Mientras que en Estados Unidos la industria audiovisual ocupa el primer lugar en cuanto a ingresos provenientes de su exportación (más de 60 mil millones de dólares al año), en los países latinoamericanos apenas representa el cuatro por ciento del PIB, más que el café pergamino en Colombia, más que la industria de la construcción, automotriz y el sector agropecuario en México (6.7 por ciento).
Afirmó lo anterior el antropólogo y filósofo Néstor García Canclini al dictar la conferencia magistral “Cultura y comercio: desafíos de la globalización para el espacio audiovisual latinoamericano”, en el marco del Encuentro internacional sobre espacios audiovisuales latinoamericanos”, organizado por la Unesco y la Universidad de Guadalajara.
El ponente comentó que la expansión de la cultura audiovisual ha facilitado una mayor comunicación en las sociedades. Sin embargo, la apertura de mercados y su desregulación no ha favorecido a la difusión de los bienes audiovisuales, ni diversifica las ofertas de cine, televisión o video como para ofrecer una visión más compleja y heterogénea del mundo.
Con las políticas neoliberales se ha perdido desarrollo endógeno y capacidad de consumo.
Hay menos librerías, cines, cinéfilos y asistentes al teatro y salas de conciertos que hace 20 años. Incluso países con tradición cinematográfica, como Argentina y México vieron reducir en tal lapso el número de salas y el de espectadores a casi la mitad.
García Canclini aseguró que los beneficios de la cultura trascienden la danza de las cifras, los millones de públicos y las regalías que entusiasman a los departamentos comerciales de las empresas audiovisuales. No hay que confundir las estadísticas con los indicadores culturales.
“El sentido del desarrollo cultural no aparece solo en los libros, discos o películas producidas y compradas, sino que es necesario trazar la correspondencia de tales cifras con el nivel educativo, la creatividad, expectativas de vida y conflictos socioculturales.
“Gran parte de la producción cultural circula fuera de las instituciones. Todavía muchos la ven como algo que hay que reprimir, por ejemplo, el graffiti o los narcocorridos”.
Globalización y cultura
Según la crítica a la globalización, su tendencia es homogenizarnos. García Canclini indicó que los nuevos riesgos son la abundancia dispersa y la concentración asfixiante. Ejemplo de ello es que “estar afuera de la red significa permanecer simbólicamente en la intemperie o en la sordera”.
Mientras que 97 por ciento de los africanos no tienen acceso a las nuevas tecnologías de información y comunicación, Europa y Estados Unidos concentran 67 por ciento de los usuarios de internet, América latina (con ocho por ciento de la población mundial) participa en el ciberespacio solo con cuatro por ciento.
El avance clave en tiempos de globalización consistiría en garantizar la diversidad, entendida como la capacidad de cada nación, etnia o grupo de expresar su cultura en su propio espacio, pero en un mundo tan interconectado la simple afirmación de la diversidad puede conducir al aislamiento, y finalmente a la ineficacia, dijo el autor de Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad.
“La memoria de cada sociedad se achica en el mundo de lo exportable”.
Apuntó que hay que trabajar en el espacio audiovisual globalizado, en favor de la interculturalidad democrática: el problema no radica en que a cada uno le permitan hablar su lengua con su grupo, cantar sus canciones y filmar sus fiestas locales, sino que el desarrollo cultural pone en juego qué significa convivir entre nativos y migrantes, entre distintas religiones, gustos y concepciones acerca de la familia y el derecho a la diversidad.
Pero, ¿cómo volver sustentable la producción cultural? El filósofo dijo que con el control de la expansión de las megacorporaciones comunicacionales y una política de protección de la producción cultural endógena de cada país.
En un mundo donde la cultura cotidiana está sumergida por la realidad audiovisual y en que la globalización de la producción amenaza a las propuestas independientes y regionales, es necesario exigir una “ecología cultural del desarrollo, donde el patrimonio histórico, las artes, los medios audiovisuales y los recursos informáticos sean parte de la continuidad identitaria, recursos para la participación ciudadana, el ejercicio de las diferencias y los derechos de expresión y comunicación”.
“La globalización es homogeneizadora y selectiva, concentradora, dispersante y abierta. Para leer sus paradojas y contradicciones hay que prestar atención a los procesos y actores hegemónicos, a la vez que a los recursos diversos, o a los usos diversos de los recursos con que gestionan su marginalidad o su exclusión las mayorías y las minorías. Hay que tomar en cuenta sus diferentes modos de volverse visibles, sobrevivir y convivir”.