Marco Antonio Pérez Cisneros*
Hoy escribo como un académico más de la escuela de ingeniería y ciencias exactas más importante del Occidente y cuya actividad aporta el mayor número de ingenieros y científicos al ecosistema productivo de Jalisco. Esta escuela de ingeniería y ciencias, conocida como CUCEI, emana las mismas luces que palpitan en todos los centros universitarios de nuestra Universidad para iluminar la sombra de la emergencia sanitaria que vivimos.
Aun a distancia, nuestros claustros académicos no han doblado los brazos ni han renunciado a la labor más importante de su catálogo: continuar formando y aportando individuos con los conocimientos, las habilidades, el entrenamiento y el talento técnico y científico que demanda nuestra sociedad, nuestro sector productivo y nuestras instancias de investigación y desarrollo. Las condiciones nos marcaron el primer reto: enseñar sin interacción presencial. Y quizás, lo más doloroso, nos privaron de nuestro espacio, de nuestro hábitat y de nuestra zona de batalla preferida: el aula de clase; de paso también de la munición que tanto disfrutamos recibir y que pone sabor a nuestra labor: los diálogos cara a cara con nuestros estudiantes.
Cerca del cierre del semestre lectivo de primavera (denominado en nuestra Universidad como el ciclo A), es pertinente reflexionar y mirar atrás al cierre de un ciclo histórico en nuestra función académica. Ese ciclo donde nos vimos forzados a transformar nuestra práctica docente para incluir perfiles de enseñanza virtual y hasta mixta en algunos casos, sin una formación previa (con la honrosa excepción de aquellos profesores con experiencia en nuestro sistema virtual), en los fundamentos del diseño instruccional para estos esquemas.
Doy fe de la tenacidad, de la creatividad, del empeño y, por supuesto, de la iniciativa de muchos de nuestros docentes, que hicieron uso hasta de recursos tecnológicos simples y a su alcance. Casos de profesores cuya conexión activa con sus alumnos se inició a través de intercambios masivos de mensajes de texto, de correos electrónicos, de diálogos en sistemas de mensajería instantánea y de otros métodos creativos, mientras la emergencia nos empujaba a utilizar por vez primera entornos y herramientas mucho más sofisticadas como sistemas de videoconferencia o de interacción en grupo.
Sin duda, los retos han significado el cierre de brechas entre las generaciones, por un lado aquellos que hemos evolucionado con la tecnología contra aquellos que son innatos a su interacción, como nuestros estudiantes. Historias, bromas y anécdotas son muchas entre nuestros compañeros y alumnos, pero también experiencias, nuevas formas de enseñar y nuevos recursos que forman parte ya de nuestro acervo y creo, no se irán más de nuestras manos.
Algunos maestros, que literalmente libramos la batalla de aprender y ganar posiciones del enemigo tecnológico, ahora poseemos el conocimiento de nuevas herramientas, las experiencias fallidas y las exitosas de su uso, y claro empezamos a acumular nuestro catálogo personal de buenas prácticas y buenas fallas. Conocimiento no formal pero de inmenso valor, en particular porque este virus llegó para quedarse, y aún sin concretar su peor ataque, nos amenaza con una segunda vuelta en nuestro próximo ciclo de otoño.
Como siempre, nuestros profesores se han formado, han aprendido y se han superado. De este punto en delante, nuevas y creativas formas de interacción para la enseñanza, nuevos caminos con nuevos beneficios y nuevas oportunidades, no tardarán en mostrar sus primeros resultados a nuestros estudiantes. Es notorio, y lo comparto con mucho entusiasmo, que nuestros profesores nunca manifestaron malestar alguno en los distintos grupos de opinión. Por el contrario, exhibieron dotes de solidaridad académica y profesional. Todos debíamos vencer y lo hicimos.
*Académico del CUCEI