De los muchos que fui

"El azar nunca deja cabos sueltos", nueva antología de la obra del poeta Jenaro Talens, es un libro singular que incluye una selección de doscientos poemas, una serie no publicada con anterioridad, además de un conjunto de traducciones poéticas y un compendio de prólogos, ensayos y apuntes en prosa

1762
© Jenaro Talens

El primer libro del poeta español Jenaro Talens, En el umbral del hombre, apareció en 1964. En ese poemario, publicado cuando su autor apenas tenía dieciocho años, ya están prefigurados los rasgos que, al paso de seis décadas, han hecho de Talens un poeta reconocible, sensorialmente vívido, intelectualmente desafiante. La indiferencia del paisaje, insensible a las preguntas que se le dirigen; los límites de la comunicación, que lo mismo nos inculcan el anhelo de la compañía que la certidumbre de la soledad; el espejismo de la experiencia, por el que percibimos como un todo coherente los minúsculos y desorganizados fragmentos que conforman la vida: esos campos de interés están, hoy, representados en El azar nunca deja cabos sueltos, antología de más de quinientas páginas elaborada por José Francisco Ruiz Casanova y publicada por Cátedra en 2021.

Los lectores enterados recordarán, como mínimo, tres antologías de Talens anteriores a ésta: Cantos rodados (Cátedra, 2002), Luz de intemperie (UNAM, 2006) y El bosque dividido en islas pocas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2008). Se trata, en los tres casos, de muestras representativas de la obra poética de Talens. El azar nunca deja cabos sueltos es un libro singular porque, tras una robusta y bien informada introducción de Ruiz Casanova, incluye una selección de doscientos poemas, a los que se suma una serie no publicada con anterioridad (Memorial de una pandemia, de 2020) además de un conjunto igualmente nuevo de traducciones poéticas de Petrarca, Leopardi, Júdice y otros autores (Oficio de Babel) y un compendio muy esclarecedor de prólogos, ensayos y apuntes en prosa sobre temas poéticos y literarios.

“Aunque nada de lo que he escrito puede desvincularse de una vivencia concreta, nunca he hablado de mí, pero siempre lo hice desde el único lugar del que me es imposible sustraerme, esto es, desde mí”, ha dicho Talens.

Con los años, el poeta nacido en 1946 ha organizado sus libros en tres áreas que corresponden, grosso modo, a tres volúmenes recopilatorios, pero también a tres edades o, mejor aún, a tres plenitudes vitales que no compiten entre sí, por mucho que se distingan las unas de las otras. La primera estancia es la de Cenizas de sentido, libro de 1989 que agrupa los poemas escritos entre 1962 y 1975. Es la primera juventud: la más nerviosa, la más hermética y experimental. A la segunda estancia corresponde la recopilación publicada en 1991, El largo aprendizaje, que recoge los poemas escritos entre 1975 y 1991. Es la segunda juventud, más reflexiva. La tercera estancia es la de Puntos cardinales, libro publicado en 2006 en el que se compilan poemas escritos entre 1991 y 2006. Es la madurez, en la que Talens, inconforme con referir lo vivido, se sirve de la experiencia para escalar en ella y constatar desde lo alto que la identidad personal es un edificio que va derrumbándose conforme se construye. La identidad se forma o se disgrega sílaba por sílaba en la suma o la confrontación de las tres etapas, constituyéndose como la sustancia misma de toda la obra.

“El tono melancólico”, dijo Baudelaire, “es el más poético de todos”. No parece haber novedad, pues, cuando se observa que la poesía de Talens, a primera vista, es austera y melancólica. Sin embargo, leyéndola con mayor atención es posible advertir que su tono, para emplear aquellos mismos términos de Baudelaire, no es tanto el de la melancolía como el de cierta superación de la melancolía. No hablo de una superación en el sentido de una intensificación o agravamiento de la melancolía. Me refiero a que la perspectiva de Talens es la de quien ha conseguido situarse más allá de la melancolía, traspasándola, cruzándola para llegar a un estado de comprensión posterior a la emoción propiamente dicha. Entiéndanse así estos versos del monólogo de un hombre adulto que, al saberse a las puertas de la vejez, intenta decirle adiós al perseverante Peter Pan que se resiste a dejarlo:

“Empapado de otoño y de una lluvia que no existe / ya no me busco en ti. Reposa en paz / en esa isla sin nombre rodeada de tiempo, / el reino frágil de tu eternidad, y olvídame. / No tengo espacio ya para tus sueños”.

En la poesía de Talens la esencia de la identidad es, como puede verse, una paradoja: soy todo aquello que voy dejando de ser. Soy este yo, este yo que no es el mismo de ayer ni el de mañana, y no estoy en mi nombre:

“Yo, cuyo nombre no me identifica, pues remite a un fragmento de los muchos que fui, en otro tiempo quise llegar a ser quien soy, en este territorio donde el exilio es ya naturaleza. Hoy, pasados los años, después de tanta errancia sin puertos ni fronteras, descubro que el camino constituye mi hogar”. Dice también, con desengañada transparencia: “La vida más auténtica la he vivido sin mí. / Avancé paso a paso, con la mirada puesta / en un paraje inhóspito, sin conocer siquiera / lo que los otros llaman intemperie”.

Alguien podría pensar que la identidad es otro nombre de la subjetividad. La poesía de Talens muestra lo contrario. La palabra poética es una herramienta de despersonalización y, más precisamente todavía, un resquicio para construir la subjetividad tan lejos de la identidad como sea posible. Mejor aún: “mi cuerpo, al fin, descubre lo que siempre supo, que su aliado no fue el pensamiento, sino la pasión”. Por lo general, nada somos, como no sea los mitos que narramos para creer que algo somos. Gracias a la poesía, por un instante, somos esto: la sensación, la memoria, la extraña convicción de lo vivido.

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