La COP26, cumbre más importante sobre cambio climático y que en su edición 26 reunió a mandatarios, representantes y a expertos en el tema de sustentabilidad de casi 200 países, finalizó con pocas esperanzas para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París para limitar el aumento de la temperatura mundial en 1.5 grados centígrados para el 2050.
La situación se agrava para todos los habitantes del planeta porque el deterioro es año tras año más evidente: el incremento global de las temperaturas, el deshielo de los glaciares, el desbordamiento de ríos, presas o arroyos, y los desastres naturales que han provocado la desaparición de comunidades enteras, e igualmente el acelerado aumento del nivel del mar que entre 2013 y 2021 fue de cuatro milímetros en promedio por año, aunado al calentamiento y la acidificación de los océanos. Todo lo anterior ha tenido como consecuencia la constante pérdida de biodiversidad.
Está científicamente demostrado que la intervención del ser humano es el principal generador de este caos medioambiental. El Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático que reúne a expertos en la materia, señala que las emisiones de gases de efecto invernadero por la actividad humana, son responsables de un calentamiento del planeta en un 1.1 grados centígrados durante el periodo 1850-1900 hasta la actualidad. Las medidas que intentan paliar esta situación no son suficientes para detener la destrucción y parece que se apuesta más a la adaptación al cambio climático que a su mitigación.
Los compromisos a los que llegaron en la COP26 han sido calificados de débiles, en primer lugar porque no tienen un carácter legal vinculante, es decir, los países pueden asumirlos o no a pesar de haber firmado dichos acuerdos; y en segundo lugar, porque carecen de contundencia. Por ejemplo, se considera “una reducción progresiva del uso del carbón” pero no se estima su eliminación ni en el corto, mediano o largo plazo.
Respecto al financiamiento a los países en desarrollo para la adaptación y la mitigación del impacto del cambio climático, se menciona la necesidad de movilizar la financiación de todas las fuentes, pero sólo se hace un llamado a los países desarrollados para que aporten de manera sistemática al fondo que se requiere para apoyar a los países más vulnerables, que es de alrededor de los 100 mil millones de dólares anuales.
Quizás uno de los acuerdos más importantes es respecto a la inversión para frenar la deforestación en 2030, compromiso que firmaron más de 120 países (que representan alrededor del 85% de los bosques del mundo); así como la reducción de emisiones de metano para el mismo año (2030), acuerdo que fue liderado por Estados Unidos y la Unión Europea, en el que más de 100 países se comprometieron en este sentido.
Otro de los grandes anuncios de la COP26 fue la cooperación entre China y Estados Unidos (los dos países que más contaminan en el mundo, China genera el 30.34% y Estados Unidos el 13.43% de las emisiones de CO2 a nivel mundial) para establecer una agenda climática en cuestiones de emisiones de metano, la transición de energía limpia, la descarbonización y la reiteración a mantener el objetivo del Acuerdo de París de limitar el incremento global de la temperatura a 1.5 grados.
El llamado es urgente para priorizar un tema clave para la sobrevivencia humana, de responsabilidad con las generaciones presentes y futuras y de liderazgo para tomar decisiones contundentes para detener la degradación del medio ambiente.
Es preocupante ver como los esfuerzos a nivel mundial se minimizan al revisar los acuerdos frágiles a los que llegan los gobernantes, quienes mantienen un discurso solidario, pero evitan políticas nacionales y globales para generar entornos amigables con el medio ambiente. La COP26 fue un evento más de desilusión ante una realidad que ya nos alcanzó con la destrucción de la naturaleza.