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Por las mañanas despierta Atoyac con un aire fresco que llega desde el Nevado de Colima. Pasa, delgado, por el valle de Zapotlán y de ahí entra, curveando, a la laguna de Sayula. Poco a poco se va orillando para despertar a los pueblos de Usmajac, Sayula, Amacueca, Techaluta y Atoyac.
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La mejor Feria de la región es la de Atoyac. Desde finales de los años cuarenta del siglo XX, pasada la Cristiada, no se ha interrumpido hasta la fecha (salvo pandemia). “Corazón alegre no hay como el de Atoyac”. A ella asisten los habitantes de toda la región. Por esos días el único compromiso es ir a la Feria: el recibimiento, el jaripeo, y en la noche el baile.
Una muchacha, en su juventud, no se perdió ninguna Feria. Pasaron los años. Una vez iba en la peregrinación, de luto, y desde allá nos gritó: “¡Primero le dan la carne al diablo y después los huesos a Dios!”.
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¿Ha escuchado la canción La barca de oro? Está en el repertorio de Ana Gabriel, Vicente Fernández, Pedro Infante y muchos más. La compuso Arcadio Zúñiga y Tejeda nacido en este pueblo. De aquí se fue a Guadalajara y no paró hasta Colima donde lo encontró su temprana muerte.
Cierto día, unos de Atoyac decidieron traerse al pueblo los restos mortales de Zúñiga y Tejada. “¿Cómo que están en Colima?” Hablaron con un descendiente del poeta e iniciaron la trama para “el rescate”. Como si fuera un difunto más, hicieron la solicitud de exhumación. Se presentaron en el panteón de Colima y en una caja les depositaron los restos áridos de don Arcadio. Al cruzar el límite de Colima y Jalisco, con los restos en el vehículo, cantaron La barca de oro.
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“¡Viva Cristo Rey!”, les gritó en la cara el padre Justino Orona a los soldados que le aporreaban la puerta. Era la madrugada del 1 de julio de 1928, en el rancho Las Cruces, territorio de Cuquío. Era el tiempo de la Cristiada. En ese cuarto estaban, además, su hermano y su vicario Atilano Cruz. Iban por ellos. Los soldados les dispararon. Los tres murieron de inmediato en ese rancho de insigne nombre.
San Justino Orona Madrigal nació en Cuyacapán, delegación de Atoyac. En su casa paterna, donde ahora viven sus familiares, se conserva un metate que perteneció a su señora madre. Al frente está un reverdecido limón que perfuma y da sombra al jardín de la casa.
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En este pueblo estuvo de señor cura, entre 1920 y 1921, el poeta Alfredo R. Placencia. Le escribió un poema a nuestro Cristo, el Señor de la Salud: “De amor rendido,/ quiero besar a la fimbria de tu vestido,/ y gritarte mis culpas, arrepentido,/ y asomarme a tus ojos y ver el cielo/ que hasta el monte en que pisas ha descendido”. Miserere.
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Antaño, doña Vicenta vendía tostadas raspadas en su casa. Se hicieron famosas y ahora en el mercado está el local de El Güero que sigue esa culinaria tradición; las de lomo son las preferidas bañadas con queso de Techagüe. Otro lugar es con Juanito. Entre semana vende cena y los fines, comida. Pozole, tostadas y enchiladas dulces es el menú.
La artesanía de Atoyac es la fabricación del cinto o fajos como les decimos aquí. Tenemos para todas las edades y cinturas. Para jineteo y de vestir. Pura vaqueta. “Para morir iguales” es su calidad.
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José María Contreras, mejor conocido como “El Jefe Contreras”, nació en la Unión de Guadalupe, delegación de Atoyac, en el año de 1879.
En Sayula, junto con otros amigos, se hizo maderista. “A los pocos días —afirma el cronista de Atoyac— tenía reunido en la Unión de Guadalupe a un grupo de más de doscientos hombres montados y armados”.
Dos días después, 17 de mayo de 1911, los levantados entraron a Atoyac de madrugada. Uno de ellos se presentó en la Tesorería Municipal. Obligó un corte de caja y pidió en préstamo el haber: $149.67 pesos. Eso sí, firmó un recibo. “El Jefe Contreras” se llevó del Ayuntamiento dos caballos ensillados, cuatro pistolas más cartuchos. No firmó ningún recibo porque aseguró que “pronto los devolvería”.
Cuando llegó Pancho Villa a Sayula, febrero de 1915, invitó al “Jefe Contreras” a sus filas. Éste declinó la cortesía por una razón: él era carrancista y tanto unos como otros lo verían como traidor. El 27 de mayo de 1916, Contreras fue atacado, a balazos, en “La Cuesta de los Pochotes”. Ahí perdió la vida. El cronista, Eduardo Ramírez Ruelas, cierra su plaqueta y me la regala.
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“Si viene a la Feria, no se preocupe por el día que es. Los viernes de Cuaresma aquí se come carne. Un padre nos dio el permiso. Nadie se acuerda de su nombre, pero sí del permiso”.
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Para los días de Ramos, la plaza se llena de puestos de loza de barro y artículos de cocina. Jarros, ollas, cántaros, cazuelas, adornan esos días. Los muchachos compran atados de jarros o relleno de cazuelas para regalárselo a su novia. “Toma tu Ramos”.
La policía quiere quitar una bella costumbre de esos días. Las muchachas compran una palita de cocina y al joven que les gusta, le truenan su palazo en las sentaderas. Cuando la policía escucha los gritos y las carcajadas, corren para confiscarles la pala. Y la fiesta sigue.