Con poco más de veinte años, en marzo de 1912 —nació en Jerez, Zacatecas, en 1888—, Ramón López Velarde llega a la Ciudad de México, en un momento crucial, cuando Francisco I. Madero está tomando posesión como Presidente. Recién titulado en Derecho en San Luis Potosí, el joven poeta tenía ilusiones en el ejercicio público así como en la vida literaria.
Allí, en la gran ciudad, López Velarde se queda nueve años, hasta su muerte que sobreviene a los 33 años, en 1921. Este periodo es el que retrata Ernesto Lumbrera en su último libro, un ensayo que quiere ofrecer una nueva lectura de esta figura central de las letras mexicanas. Y la Ciudad de México, y lo que en ella estaba sucediendo en aquellos años, se erige en el texto como un trasfondo, un microclima, una presencia constante en la una narración.
“Lo que se leía, lo que se escuchaba, lo que se discutía tanto en materia política como literaria, los personajes influyentes de la época, Enrique González Martínez, Dr. Atl, las figuras políticas: Madero, Carranza, Villa, Zapata, la Primera Guerra mundial, el cuartelazo de Victoriano Huerta, es la blogósfera, para usar esa palabrota de los estructuralistas, que flotaba en esos años. Entonces sin ser demasiado abrumador, quería que estuviera presente este contexto y también la Ciudad de México, sus calles. Una ciudad que caminó López Velarde, sobre todo en la última etapa, tenía el método de trabajar de memoria, salía de su trabajo y a veces hacía el camino del centro a la Colonia Roma, y de alguna manera el ritmo de sus pasos, el ritmo de sus pulsos era una suerte de métrica, de cadencia, que daba a sus poemas”.
Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-1921, es sí un libro de ensayos, explica Lumbreras, “pero un ensayo muy libérrimo o muy libertino, hay historia y crítica literaria, hay crónica y apunte biográfico, pero también hay ficción, me permití cierta licencia para novelar ciertos pasajes de la vida del poeta”.
Un poeta, sin lugar a duda, que con Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz y Juan Rulfo, es de los cuatro autores mexicanos que han dado lugar a una biografía que crece y crece, agrega, lo que puede ser un inconveniente para quien quiera abordar a este autor. Entonces, ¿por qué escribir otro ensayo sobre él?
“En mi caso, una lectura generacional, saldar cuentas con un poeta capital en la lírica mexicana, y también para despejar ciertas incomprensiones y equívocos. Para mí el desacierto de que Ramón López Velarde no trasciende más allá de las fronteras mexicanas se debe a que lo cubrieron, para empezar, con la bandera equivocada. Cuando muere, inmediatamente le ponen la bandera de la Revolución, y él para nada es un poeta de la Revolución, él pertenece a la fracción que pierde. La literatura de López Velarde es la visión de los vencidos. El México que sepulta la Revolución mexicana es el México católico, criollo, de los pequeños propietarios, al que él pertenecía”.
Es en libros como Zozobra y El minutero, en cambio, donde se encuentra la sustancia y la aventura de mayor riesgo del poeta, y donde se constituye como una conciencia política que pone en crisis el estatus de México, de lo mexicano, del presente y del futuro: “Es un espejo, como puede ser todo gran artista, para mirar desde el nuestro ahora una realidad más compleja, vasta y menos arquetípica”.
A lo largo de las 140 páginas del libro, el autor coteja lecturas de Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Gabriel Zaid, José Luis Martínez, Guillermo Sheridan, autores que ahondaron en las aguas profundas de la obra de López Velarde, para dialogar y traer a la fuente de los estudios lopezvelardianos nuevos documentos, nuevas impresiones, despejar ciertos prejuicios.
“Entonces el magma que me interesa es la literatura de López Velarde, pero también el personaje, quien me facilitaba cierto vehículo narrativo para que el libro no tuviera esa densidad de ciertos estudios. Es un apunte biográfico y también literario a la obra poética”.
Una de las aportaciones principales, según el propio autor, es mostrar los prejuicios y equívocos que no han permitido que la obra de López Velarde se lea más fuera de la frontera de México.
“El sambenito del poeta de provincia, de la Revolución, nacionalista, flaco favor le ha hecho al López Velarde de mayor apuesta literaria. ¿Por qué no está considerado entre los poetas fundadores de la poesía hispanoamericana, y no tiene el peso de Neruda, de Huidobro o Paz? En buena medida porque se ha leído desde esa zona de confort que es cierta obra de más fácil acceso en términos de desentrañamiento, como La suave patria y La sangre devota”.
Abonando a derivar estos clichés, de un cierto facilismo con el que se leyó, continúa, “apunto entrecruzamientos con otras literaturas que vindicarán para bien la lectura de ese poeta zacatecano. Y abonando en esa tesitura, me permito hacer ciertos espejeos con poetas contemporáneos de López Velarde, como Pessoa, César Vallejo, con el mismo T.S. Eliot, con los que no hay sólo un cierto aire de época que les es común, sino también transgresiones literarias, apuestas, que pueden dar lugar a que se lea desde otras coordenadas”.
El libro, que fue presentado la semana pasada en la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, en portada lleva un retrato inédito que le hizo a López Velarde su amigo del alma Saturnino Hernán, y que salió a la luz apenas el año pasado.
Para terminar volviendo al principio, acerca del título del libro, Lumbreras explica que “es un verso del poema ‘Los dientes’, donde habla de un acueducto infinitesimal respecto de la sonrisa de su amada. Había un editor, no recuerdo el nombre, que, si de pronto no encontrábamos un título para un poema o un libro, nos recomendaba: métete a la poesía de Ramón López Velarde y encontrarás uno”.