El lenguaje incluyente divide opiniones. Y para la lingüista, filóloga y presidenta de la Comisión de Lexicografía de la Academia Mexicana de la Lengua, Concepción Company Company, esta modalidad finalmente se queda en lo superficial, porque las verdaderas luchas de las mujeres, como por ejemplo abatir la brecha salarial, no se solucionan con retórica. En entrevista para o2 Cultura, la doctora en letras y Premio Nacional de Lingüística reflexiona sobre el lenguaje incluyente y otros temas como la idiosincrasia del mexicano que se refleja en la lengua, el papel del albur en la identidad nacional y la forma en que se comunican los jóvenes en las redes sociales.
¿Qué identifica al mexicano en su uso del español?
A los mexicanos nos encanta usar posesivos, sin que tenga un poseedor claro. Vamos a ponerle su salsita. En las panificadoras aparece el letrero: “Llévese su pastel de 15 años” y usted no ha comprado nada, ni es suyo. En el supermercado: “Cómo quiere su rebanada”. Y no es suya, porque no lo ha comprado.
Tenemos también gusto por usar posesivos que no disminuyen nada. Un segundito, y los segundos no se pueden disminuir. El ahorita, es un caracterizador por el que nos conocen a los mexicanos. Un ahorita que puede durar cinco años y cuando realmente queremos que sea inmediato tenemos que decir: ahoritita.
Además el mexicano tiene mecanismos para estar distanciados de la escena, meter su cuchara, pero estar de alguna manera distanciada, como la niña me sacó diez. ¡Y cuál! Ni la mamá ni el papá se examinaron o hicieron el esfuerzo. Pero el “me” es un mecanismo en el que está, pero no quiere estar. O José Alfredo Jiménez: “Te me vas ahorita”. Que no es que se quiera ir, el hombre quiere retenerla, si no, no habría puesto un me. ¿Recuerda aquel bolero de El Sigala? Vete de mí. Esa sí es una orden de alejamiento.
Algo que sorprende muchísimo es que la negación no sirve para decir no. En latín, o en otros dialectos del español, como el español de España o el español de Argentina, la negación es para decir no, pero si usted le pregunta a un mexicano va a decir: Déjeme pensarlo. Entonces el mexicano reinterpreta el déjeme pensarlo como un no. Si un mexicano dice “yo lo llamo”, es “no me esté molestando”.
¿Qué papel tienen en la identidad del mexicano el albur y las palabras altisonantes con flexibilidad de acepciones?
El albur es exclusivamente mexicano. Ese juego sexual, de competencia, originariamente entre hombres para jugar con la lengua, pero para consultar al otro diciendo tú eres homosexual y el otro revira. Hay reyes del albur, pensemos en los locutores que han hecho de alarde del albur, como Brozo y debo decir que ahora la Reina del albur es una mujer de Tepito [se refiere a Lourdes Ruiz Baltazar, quien falleció este pasado 13 de abril], una zona brava de la Ciudad de México. Yo alguna vez di una conferencia con ella y es muy buena albureando. Pero no surge el efecto festivo como cuando lo dice el hombre, porque hay una fisiología del albur. No tenemos órganos sexuales masculinos. Ese órgano sexual masculino que permite metáforas como machetes, espadas o lo que usted se imagine, o bastones, como no lo tenemos no surte efecto. Se puede ser buena albureando y contrapunteándose, pero las metáforas están basadas en la neurofisiología y la anatomía de los hombres. Así inicia y por eso tiene tanto efecto cuando un hombre alburea a la audiencia u a otros hombres.
¿Qué opinión tiene del lenguaje incluyente?
En el momento en que se puede decir, es correcto. Cualquier hablante que nazca sin patología cerebral o patología del aparato fonador, todo lo que emita es gramatical. Decir todas y todos, estimadas todas y estimados todos, estar desdoblando es correcto. No hay ningún problema. Hay zonas donde empiezan problemas de interpretación, donde digo: las niñas y los niños, “ese” las queda colgando, porque no es una palabra plena y hay que asignarle a qué se está refiriendo.
Mi opinión personal, es que es una tarea superficial, yo creo que las mujeres sí la están haciendo y yo he hecho ese pelea, por ser considerada igual. Me parece que la pelea no está en el lenguaje. Está en hechos sociales. Quiero tener el mismo acceso a educación o salarios. La igualdad no está en que me digan arquitecta, presidenta de la comisión, me da igual que me digan presidenta o presidente. Lo que quiero es que me paguen igual si soy igual de buena, o me paguen mejor si soy mejor. Esa es la pelea. Que no haya brecha salarial
Yo siempre les digo: ¿Ustedes quieren empoderarse? ¡Usen sólo femenino! El femenino es el género gramatical que excluye. Si yo digo: estimadas todas o queridas todas, usted queda automáticamente fuera. Ya, queda excluido el hombre. ¿Queremos empoderarnos? Tenemos la herramienta perfecta en la lengua española, que es usar solo femenino para excluir a los hombres. Pero parece que no queremos excluirlos, queremos estar con ellos y estar a la par. Pero la gramática es la zona superficial de esta complejidad del problema de la inequidad.
¿Qué análisis hace de la forma en que se comunican los jóvenes en las plataformas digitales, que escandaliza a los puristas?
A mí me parece que no hay que asustarse, que el español goza de cabal salud. Las redes sociales crean nuevos códigos textuales, con nuevos mecanismos, pero no va a pasar nada, no va a pasar de las redes. Es un tipo textual. Y cuando me preguntan: ¿Tu qué opinas Concepción de tantas abreviaturas, holis, amix, o esos que escritos con K? Les respondo: es que no has visto escritos del siglo XVI, de la administración americana, tenían tanta prisa por asentar lo que estaba pasando y era un mundo de abreviaturas impresionantes.
La misma prisa que generan las redes, esa prisa de la inmediatez comunicativa, de otra manera la generaba la administración. El escribano tenía que escribir a cien por hora y buscar mecanismos de abreviación impresionantes.
Ahora son nuevos soportes textuales, como el Twitter, como WhatsApp, donde todo se abrevia, hay prisa comunicativa por el mundo de la cercanía. Pero se va a quedar en ese ámbito. Ya ha habido experimentos de escritores con obras de teatro en código de chat. Es un experimento. ¿Pero cuántos escritores van a reproducir eso? Eso no va a pasar. Es un experimento realmente. No hay que asustarse, de ahí no va a salir.