entrevista
La voz literaria de Deana Molina ha nacido de sí misma. Su maduración viene con un génesis puro que se ha enriquecido con los éxodos de la vida —su experiencia— y con las previsiones del porvenir. Hija de una mujer artista plástica, nacida en la península de Yucatán, creció en el norte del país donde reconoció su halo cultural.
Desde joven exploró las expresiones artísticas —la literatura, la música a través del piano—mientras se formaba en las ciencias, principalmente con la Química como motor. Sus gestiones y su facilidad para comunicarse hicieron que fuera una de las impulsoras —sino es que la principal en hacerlo— de llevar una escuela Sogem (Sociedad General de Escritores de México) en el sur de Sonora, de la que fue representante.
“Con las ciencias se puede hacer arte, se puede hacer literatura. Simplemente ve lo que dejó Stephen Hawking. Era un filósofo ese tipo”, me dice en relación a su faceta como escritura y educadora de ciencias en el nivel medio superior.
Cuando Deana lee sus propias letras que vienen del pasado son como predicciones del presente. Un presente. El suyo o incluso el social. En ella, es como si un aura la llevara a escribir aquello que en algún momento se volverá lo común.
En su poemario Infiernos cotidianos (Keli ediciones, 2021) escribe: Te miro, rasga el incendio / de tu ser el horizonte / y me pregunto, esta tarde, / si es uno solo o varios / los demonios que me abrazan / y conducen al infierno / cotidiano donde muero.
También pasa un poco con con Elizama (Tinta nueva ediciones, 2022) una novela que parte de lo singular a lo coral, con un entramado de nudos manifestados por el lirismo de la narración, que la hacen una pieza fluida donde se manifiesta el dolor y el abuso de la tradición androcentrista en una sociedad donde la protagonista es una joven que prevalecerá ante la opresión.
La novela también es una especie de ensayo narrativo que mezcla poesía y prosa en un arrebato que pudiera ser visto como un impulso a la liberación femenina, escrito dos décadas atrás y que ve la luz pública en este mismo momento cuando las demandas sociales exigen igualdad. Otra vez ese sentido de premonición.
¿Qué es la escritura para ti? Creo que la vida nos confía misiones y nos brinda el conocimiento para salir adelante de esa de esa misión que te han confiado. Y es un poco eso. Es estar ahí en todo lo que me ha tocado ver y que lleva a que yo siempre me cuestione eso mismo que sé que es para algo.
¿Cómo nace Infiernos cotidianos? Todo tiene su tiempo y nació hace tiempo, pero ahora es el mejor momento de que salga. Desde hace como cinco años que a mí me hace mucho ruido la muerte cómo la tenemos en lo cotidiano, pero no la solemos ver. Cuando tú te cortas las uñas cuando te dan manicure cuando te cortas el cabello con la descamación de la piel, es la muerte ¿no? Son atisbos y hablo sobre eso. Es cuando refiero lo que dice en el poema “Crece en mi rostro”: Señales son los despojos / de su paso indescifrable, / el sedimento blanquecino / que inventa los caminos solitarios / del pasado donde habita / disfrazada de un tiempo que no vuelve, / cuando acecha plena el porvenir.
¿Qué es la poesía para ti? Es un abordaje de la vida. Todo es la vida.
¿Y Elizama? Elizama nace una parte en mi vida en el norte y una última parte que la termino de escribir cuando ya estoy en Guadalajara. Esto hace 20 años. La historia es como puros monólogos, cada personaje habla. Hay algunas historias que le forjaron: hablo de la policía, de los judiciales, de la religión, como era todo en Chihuahua cuando vivía allá. Incluso hay personajes que me inspiraron mi propio legado familiar y otras que he conocido en la vida. Al final es una hecatombe.
Con la aparición de estos dos libros que desvelan pasajes de tu vida como autora y que quizá te llevan a sentirte libre, ¿Cómo podrías definir en este momento la libertad? Existo solo para mí, para los demás me consta que dejas huella y me consta que se hace a cada paso que das porque marcas, abonas o reduces. Mi libertad es un nuevo camino donde sé a donde voy y voy sin prisa.