Un breve retrato de Claudia Cisneros tendría que describir su quietud, discreción, su contemplación casi transparente, sus dibujos también casi transparentes, su estudio en una azotea blanca con jazz clásico flotando entre las ramas del naranjo que se asoma desde la banqueta, su delicado ostracismo, sus óleos inconclusos, sus collages elocuentes, su costura minuciosa, su gusto por la poesía, su formación plástica en el ex claustro de Santa María de Gracia. Más entrados en detalles, tendrían que mencionarse, además, sus 15 años en el Instituto de la Vera Cruz y sus recuerdos de esa época transformados en Escorial, una exposición a punto de concluir temporada en el Museo Raúl Anguiano, el 30 de enero; un paseo-intromisión guiado por la memoria íntima de ese largo tiempo de “mirar los muros con furia y las ventanas con desprecio”, y un homenaje cifrado a sus héroes personales.
Dramatismo
Aunque el trabajo manual es silencioso [los dibujos, el mural, los textiles, la entrada], está envuelto en teatralidad. Tenía que hacerlo así, porque en la escuela siempre sentí que era algo teatral, que era algo casi increíble. Me decía: “¿Cómo es posible que 300 personas estemos al unísono diciendo estos conceptos?”, porque los himnos y los lemas generalmente hablan de imperar, vencer, aplastar. Y ahora me pregunto, ¿qué pasaría si en esos colegios se dijeran las cosas tal y cuál? ¿Por qué no dicen “tienes que sobrevivir y si tienes que pasar por encima de otros, hazlo”? Eso es lo que está entre líneas.
Invención
Otra parte de la exposición es un colegio que fui imaginando con mi hermano Enrique Carlos, cuyo poema “Los inválidos”, leyó como pieza-acción el día de la apertura. Le inventamos todo: uniforme, escudo, todo. Incluso tiene un himno que escribí con Abril Medina, que es una videoinstalación. Dice: “Elevemos el aullido a la vera de lo inútil / a quien resista más veneno / llamaremos cazador”. Ese es el coro. Luego sigue: “Sangre y gloria al perdedor / aquí sabemos de la ausencia. / Sangre y gloria al perdedor, / aquí la coronación”. “No se oculte nuestra venia, / alma mater del terror”.
Intención
No quise seguir con la idea de la fotografía, porque sentí que iba a quedar como un documental. No se trata de una denuncia. Era un recuerdo maltrecho que queda manifestado así, como los recuerdos son: con caras borrosas, con huecos, con silencios. No hay enemigos. No tengo nada en contra de quienes destacaban: sólo es una situación de la que todos son presas. La queja no va contra las personas, sino contra el modo en que ese sistema está construido, del que nadie puede salir bien librado.
Escorial
Este es un proyecto viejísimo: la idea inicial era hacer una serie de fotos que retrataran la verdad de lo que pasa en un colegio, no como en un anuario que te peinan y retocan y todos salen como si todo estuviera bien. Iba a haber un retrato con sangre, por ejemplo. Al mismo tiempo estaba boceteando mucho –porque todas mis ideas las empiezo así– y los bocetos fueron cobrando tanta importancia que se convirtieron en un proyecto de dibujo; aunque casi todos son traducciones de fotografías de mi anuario o el de mi primo. Son imágenes de gente que conozco, a la que le quise rendir un homenaje para que supieran que yo sí los vi, aunque fueran invisibles para el resto. Escorial es un reconocimiento a esos personajes silenciosos que soportaron año tras año con su espíritu intacto.
Niños-niñas
También conocí bien el otro lado, por mi primo, que estaba en el [Cervantes] Costa Rica [que era para varones]. Me gustó usar conceptos diferentes para cada género. En el collage masculino están “imperio” y “guardián”, porque en este tipo de escuelas se les presiona para que puedan aplastar. En el collage femenino puse “desarmar” y “pólvora”, porque entre las mujeres la violencia no era física ni obvia, sino fría, calculada. Como si todas fuéramos bombas de tiempo. Creo que en las mujeres hay algo explosivo y peligroso que normalmente está contenido.
