No leas lo que escribo como si fueras un lector.
Salvo que ese lector también trabaje
con los soliloquios de la oscuridad irracional.
CLARICE LISPECTOR
Era febrero de 1977, cuando Clarice Lispector llegó, junto con su gran amiga Olga Borelli, a los estudios de TV Cultura Sao Paulo para participar en un programa para cine. Pero antes, a petición del director de la emisora, Clarice aceptó que le hicieran una entrevista, a condición de que la publicaran hasta después de su muerte. Ésta sería la última entrevista que ofrecería en su vida; también, esta fue la única vez en que ella habló delante de una cámara de televisión.
En su hablar anunció que publicaría un libro con “trece nombres, trece títulos”. Se trataba de La hora de la estrella, una novela escrita, mayormente, en la metaficción y publicada en marzo de 1977. Según Benjamin Moser, La hora de la estrella tiene la característica de que fue compuesta mediante notas sueltas escritas en cheques, trozos de papel e incluso cajetillas de tabaco.
La obra de Clarice Lispector, para comprenderla y admirarla, hay que tener mucho tiempo y mucha paciencia para irla leyendo. Tanto sus novelas como sus cuentos son complejos cuerpos hechos con un lenguaje concentrado, con una inteligencia finísima y con la mente de un ser profundo.
Respecto de la creación literaria, esta autora brasileña proponía escribir como quien pesca en lo desconocido. Por suerte, aseguraba ella, si quien escribía llegaba a capturar “la entrelínea”, lo que aún no era palabra, el mismo anzuelo —la palabra— sería absorbida por ese espacio vacío, y en ese caos germinativo donde todo es suceso sin palabras, asomaría la realidad de la vida.
En La pasión según G. H., una de las obras más fascinantes y cautivadoras de Clarice Lispector, ocurre el siguiente soliloquio:
Mi pregunta, si la tenía, no era: “Quién soy”, sino “Entre quiénes soy”. Mi ciclo estaba completo: lo que vivía en el presente se condicionaba ya para que pudiese yo ulteriormente entenderme. Un ojo vigilaba mi vida, y ese ojo era probablemente lo que yo llamaba ora verdad, ora moral, ora ley humana, ora Dios, ora yo. Vivía yo de tal suerte dentro de un espejo. Dos minutos después de nacer había perdido ya mis orígenes.
En una carta de 1946, dirigida a su gran amigo Fernando Sabino, desde Berna, Suiza, Clarice le confiesa lo siguiente: “Por extraño que parezca, estoy estudiando cálculo de probabilidades. No sólo porque lo abstracto cada vez me interesa más, sino porque puedo renovar mi incomprensión y concretizar mis dificultades generales”.
Las dificultades generales de Clarice Lispector fueron varias, algunas totalmente íntimas y personales, otras económicas y profesionales, y desde luego estuvieron sus dificultades literarias, las cuales resolvió en cada una de sus obras de una manera singular. Cada obra suya es singular diferencia.
En Agua viva, las sombras de Clarice Lispector vienen a ser el fenómeno de comprensión por el que se debate el mundo de las referencias, al grado que la representación como sentido de realidad es un trasunto que Clarice puso en crisis, y que fue lo que le valió que no pocas editoriales le rechazaran sus manuscritos. No son pocos los pasajes, en esta novela, en que las sombras —más que la claridad de las luces— nos hacen padecer de otro modo la fuerza de los conocimientos. Las sombras, como en el silencio donde la música adquiere toda su fuerza expresiva, radica el poder evocador de todas las cosas que suceden en Agua viva; atraídas por Clarice Lispector desde la sombra misma del ser especial en el que ella iba muriendo. Son las sombras las que consiguen hacernos pensar y percibir, con asombro, la realidad capturada en sus múltiples formas de existencia.
En el libro Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector, de Benjamin Moser, sabemos que a las diez y media de la mañana del 9 de diciembre de 1977 murió esta enigmática mujer, sujetando la mano de Olga Borelli. Saber esto, es también saber que Clarice Lispector murió un día antes de que cumpliera 57 años.
Finalmente, me gustaría citar el párrafo con el que inicia La hora de la estrella, para ofrecer eso que Clarice Lispector fue padeciendo por aquellos días: “Todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula le dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria estaba la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé cómo, pero sé que el universo jamás comenzó”.