El circo es un enigma para el público. Sólo quienes viven bajo las carpas, y deambulan por ese mundo y no le temen a sus rarezas, pueden ser candidatos a ser protagonistas de un espectáculo que les obliga a retar los poderes de la metafísica. Unos cuantos deberán tragar fuego, otros desafiar a la gravedad, unos más —por dote de su naturaleza— exhibir sus amorfos cuerpos y hay hasta quienes dominan a las bestias.
Los freak shows exhibían lo diferente de lo común. Eran un complemento de las artes circenses. El espectáculo del morbo donde reinaba lo grotesco y lo singular. Por ejemplo, en la Francia de finales del siglo XIX e inicios del XX dos payasos elevaron sus éxitos porque uno de ellos era negro, Monsieur Chocolat (Rafael Padilla, de ascendencia cubana y africana), quien ganó notoriedad por representar en el escenario a la raza negra de acuerdo a los estereotipos sociales del momento, que era vista con menor reconocimiento intelectual que la raza blanca.
Durante algunas épocas, la mayor atracción del circo fueron los “fenómenos”, y fue la única forma de obtener algunos ingresos para aquellos que no cumplían con los cánones de belleza que se exigían para poder ser aceptados por las altas esferas sociales. Además de que eran períodos en los que la humanidad tenía gran curiosidad por descubrir los terrenos inexplorados y de conocer a los bárbaros que habitaban en tierras lejanas.
Los marineros eran los únicos hombres con tatuajes en la piel, una mujer con vello facial rompía los tabúes, un hombre de estatura corta robaba miradas, un simio-león-elefante (o cualquier otro animal salvaje) atraía la atención de las ciudades cosmopolitas, porque eran los moradores del África, junto con las personas negras.
La música y la literatura son quizá los terrenos que —posiblemente— más han indagado en la vida bajo las carpas. La música al aprovechar los sonidos típicos y llevarlos a las diferentes escenas para la fusión sonora. Por su parte, las letras —desde la narrativa—tienen diversos referentes: uno de ellos es Eliseo Alberto, quien mostró la nostalgia de todos los inquilinos de un circo (desde los trillizos, el domador de león, el león, el malabarista, la mujer cisne o equilibrista…) en su novela La eternidad por fin comienza un lunes o El grande viaje del Cisne Negro sobre los lagos de hielo de Irlanda.
En cuanto al género dramatúrgico y la puesta en escena, una muestra donde se lee una variante del circo de fenómenos se da en Freak Show, que a partir de este febrero —todos los viernes y sábados del mes— presentará su segunda temporada en el Teatro Vivian Blumenthal a las 20:00 horas.
La obra promocionada por la compañía de teatro tapatía Make Project, es dirigida por Lucía Cortés y Antonio González y cuenta con las actuaciones de Armando Amezcua, Alberto Magaña, Gloria Ramírez y Antonio González.
A diferencia de los espectáculos de antaño, esta obra aprovecha el dominio casi mágico del tiempo que tiene el presentador, pues maneja los destinos de dos personajes a su antojo, bajo la intención de propiciar que dos personas se sientan atraídas; quizá con telepatía, pero es evidente cómo juega con la secuencia periódica, vuelve la escena, la adelanta y trata de interferir en las decisiones de los personajes para mostrar su superioridad en el dominio del espectáculo.
Los fenómenos no tragan fuego, ni dominan bestias. Uno es un científico entomólogo enamorado de los bichos raros, la otra, es una mujer orgullosa de su físico con sentimientos narcisistas que le dan una seguridad particular de que despierta pasiones profundas en todos los varones. El juego del presentador en cada puesta es hacer que ella se dé cuenta que no es la orquídea exótica como se considera a sí misma y en él abrirlo a una relación que no tenga que ver con insectos.