Salaron mis frutas jóvenes
y al viento: como las patas traseras
de cualquier chancho.
Aire, tiempo y sal, no se necesita otra cosa.
Las masticaron
ávidamente
también
me ofrecieron algunos bocados.
Qué amargo dios
que envía un ángel
como consuelo
para mis dos pechos
cercenados por la lujuria.
Quién reconocerá en mi tumba
que yo era una mujer.
Ágata
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Triste poesía, pero llena de esperanza. Cortita pero bonita