De pronto en 12 monos, por sobre un puente, corren libres los animales del zoológico. Y todos nos sorprendimos. En los días recientes, en varias partes del mundo, de acuerdo con las noticias, en Moscú un león —muy campante— recorre las calles; en Madrid los pavorreales caminan por las rúas; en Venecia los cisnes nadan por los canales; un zorro aquí, delfines allá; un jabalí caminando por las nocturnas calles de una ciudad en busca de comida; y venados en manadas tomando sus antiguos territorios…
Todo lo que creímos una creación, una ficción, ahora que estamos confinados en nuestras casas debido a la pandemia del Covid-19, es una realidad.
¿Cuándo la realidad se convierte en ficción? ¿Cómo es que la imaginación recobra su espacio y se convierte en realidad?
Durante muchos años nos acostamos cómodamente en la cama para ver una película que declaramos “chafa”, pero era dominguera y tomamos nuestra bolsa de palomitas y nos dedicamos a ver cómo los personajes sufrían en equis pueblo, en equis ciudad del mundo una pandemia debido a una catástrofe o, en este caso como nos ocurre a nosotros, por un virus.
Series y filmes a través del tiempo han tratado el tema, los críticos recuerdan Pánico en las calles (1950), La amenaza de Andrómeda (1971), Estallido (1995), Zona peligrosa (1996-1997), Infectados (2009), Contagio (2011), Cordon (2014-2016), Fortitude (2015-2018), The Hot Zone (2019), y Pandemic: How to prevent an outbreak (2020).
Y todos, sin casi excepción, recordamos seis filmes: Contagio, 12 monos, Estallido, Soy Leyenda, Tren a Busan y Hijos de los hombres… ¿quiénes recordarán, en el futuro, Covid-19, cuando Hollywood, la Meca del cine, la lleve a la pantalla?
Seguramente nadie que lee este recuento imaginó que sería —como lo somos ahora por la contingencia—, protagonista de una historia en verdad terrible. No hemos dimensionado aún la gravedad del asunto. Ni porque en China, España, Italia, los Estados Unidos, Ciudad de México y Guadalajara es ya, no una parte lejana del mundo que nos llega a través de las redes sociales y la web, sino una región, una aldea, una ciudad que ahora sí, debido a la enfermedad, nos ha convertido en un mundo global, en una aldea que tiene en común un mismo temor, una misma amenaza y la muerte o la vida…
Ya no es, pues, ficción la ficción: es una realidad real.
Hace un par de noches, como tenía dificultad para conciliar el sueño, mi mujer y yo nos fuimos a conversar a la sala. Y el cubo del edificio nos trajo un diálogo a la una de la mañana.
Donde vivimos hay una pareja que hace piñatas. Y del silencio, luego de un olor a marihuana, llegó la voz de la mujer, que le decía a su marido:
—¿Y ahora qué vamos a hacer? Con esto ya nadie se va a reunir ni hacer fiestas. ¿De qué vamos a vivir si nadie ya comprará piñatas? Ahora sí nos cargó la chingada…
Y un silencio. Y un olor más penetrante. Y otra vez el silencio porque el marido, que siempre ha sido un valentón molesto con el vecindario, no dijo palabra alguna.
Todos los días el trajín del hacer piñatas se dejaba escuchar. Pero a la mañana siguiente, y hasta hoy, no hay tal trajín. Han dejado de laborar y, como este caso, debe haber muchos en toda la ciudad, el país y el mundo.
Dejamos de ser espectadores en una sala de cine, en la sala o la recámara cuando veíamos con emoción y distancia algunas de las películas sobre contagios de virus, y la realidad nos ha confinado a ser —lamentablemente, claro— protagonistas sin cámaras de esta película sin director.
Nunca, por otra parte, ha sido de tanta utilidad el internet y, también, las redes sociales: a través de éstas nos podemos comunicar. Pero también a través de ellas nos han logrado hacer sentir el más grande pánico. Pues por éstas nos enteramos de todo: lo cierto y lo falso.
Esta terrible experiencia nos está transformando. La realidad nos ha convertido de seres reales a ser coprotagonistas de una ficción muy real.
Quizás, algunos, ¿seremos leyenda?.