«Chaleco antibalas»: la distopía migrante de María Venegas

En esta novela sobre migración, machismo, violencia y rencor, se constata que el paraíso de la patria, ese objeto de deseo de la nostalgia, ha quedado clausurado para cualquier proyecto de retorno

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Héctor Domínguez Ruvalcaba

Matar es tan fácil que basta la sospecha de que te hacen trampas en un juego de naipes para sacar a relucir el arma. El mundo se imagina tan adverso que habrías de usar un chaleco antibalas cada vez que salgas de casa. Y si tu cuñado te salvó la vida, pero la persona que iba contigo cuando sufriste el accidente era tu amante, qué más remedio que matarlo para prevenir que te delate ante tu esposa. Y si alguien te descubre robándole sus pertenencias, es por ello merecedor del castigo capital. Lo que menos te debe preocupar es que tengas que huir, cambiar de identidad, mantenerte incomunicado con la familia que llenaste de hijos, y fundar otra familia que también abandonarás en la riña siguiente que culmine con otro asesinato. Y si el gran logro de tu vida es verte prófugo de las autoridades de dos países, por lo menos te mereces un buen corrido, que la fama y el honor habrán de ser los atributos mayores de un hombre verdadero, cualquiera que sea tu verdad, y cualquiera que sea tu versión de hombre. 

Esta es la historia de un macho migrante cuya vida transcurre a salto de mata entre Chicago y Zacatecas. La novela Chaleco antibalas de María Venegas empieza con una fotografía que parece sacada de una película clásica mexicana: un hombre a caballo con sombrero de charro, bigote bien recortado y una pistola colgando en la cintura. En sus más de cuatrocientas páginas, la narradora cuenta la historia prófuga e insensata de un migrante mexicano decididamente sordo ante cualquier llamado a la cordura. No es la historia aspiracional que se reitera en gran parte de las narraciones de migrantes; por el contrario, la trama sigue una ruta distópica donde la vida de Chema Venegas, el Cienvacas, sigue el cauce de un declive en el que podemos leer no solamente un caso particular de fracaso sino, además, una alegoría de la masculinidad rural mexicana en sus múltiples desencuentros: el autoexilio del espacio familiar, la voluntad incólume de violar las leyes que se le presenten, y el retorno derrotado a un espacio donde su machismo ya perdió reconocimiento, pues ha caído en manos de grupos criminales dedicados al secuestro de migrantes. 

La historia se narra desde la perspectiva de la hija, cuya mirada generosa trata de encontrar sentido a una vida marcada por la fatalidad de un antihéroe. La fotografía de la primera página parece ubicarse en el momento previo a la migración, el paraíso del terruño al que vuelve la memoria nostálgica cada vez que pesa la marginación en tierra ajena.

Venegas nos hace pasar por las fantasías del regreso, debilitadas cada vez que el retorno muestra sus desencantos. Toda nostalgia es engañosa, todo sueño de retorno es vano. La memoria más certera es el rencor, ese modo de detener el pasado en los recovecos del odio.

Chema Venegas no acierta a ver más allá de sus resentimientos. El mundo para él está poblado de seres sospechosos que lo esperan en cada rincón para cobrar alguna venganza. La novela cobra intensidad ahí donde el macho cae presa de emboscadas. Como en las historias heroicas, sobrevive a todos los atentados, excepto el último en el que llega al verso postrero de un corrido sangriento. 

Pero el hilo argumental no se limita a las desventuras de un macho bragado cuya derrota es inevitable. La contraparte femenina desdice su hegemonía como si la novela nos tratara de demostrar la inutilidad de los hombres. La familia se estabiliza en cuanto el padre tiene que huir. La épica masculina queda encerrada en el espacio de la celebración alcohólica y drogadicta, ese espacio en la fantasía de la virilidad se despliega.

La narradora se asoma por curiosidad al universo de su padre y se esfuerza por contener el juicio, aunque los hechos hablen por sí mismos. En la primera parte de la novela ella es una niña que acompaña a la madre en el proyecto del esfuerzo por «salir adelante», aunque nunca se sepa qué es eso que tienen por delante, a donde han de dirigirse. Hay en esos sacrificios femeninos por mantener en pie la familia una brumosa idea de utopía migrante, donde el trabajo arduo no es consciente de su condición de neoesclavismo. 

En la medida que crece y logra dar el difícil salto de ingresar a la universidad, la narradora va también distanciándose del martirologio materno, lleno de chantajes y condenas evangélicas. En la segunda parte, María se convierte en escritora, así que la novela se revela como un plan de narrarse a sí misma, como el ejercicio de construir al personaje paterno, y a su través recobrar la saga familiar, con todos los componentes de una historia migrante.

Pero más allá de su filiación literaria en la novela de iniciación, donde la escritora narra el proceso de convertirse en escritora, y donde la crítica del machismo es implacable, la novela se estrella contra la constatación de que el paraíso de la patria, ese objeto de deseo de la nostalgia, ha quedado clausurado para cualquier proyecto de retorno. El crimen impera y otras formas de machismo han secuestrado a la nación, metaforizada en el padre, y todo regreso al terruño termina siendo una sentencia de muerte.

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