La educación es un ornamento en la prosperidad
y un refugio en la adversidad.
Aristóteles
El sistema educativo se vio vulnerado ante la situación de contingencia que vive el mundo, los actores partícipes de éste despertaron un día con una realidad inesperada, en la que los hogares se convirtieron en escuelas y los padres en profesores. Sin embargo, este fue el escenario más benévolo, dado que al menos tienen las herramientas tecnológicas para continuar con el aprendizaje. Existe otro grupo de personas que no cuentan con las condiciones mínimas para ser atendidos por las instituciones de educación.
De acuerdo con los datos de la UNESCO, alrededor de 826 millones de estudiantes no pueden asistir a sus aulas por el cierre de las escuelas generado por la pandemia de Covid-19, lo que representa casi el 50% del total de alumnos confinados, quienes además no tienen acceso a una computadora en el hogar y el 43% (706 millones) no tienen internet en sus casas.
A lo anterior se agrega que unos 56 millones de alumnos viven en lugares donde no alcanza la cobertura de redes móviles y en México, la deficiente conectividad, el no contar con un espacio dentro de casa para llevar a cabo la interacción virtual con el profesor y la falta de apoyo de la familia (en muchos de los casos monoparental) para disponer de los tiempos señalados para las sesiones en línea, son elementos que se suman a la creciente desigualdad que dejará la pandemia.
Ante este panorama, el reto para las instituciones es replantear la eficiencia de la educación, para lograr una mayor cobertura de aprendizaje para la comunidad estudiantil. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) propone abordar las necesidades de aprendizaje, sociales y emocionales de los estudiantes desde un enfoque educativo holístico, donde los gobiernos trabajen en asociación con otros agentes de intervención educativa, como organismos de salud y comunitaria, trabajo social y, además, se realce la importancia de los docentes para situar el aprendizaje perdido mediante programas educativos acelerados donde se prioricen los objetivos curriculares esenciales, así como que se establezcan los contenidos a impartir durante etapas de aislamiento social.
Asimismo, recomienda explorar alternativas para quienes no tienen la oportunidad de tener una educación en línea, mediante programas de televisión, radio o entrega de paquetes educativos impresos, así como establecer asociaciones con el sector privado, la comunidad e instituciones con buenas prácticas que puedan solventar las necesidades requeridas para alcanzar una educación inclusiva, porque para lograr aprendizajes se necesita más que proveer tecnología. La comunicación entre profesores, estudiantes y padres de familia podría permear mediante una plataforma donde se compartan los objetivos educacionales, las estrategias de aprendizaje y se sugieran actividades y recursos adicionales.
El escenario es incierto, aunque se puede comenzar por reconocer que hay mucho trabajo por hacer para disminuir las brechas educativas y digitales, cambiar nuestra visión de un espacio físico de aprendizaje centrado en la escuela o el creer que una virtualización de los cursos es la solución.
Además del aprendizaje, deberán atenderse otras situaciones de tipo emocional y social con la interacción de los padres de familia o tutores, así como reconocer otras formas de aprender, donde el gestor es el estudiante, apoyado en instrumentos que sean una guía para su desarrollo. Esta es una tarea conjunta con las autoridades gubernamentales, educativas y la sociedad. La sensibilidad de todos los involucrados para atender las necesidades de quienes están en condiciones de vulnerabilidad, será crucial para el éxito de cualquier modelo educativo.