Fotos: Salvador Encarnación

1. Bajando hacía Cuexcomatitlán, se mira, desde la carretera, un asomo del lago. Los tráileres desaparecen o se abandonan allá por Tlajomulco y por acá, gracias a ese suspiro acuático, renace la paz. Son las diez de la mañana en los últimos días de agosto. El cielo está nublado. El calor ausente. El hambre hace acto de presencia.

Entramos a Cuexcomatitlán. Vamos directos a la Casa Ejidal. En la época de la Colonia fue una casa donde las jóvenes del pueblo se preparaban para el matrimonio. Ahí aprendían a cocinar, tejer, leer y, sobre todo, las bases de la doctrina cristiana.

En el año de 1960, Ramón Rubín publicó su monografía Lago Cajititlán y ahí se anexaron de ese lugar unas fotos tomadas por Héctor Torres donde se verifica la ruina en que se encontraba la finca. A pie de foto se lee: “El convento franciscano de Cuexcomatitlán… que derrumbaron manos irresponsables”. Una placa colocada al ingreso informa que es Casa Ejidal desde 1935 y fue remodelada, la fachada, en 2015.

Se ingresa a la Casa por unas sufridas escaleras. Un estrecho corredor desemboca en un amplio patio con sus antiguas arquerías llenas de aire y cielo; como debe ser. Ahí, con afán, un grupo de mujeres estudia “belleza” bajo la mirada atenta de una maestra.

2.

Pasamos a la antigua capilla de La Purísima. La restauración interior no le fue favorable. Le adosaron unas lonjas de piedra que la hace lucir un tanto falsa. Ahí, solito, con apenas una veladora, está expuesto el Santísimo. Qué extraño encuentro. Falta la viejita que lo cuida, las velas encendidas, el olor a incienso. Aprovechamos este valioso momento para encontrar la serenidad.

Una señora nos saluda. ¿Qué desayunar?, le preguntamos. “Gorditas”. Responde. Nos indica varios sitios. Desde ese momento nos percatamos que, por doquier, en Cuexcomatitlán hay varias vendimias con esa exquisitez.

3.

Salimos del pueblo y seguimos bordeando el lago. Quince minutos después llegamos a Cajititlán. Es martes, día de tianguis. La angosta calle de ingreso está repleta de vendedores. El auto entra despacio, cuidando de no atropellar una olla o algo semejante. Entre esa multitud de mercancías están más expendios con las famosas y ribereñas “gorditas”.

Visitamos el templo de La Soledad. Su frontis es un buen ejemplo del barroco popular: ángeles indígenas alegran el paraíso. Dos de ellos, en ascenso, cargan una corona. De seguro su advocación inicial fue de la Purísima. Los indígenas por fin son felices allá arriba, en la gloria. Acá abajo, para ellos, era otro cantar.

¿Quién colocó ese poste a un lado del templo? La contaminación visual de lleno. El barroco popular se lastima a grados indecibles. Decenas de cables de electricidad pasan por el lado de la calle Centenario, dañándolo al igual: asfixian las ventanas estilo ojo de buey y sus gárgolas con figura de gato.

4.

Estamos en los famosos Santos Reyes de Cajititlán. Para toda la región es obligatorio acudir en enero al paseo que hacen los Reyes por la laguna. Esos días el pueblo se llena de visitas; miles y miles de creyentes lo inundan. Hay una regla no escrita para esos días: si el 6 de enero cae en viernes o sábado, la salida de los Reyes se pasa a entre semana. La razón: la multitud rebasa la capacidad del pueblo.

La otra fiesta de los Reyes es el 27 de septiembre. Cuenta la historia que en el año de 1905 un incendio quemó, de forma considerable, a las tres imágenes. El cura de ese tiempo las mandó restaurar, pero hizo el cambio por otras. El pueblo no estuvo de acuerdo. En el año de 1932, un habitante soñó el sitio donde estaban enterradas las imágenes originales; ahí donde había surgido un hormiguero. El capellán contrató unos albañiles para excavar. Baltazar fue el primero en salir, luego Melchor y Gaspar. La fiesta recuerda el hallazgo.

En el retablo principal se encuentran los tres Reyes Magos. Arriba, en la bóveda de media naranja, en las nervaduras, otros ángeles indígenas y músicos habitan la gloria.

Estamos en el atrio. ¿Ya se fijaron? Son tres Reyes y en la fachada sólo hay uno; y solo. Le contestan: lo que pasa es que si hay “tres en uno” también lo hay en viceversa.

5.

“Un lago es el punto de reunión y convivio de varios arroyos y torrentes. Allí donde bajan a fundir el júbilo de sus aguas para una silenciosa romería. Cada uno de ellos desciende por los flancos de los cerros con la premura y alborozo de quien va de fiesta y se abraza a los semejantes en una renunciación de su individualidad que jamás ha conocido el trato entre los hombres. Tal fusión les proporciona paz, magnitud, durabilidad y fortaleza”. Ramón Rubín. Lago Cajititlán.

¡Por fin! Las gorditas. Son sopes grandes de masa al comal. Ya cocidos, se abren por mitad y se rellenan de guisos: chicharrón, carne de res en chile, frijoles con queso, rajas, requesón… Se acompañan con un chile de molcajete y agua fresca dulce, al límite de contraer la diabetes. Doña Chayito, la recomendada por medio pueblo, nos invita a sentarnos en la banca de su puesto de comida en plena calle de la plaza. Dice del chile: “Lo hice sin estar enojada”. Miro de reojo a mis compañeros. Las engullen como si fueran hostias.

¡Vámonos! Una gordita más y me voy como angelito barroco.

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