Cómo nos ven: 3 mitos sobre la escritura migrante*

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Hoy la literatura migrante, inmigrante, intercultural o multicultural (en Alemania y otros sitios) es considerada una categoría de literatura hecha por autores que escriben con una orientación acuñada por al menos dos culturas, identidades nacionales o lenguas. Tener un “origen inmigrante” se ha vuelto un síntoma del mundo actual, un mundo que padece trastorno de déficit de atención y un persistente patrón de hiperactividad, así como impulsividad e ira. Las guerras, la erosión social e incluso los problemas ambientales están creando una condición crónica de diáspora y migración permanente, para la cual no existe cura política, pues no puede recetarse ni con el jarabe para la tos denominado fundamentalismo ni con la píldora llamada democracia.
En Alemania llevo mi ominoso origen inmigrante en mi nombre y mi pasaporte, en el pequeño gancho de mi nariz, en mi gusto por la comida con mucho ajo, pero sobre todo en mi pasado: el haber huido de una guerra civil hacia otro país, un ambiente cultural y un sistema educativo y político diferente. También huí hacia cualidades culinarias y aromáticas diferentes, hacia trenes que por algún encantador motivo llevan nombres de lagos, científicos o castillos, e incluso hacia una forma distinta en que los estilistas sostienen las tijeras. Después de todo esto, escribí una novela en un lenguaje que no es el que aprendí mientras me salía el primer diente, y me he enfrentado a muchas reflexiones sobre mi escritura “migrante” en particular y a muchas perspectivas respecto a la susodicha “literatura migrante” en general.
Al leer las obras de otros autores migrantes he descubierto ciertos prejuicios en torno a qué y cómo (y qué no y cómo no) se supone que funciona la ficción escrita por extranjeros. Así, por ejemplo, mis “colegas migrantes” y yo no parecemos tener tanto en común como algunos críticos y filólogos quisieran, dificultándoles colocarnos cómodamente a todos juntos en una misma repisa del librero (podría argumentar que el color de las pastas es una cualidad literaria más poderosa que nuestros antecedentes biográficos). Por otro lado, al valorar el enriquecimiento del lenguaje literario se han alzado mitos: existe una rara urgencia por simplificar de manera inquietante el estilo y la técnica exóticos con los que los escritores migrantes son “lo bastante valientes” para “experimentar”, como si esta cualidad o talento lo trajera uno de su país de origen. Finalmente, la consideración más preocupante es concederle demasiado crédito a la cosmovisión del migrante (si tal cosa realmente existe), basados únicamente en el hecho de haber experimentado la multiculturalidad más a profundidad que quien come cocina tailandesa un martes sí y otro no.
Me enfocaré en las tres discrepancias antes mencionadas entre cómo a los medios, los lectores y los críticos literarios les gustaría ver la literatura migrante, y cómo la veo yo desde dentro de este “tipo” de escritura (recordando que ya he dicho que no me parece que este “tipo” de escritura pueda o deba separarse de las literaturas o tradiciones nacionales establecidas en la actualidad).

Primer mito: la literatura migrante es una categoría filológica que se sostiene por sí misma y por lo tanto genera una fructífera anomalía en relación con las literaturas nacionales.
Hablar de una sola “literatura migrante” es simplemente un error, porque es erróneamente simple. La naturaleza de la migración y el nivel de integración de los escritores extranjeros, varía demasiado como para unificarlos en una sola categoría, sin mencionar sus particulares trayectorias biográficas y sus diversos hábitos culturales, religiosos o sociales. De hecho también estas características meramente extraliterarias apuntan hacia una gran diversidad de experiencias, temas posibles e influencias intelectuales que frecuentemente forman parte del texto o hasta constituyen el texto como una unidad. La meta de un juicio objetivo debería ser superar la fijación por la biografía de un autor y avanzar hacia una perspectiva enfocada en el tema de la obra.
Una chica rusa de ascendencia judía llega a Alemania, se enamora de un estudiante alemán y escribe un libro sobre una chica rusa de ascendencia judía que llega a Alemania y se enamora de un estudiante alemán; un libro divertido, “limpio” estilística y estructuralmente, lleno de aguijones irónicos inofensivos mezclados con clichés rusos y alemanes.
Un búlgaro nacido en Sofía y criado en Kenya estudia en una universidad de Alemania y escribe una novela sobre el oficial inglés colonialista del siglo XIX sir Richard Burton; un vívido retrato polifónico de un excéntrico aventurero y viajero.
Estos dos ejemplos de la literatura alemana contemporánea –de los autores Lena Gorelik e Ilija Trojanow, aunque uno podría, claro está, ir hacia atrás soltando nombres sin fin: Heine, Nabokov, Mann, etcétera– ilustran cómo la expresión “literatura migrante” dibuja un marco demasiado nítido en torno a una multitud de libros, relacionados únicamente por el débil y menor elemento del origen biográfico y estatus social del autor.
Si tenemos que pensar en categorías, uno podría en todo caso hablar en plural de literaturas migrantes, y describir nuevas y más pequeñas categorías, tales como: “literatura de obreros extranjeros en la década de 1960” o “literatura germano-turca” o “literatura de la segunda generación de inmigrantes polacas de origen germánico que, a finales de los ochenta, estaban muertas de aburrimiento de ser amas de casa y escribieron una novela sobre el pelo en pecho del vecino”. Pero aún esto no cumpliría con una de las principales funciones de la literatura: la literatura como un acto de creatividad e invención, preferentemente ilimitadas por un lado, y un juego de referencia y relación por el otro. También hay que considerar autores que inmigraron o pertenecen a una minoría, pero elijen, sin embargo, no escribir sobre tales cuestiones.
Dicho esto, creo que la literatura migrante sólo puede discutirse efectivamente por su materia y en relación con las premisas literarias de género, estilo, tradición, etcétera. Los discursos sobre la aproximación estética a un tema o punto de vista, particularmente en el contexto de las literaturas nacionales, son más cruciales en lo que respecta a la calidad de la obra y su comprensión que lo que la vida privada del autor pueda llegar a ser.
En algunos países con altos índices de inmigración, como Alemania, la cultura de la minoría ha sido un elemento constitutivo de la sociedad por una buena cantidad de años. Los autores inmigrantes no son ya un fenómeno marginal, sino un punto de referencia significativo con cualidades casi del mainstream (lo cual es algo bueno, pues elimina el efecto agregado del exotismo). Las literaturas migrantes no son una isla en el mar de las literaturas nacionales, sino un componente, tanto en las profundidades donde viven los arcaicos calamares de la tradición, como en la superficie donde las olas de la cultura pop se estrellan con la costa.
Segundo mito: el único foco de atención de la literatura migrante es la migración y asuntos multiculturales. Los escritores migrantes tienen una perspectiva más cercana y por lo tanto más interesante de cuestiones relacionadas a ello.
No mucho antes de venir a Iowa hablé con el autor germano-polaco Artur Becker, quien acaba de terminar su octava novela. Me dijo que él circunda exclusivamente en torno a un tópico estético y metafísico: historias encajadas entre dos culturas. Sería fácil referirse a su obra como literatura de síntesis cultural. Otros tópicos “característicos” de escritores migrantes son cuestiones de identidad, hogar y fronteras culturales cruzadas, produciendo argumentos tan interesantes como: “¡Santas cachuchas! ¡Mi hija quiere casarse con un alemán! Primeramente viviré en la negación, luego le demostraré por qué las cachuchas son santas y, al final, cuando él haya aprendido a decir ‘¿cómo estás?’ en hindi y salvado mi vida en la autopista, lo aceptaré como mi yerno”.
De hecho, la mayoría de las piezas de literatura migrante que he leído lidian de un modo u otro con una sola (frecuentemente autobiográfica) experiencia de migración. Esta observación estadística básica habla por sí misma. Pero estos porcentajes conducen, a su vez, a asunciones deficientes y precipitadas sobre la “reserva” de ciertos temas para un escritor con cierto pasado. Cualquier “buen” escritor debería ser capaz, en cualquier momento, de escribir “buena” ficción sobre un niño que sufre de cáncer, un perro con tres patas o una sinuosa carretera contando una historia sobre un autor migrante, todo sin haber siquiera hablado con un niño enfermo de cáncer, tenido un perro o ser amigo mío personalmente. Pero una literatura inteligente también implica inventar mundos que no son parte del propio mundo del autor. Mediante investigación, viajes, entrevistas y otros métodos de aproximación a lo desconocido, estas experiencias están al alcance de cualquier escritor. Si bien puede elegir no hacerlo, cualquier escritor puede tomar conciencia de nuevos aspectos de la vida y, a partir de ello construir una historia “contable” al escoger una perspectiva o voz que incluso un escritor inmerso en el tema podría haber pasado por alto. Personalmente considero a los escritores no-migrantes que intentan sumergirse en cuestiones “reservadas” a migrantes, igualmente destacables.
Siempre estoy ávido de leer el segundo o tercer libro de un escritor migrante, el que viene después de contar la historia de su exilio. Me parece más provocativo atestiguar cómo alguien de una esfera cultural ve su nuevo ambiente sin enfocarse en “lo nuevo”. Vale toda la pena contar una historia cotidiana en la voz de un oficinista alemán local, la historia de amor sin facilismos exóticos de un abrazo multicultural, o hablar de una guerra que no se luchó en el país que el autor tuvo que abandonar.
Para que la obra de un autor de ficción literaria sea significante, ser migrante es tan esencial como lo es ser un tipo de nombre Jeff que vive en un pueblo de tres mil habitantes en Carolina del Sur, con un Ford mustang 1967 estacionado en la cochera. Es decir, resulta enteramente irrelevante. No vuelve un texto más especial ni más merecedor de una reseña cuidadosa. La calidad de la escritura no crece automáticamente porque su autor migrante haya sobrevivido cinco guerras y se lo cuente al mundo. Los factores biográficos y leyendas siempre atraen tanto a los lectores como a los críticos. Pero por emocionantes que puedan ser, los juzgo notables únicamente en discusiones sobre biografías de no-ficción.
Tercer mito: un autor que no escribe en su lengua materna enriquece el idioma en el que ha escogido escribir.
Cuestionado sobre si es difícil escribir en una lengua que aprendí tan tarde (tenía 14), mi respuesta es no. Nunca es demasiado tarde para aprender un idioma, digo yo; solo consume más tiempo conforme se envejece, tiempo que de otra manera podría usarse para salir de pesca. Y entonces digo: no hay nada de especial en escribir en una lengua extranjera, siempre que creas que puedes usarla de manera suficiente y productiva.
Para mí, el hecho mismo de escribir es una lengua extranjera. Para cada cuento, para cada pieza de teatro, para cada nueva creación, tengo que aprender un nuevo lenguaje: tengo que encontrar la voz del narrador, tengo que decidir las características verbales específicas de mi figura, y tengo que aprender y mantener el ritmo y flujo del todo.
Muchos autores que escriben ahora a través del filtro de una lengua extranjera tuvieron que hacer, en algún punto de su carrera, la elección de qué lengua usar. Como nunca he sido tan listo como Nabokov o Kundera, nunca consideré la posibilidad de ser literariamente bilingí¼e. Para mí fue simplemente un asunto de practicidad. Elegí mi “mejor” idioma: el alemán.
En una reseña de mi novela, un reconocido crítico escribió: “¡StaniÅ¡ić le coloca a nuestro viejo alemán una máscara de oxígeno!” Yo, claro está, lo tomé como un cumplido y me jacté mucho de ello, tal como estoy haciendo ahora mismo. Con todo, soy sumamente escéptico cuando, en términos de calidad literaria, el hecho de que un autor escriba en su segunda o incluso tercera lengua conduce a un juicio crítico más favorable, aun cuando lo destacado sea el uso de construcciones lingí¼ísticas “inusitadas”, con figuras “exóticas” y un vocabulario “rico”. Darle crédito a un escritor migrante por cada juego de palabras que ensaya es (exagerando un poco) nada más que otro modo de decir “¡Ay, mira qué bien ha aprendido alemán ese extranjero!” Por supuesto, moverse sin cautela en una segunda lengua puede dar bellos resultados, a través de traducciones directas de frases y dichos, transformaciones estructurales, imitaciones rítmicas y hasta neologismos inspirados en la primera lengua. Esta es una buena estrategia de escritura, pero sólo si se hace con lógica y significancia, no sólo para crear un “sonido” o “sensación”.
A pesar de que a los críticos les pueda resultar inconveniente que un autor que trabaja en su lengua materna (o en su tradición artística nativa) exhiba palabras e imágenes inusuales, fértiles o únicas, no es ni imposible ni prohibido que un autor local experimente para producir estructuras lingí¼ísticas insólitas o conectar con otro folclor. La lengua es el único país sin fronteras. Cualquiera puede (y debería) usar el privilegio de hacer un idioma mejor, más grande y más hermoso plantando en él un árbol de palabras, un árbol nunca antes cultivado.

SaÅ¡a StaniÅ¡ić
Además de trabajar en una segunda novela e incursionar tímidamente en la poesía, SaÅ¡a StaniÅ¡ić escribe y fotografía artículos de viaje para la reista U Mag, y frecuentemente hace residencias como escritor invitado en sitios como la ciudad de Graz en Austria y el Massachusetts Institute of Technology en Estados Unidos, por mencionar dos ejemplos.
Estudió filología germana y eslava en la Universidad de Heilderberg e hizo un doctorado en dramaturgia y nuevos medios en el Deutsches Literaturinstitut de la Universidad de Leipzig, aunque actualmente reside en Berlín.
Sus piezas literarias le han valido el premio Ingeborg Bachmann, el Adelbert von Chamisso para obras escritas en alemán por extranjeros, y el quedar como finalista del Deutsche Buchpreis. Como apasionado del futbol, su lealtad está con el Estrella Roja de Visegrado, donde nació de madre Bosnia y padre Serbio cuando el culto a Tito y el régimen socialista aún no se desmoronaban en una guerra civil y de limpieza étnica de la que huyeron hacia el sur de Alemania en 1992.

*Traducción de Verónica de Santos.

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