Amigo:
En diversas ocasiones me platicaste de tu experiencia en los talleres literarios que impartías en Tonalá y cómo los talleristas buscaban arrojar en sus textos miedos, coraje, lograr pequeñas catarsis. “La escritura sana”, me decías. Hoy retomo esas palabras para intentar procesar un duelo más, el de tu partida, que se une a la de estimadas y grandes personas: Lupita Lías, Lichita Sandoval, Diana Puig, quienes como tú forman parte de una gran familia integrada desde hace más de 20 años en el piso 6 del edificio de Rectoría de la UdeG.
La última vez que nos saludamos, 15 días antes de tu partida, intercambiamos nuestro sentir de quiénes éramos en ese momento, lo que expresaste con un rostro cansado y triste; así como la lista de lecturas pendientes, como Infieles, del escritor Marroquí Abdela Taia, o El testamento, de la actriz del cortometraje mexicano Ponchada (1994), Lisa Owen. Publicaciones de las cuales no brindé detalles para no spoilearte.
Prometiste que encontrarías tiempo para leerlos.
Coincidimos en que la pandemia del COVID-19 nos tiene en constante cambio y que estábamos en un tiempo para dedicarlo a nuestro SER, idea que expresabas ya en poemas que compartías por whatsapp, fuera domingo o día festivo y que estarían incluidos en tu siguiente libro. Como este:
Avenida Juárez
Fijeza,
principio y estancia,
estampida
de gente;
línea extensa
donde cada uno se pierde
o se descubre,
lugar donde
se unen avenidas
y da lo mismo
si fue hace
cuarenta años
o es hoy
—en este instante:
los pasos
son los mismos
pero no el sentir,
no es el mismo
polvo
el que se eleva,
ni quien camina
Me he visto
crecer en este asfalto
y ahogarme
en este humo
—perderme
y encontrarme
una y otra vez.
La llegada de la noticia de tu fallecimiento fue otro balde de agua fría, en menos de cuatro meses.
Pero te fuiste en paz al sueño eterno.
Ese 10 de abril has cruzado el umbral, me lo han dicho, mientras en redes sociales circulaba “Las apariencias”, poema incluido en Enredo (2018):
Cruzarás el umbral
y yo me inclinaré hacia el agua
que anuncia las profecías con un lenguaje atroz.
Cruzarás el umbral con pasión desmedida,
mientras yo,
cubierto de preguntas, en el agua veré
las “apariencias”
con que deben verse desde ahora las cosas
—los acontecimientos de la reunión,
los actos de la mano,
en la que viaja una daga
(el brillo de sus luces multiplicará las incertidumbres).
…a la hora en que interceda la duda
ya estarás confundida con las figuras del sueño
y atravesarás el espejo brumoso
en el que forjamos una sola figura
destejida,
encubierta en lo que ahora “somos”.
Cruzarás el umbral para que la reunión satisfaga a los asistentes,
que ahora se unen en círculo y siguen
mis pasos indecisos,
mis manos temblorosas
—esa daga en el aire no podrá restañar
la herida de donde la sangre lenta se derramará
con un lenguaje desde ahora indescifrable,
y que propiciará los únicos indicios
de las apariencias…
Y escuchando los primeros acordes de Bolero, de Zbigniew Preisner, escribo estas líneas para dar salida a la rabia de la existencia de la muerte; al coraje que partan los grandes como tú, Pazarín; a la tristeza que invade al observar un escritorio vacío de tu esencia; de la falta de tiempo para continuar juntos revisitando el pasado, conversar sobre las ficheras o de tus años vividos en la casa de Alcalde Barranquitas.
No te has ido, estás cerca y lo sabemos. Tus libros esperan en el estante para muchas relecturas, y como en juego de palabras: La vuelta a la aldea (2018), en Viajes inesperados (2019), Construcciones (1994), de Puentes (1993) y Divagaciones en las escaleras (1994); sólo queda dejar ir sin Miedo al vacío (2014) .