Ángel Ortuño y sus monstruos de goma

“La edad de oro”, el último libro del poeta tapatío, está poblado por los personajes fantásticos y disparatados que caracterizan su producción literaria y que retoma de las películas de serie B que lo han fascinado desde que era niño

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Foto: Cortesía

El poeta Ángel Ortuño disfruta viendo películas de terror y ciencia ficción hechas con poco dinero, tanto las clasificadas como cine serie B o, en casos de extrema pobreza presupuestal, cine serie Z. Se confiesa además como un devoto del cine de luchadores mexicanos, y siente ternura hacia Zé do Caixão, un personaje de películas de José Mojica Marins (1936- 2020), que convirtió a este cineasta en una figura de culto.

“De hecho hace un momento estaba viendo una película de ese cineasta. Zé do Caixão es malvadísimo. Usa capa negra, chistera de mago y tiene las uñas muy largas. Él comete una serie de atrocidades que por acumulación causan cierta ternura y humor disparatado”, externa.

Este “cine extraordinariamente torpe”, que le gusta “sobre todo cuando pretende no serlo” y que de niño le fascinaba, ahora es fuente de inspiración para su trabajo.

“Eran el tipo de películas que pasaban en la televisión abierta, después de la tanda de dibujos animados. Particularmente los viernes había un ciclo de películas llamado ‘Invencibles del ring’, y de niño me emocionaban mucho. Ya de adulto, además de conservar el encanto del recuerdo infantil, comenzaron a parecerme realmente divertidas”.

De las películas de terror de bajo presupuesto que tanto le gustan, Ángel Ortuño retoma los marcianos, monstruos que son traje de goma, los decorados falsos, cementerios de cartón y los introduce en su poesía y sus libros, y con La edad de oro, su libro más reciente que publica bajo el sello de la editorial El viaje, no es la excepción.

“He procurado que mis textos de La edad de oro tengan diferentes posibilidades métricas y rítmicas. Traté de ampliar mis experimentos con toda una gama de recursos retóricos que tomo de mis lecturas, de lo que leo de mis colegas, y pretendo que los lectores aunque noten los mismos decorados, los mismos disfraces de hule y algunos trucos recurrentes, también se percaten de la gama estilística un poco más amplia en cuanto a recursos retóricos”.

Ángel Ortuño es un poeta que trabaja por acumulación. Es decir, primero escribe y, ya que tiene material reunido, le da orden y lo publica. Así ha sido también para La edad de oro, que reúne alrededor de ciento cincuenta poemas que Ortuño escribió el año pasado.

“Pocas veces he trabajado bajo una organización temática. Más bien es una suerte de desarrollo por acumulación y yuxtaposición de los diferentes materiales. Voy escribiendo los textos y en algún momento surge la posibilidad de publicar. En esta ocasión charlando con el editor Marco Antonio Gabriel me preguntó si no tenía material, y sí había, pero no delimitado, ni organizado para pretender que fuera un libro. Posteriormente traté de ensamblar y formar diferentes secuencias para armar distintas series, y con la que quedé más satisfecho es la que propuse como libro”.

¿Por qué el título de La edad de oro?

La idea me gusta por las referencias ambiguas. Me trae a la memoria la revista de literatura infantil que dirigió el escritor cubano José Martí (1853-1895), que así se llamaba, e igual se titulaba la película que hicieron Salvador Dalí (1904-1989) y Luis Buñuel (1900- 1983), en el cine. Tengo también muy presente el discurso de Cervantes en “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, una especie de puesta en escena de ese mito de la edad de oro, que implica que todo lo perfecto queda en el pasado. Tiene cierta nostalgia al referirse que lo bueno ya ocurrió y que vivimos una edad de hierro, para contrastar lo pesado del hierro contra el oro que queda en el pasado.

El mito de la edad de oro me interesa y parece gracioso, así como el hecho de que haya personas que crean que lo bueno ya pasó, quedó remoto en el tiempo y ya no queda nada. Esta negación del presente y exaltación del pasado que me gustaría revertirla de manera irónica.

¿Qué otros elementos contiene el libro?

Hay textos a manera de viñetas o apuntes líricos con determinada impresión o ritmo específico. Me gusta trabajar la escritura no con base en contenidos específicos, sino más bien con variaciones de tonos, timbres y ritmo del texto. Algunos de los textos en los que no aparecen de manera manifiesta los personajes que describo, trabajo a partir de la idea, del tropiezo, del accidente, pero en términos formales de la composición del texto.

En la contraportada del libro hay una pequeña reseña del poeta Ramiro Lomelí, en la que le llama a usted como “El barman del ‘topus uranus’, el mundo de las ideas, según Platón y Sócrates, ¿Qué opina al respecto?

Ramiro Lomelí es un colega que admiro mucho, por cuyo trabajo siento una enorme admiración y con quien sostengo desde hace años una buena amistad, y tenemos como común afición el humor con referentes solemnes. Me divierte mucho la hibridación de diferentes registros, como del “Topus Uranus”, del cielo, de las ideas puras, y de pronto representarlo como si fuera una cantina, y como si uno pudiera ser el barman o el cantinero. Es un contraste humorístico que disfruto mucho, y por lo mismo me agradó mucho la lectura que presenta Ramiro. Yo diría que es muy representativo del tono que no sé si alcance, pero busco.

 

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