Ray Bradbury nació en Waukegan, Illinois, en 1920. Después de una travesía familiar por varias ciudades del país, en 1934 se estableció en la ciudad de Los íngeles, California, donde el joven Ray —como quiere la leyenda de su vida—vendió periódicos por las calles angelinas y por sus aprietos económicos nunca pudo asistir a la universidad. Con empeño y ganas de vivir en otra parte, apretó fuerte las teclas de una máquina de escribir y, desde 1940, comenzó a publicar algunas de sus primeras narraciones en revistas literarias de su país.
Su historia, llena de calamidades, lo llevaría a escribir y luego a publicar su primer libro de cuentos: Crónicas marcianas (1950) y, tres años después, su obra maestra, la novela Fahrenheit 451, publicada por entregas por primera vez en la revista Playboy.
De algún modo estos dos títulos prefiguran toda la obra del escritor —que alcanza medio centenar de títulos—, pero también marcan la pauta para que, de una manera alucinada, lograra la crítica de una sociedad universal que ya se anticipaba en decadencia. Se ha catalogado a Bradbury como un escritor épico y un delirante autor de ciencia-ficción, sin embargo él ha dicho de sí mismo que es un escritor “con pretensiones morales”, lo cual está más cercano a la realidad.
Seguramente haber vivido la Gran Depresión de 1929 llevó al autor a ver con toda claridad los pecados y penalidades del mundo, y fue cuando posiblemente cuando decidió llevar hasta el infinito a los moradores de la tierra y colocarlos en el planeta rojo para mostrar un nuevo comienzo. Lo escalofriante es que los moradores de Marte padecen los mismos vicios sociales que practicaban en su vida terrenal.
Esto propició pensar en un Ray Bradbury como autor muy cercano al terror y al momento fantástico, lo cual se convierte en una misma cosa, pues el terror (que es un tono bajo y sumido en la penumbra y hasta en la oscuridad) se acerca sobremanera a lo fantástico (que es una claridad deslumbrante y cegadora), porque ofrecen el mismo horror y llevan al lector a los extremos: de igual forma lo sitúa en estados de angustia.
Podríamos decir que Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 ubican a las sociedades del mundo en un punto crítico y, al parecer, en el vacío y la debacle, pues ya desde el inicio del segundo libro se describe el apocalipsis humano: “Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”, lo que resume de cierta forma la importancia de los libros y su fragilidad. Y durante toda la historia logra Bradbury el más sentido terror, pues describe con puntualidad a una sociedad donde los libros y la lectura están proscritos y se persigue ferozmente a todo aquel que los posea y, lo que es peor, a quien los lea.
De algún modo Fahrenheit 451 es la historia de la extinción de la civilización, pues los libros son la memoria del hombre. Quizás la predicción bradbureana no se equivocó, pues actualmente cada vez se lee menos y ya la televisión domina la equívoca y fugaz memoria del mundo. O tal vez los bomberos del escuadrón Salamandra sean la propia banalidad televisiva y ya esté ocurriendo este holocausto…
Posiblemente serían dos las preguntas que nos gustaría hacerle al escritor. Es probable que este próximo fin de año (durante la FIL) podamos interrogarlo al respecto, pues nos llegan noticias de que ofrecerá una conferencia vía satélite (desde Los íngeles): no podía ser de otra manera.