A Cristina Pacheco, in memoriam
Conocí a Cristina Pacheco varias veces, cada una de ellas como si fuera la primera. Durante décadas (y escribirlo tiene algo de vértigo y maravilla) leí su Mar de historias con avidez. Cada domingo en La Jornada impresa, más tarde en la digital, siempre con cierta añoranza del papel, leí cuentos que Cristina escribía con claridad, con una voz cercana, íntima. Tardé años en reconocer que la escritura directa, la sencillez de su prosa era algo muy difícil de lograr… y que además funcionaran sus relatos como un asomo lúcido a la cotidianidad.
Más tarde, en la misma época, la vi y escuché en Canal 11, uno de los pocos canales que se podían sintonizar en la televisión oaxaqueña en los 80. Junto a Cristina recorrí rincones desconocidos del país real, el de los artesanos, los oficios y los barrios, las personas del México en el que nos tocó vivir.
Es interesante que hasta ahora caigo en cuenta que hay pocas mujeres protagonistas en mi memoria televisiva de esos años, excepto quizá algunas intelectuales en programas nocturnos o poco dinámicos, como las cápsulas de Maruxa Vilalta “El libro de hoy” en Canal 13.
Al cabo, conocí a Cristina Pacheco del modo habitual, común y silvestre: en persona. Mi mamá, Lina Fernández, tenía un restaurante en Oaxaca, El Laurel, donde yo trabajaba en la cocina. Una tarde soleada (no lo recuerdo por supuesto, pero debía ser soleada) Cristina vino a comer y charló largo y tendido con mi madre, y las viandas y las palabras se confundieron y sumaron. No tuve nada que decirle cuando nos presentaron, excepto que me gustaba leerla. Podría decir en mi defensa que era muy joven, tenía 15 años, pero en realidad hoy pienso que me costaba decir algo que sonara bien, natural, con la fluidez que encontraba en sus textos y en sus entrevistas, en su mirada brillante.
Nabokov hablaba de varios tipos de escritores; entre otros, los narradores de historias. Sin duda se refería a alguien como Cristina, que buscó y encontró su voz una y otra vez, cada semana en la edición dominical de La Jornada, en la contraportada, donde me zambullía expectante dejando atrás los titulares y las fotografías de las cosas mundanas.
Se la memoria no me falla (el acervo histórico del periódico ya no es lo que era) Cristina Pacheco dedicó uno de sus textos a mi madre, a su diálogo nutrido aquella tarde soleada en El Laurel.
Pero en realidad todos estos años y decenas de relatos siempre sentí que me escribía a mí, que me invitaba personalmente a navegar en su mar de relatos y palabras.
Gracias por llevarme a estos viajes, Cristina Pacheco, mujer de historias, Sherezada.