir vías para que nuestra institución participara en esos esfuerzos. Esto fue gracias a la visión que ya tenía Raúl Padilla López, entonces titular de esa dependencia creada en 1983, de lo que sería la universidad que hoy tenemos, visión que postulaba a la investigación como uno de sus ejes.
En ese espíritu, Padilla López apoyó la propuesta que le hizo quien escribe estas líneas de emprender el acopio de bibliografía, información y materiales para penetrar en el conocimiento de la Cuenca del Pacífico, lo cual se concretó con el establecimiento del Programa Interdisciplinario de Estudios del Pacífico (PIEP) en 1987. A partir de esa experiencia, a mediados de 1989 el suscrito propuso formalizar el PIEP con la creación de un centro de investigación con estatus propio, recibiendo nuevamente la aprobación y el apoyo del licenciado Padilla.
Un año después, el 31 de agosto de 1990, el Consejo General Universitario aprobaba el dictamen de creación de lo que denominamos Centro de Estudios del Pacífico (CEP), el cual vino a ser el primer centro de investigaciones formalmente instituido en el país dedicado expresamente al estudio sistemático de la Cuenca del Pacífico y, en particular, de lo que quien esto escribe denominó el fenómeno del Pacífico. En 1994 convertimos al CEP en departamento. Así nació el Departamento de Estudios del Pacífico de la Universidad de Guadalajara (DEP) que ya cumple tres décadas de edad.