Desde 1992 se conmemora el Día Mundial del Clima (26 de marzo), proclamado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Un tema que preocupa ante los cambios de temperatura extremos que vive la humanidad, poniendo en riesgo su supervivencia.
El cambio climático impide garantizar la seguridad alimentaria al escasear el agua e incrementarse los periodos de sequía, aunados a la fuerza de los huracanes que arrasan con los campos agrícolas y dejan sin agua potable y sin vivienda a miles de personas.
El cambio en la temperatura del planeta que se ha experimentado en los últimos años ha llevado a una precaria adaptación de los seres humanos sin que se haya logrado incrementar nuestra responsabilidad para frenarlo.
En el año 2020, la temperatura media de la superficie terrestre aumentó en 1.2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, gran parte de este incremento se debe a la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en la atmósfera.
En este sentido, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) señala que la década de 2011 a 2020 ha sido la más calurosa de la historia desde que se iniciaron los registros.
Aunque con la disminución de la movilidad provocada por la pandemia del Covid-19 se esperaría una reducción, al menos temporal, en la emisión de los Gases de Efecto Invernadero, lo cierto es que el impacto positivo se habrá diluido para el año 2030, dado que la economía volverá al ritmo de crecimiento que se tenía antes del 2020.
Es importante mencionar que el 90% del exceso de energía que se acumula en el sistema terrestre generado por las concentraciones de GEI va al océano; en 2020 el 82% del océano experimentó al menos una ola de calor marina, lo cual afecta a las especies y a las comunidades que dependen de él.
El aumento de la temperatura y el derretimiento de hielo en Groenlandia, la Antártida y los glaciares, ha provocado el aumento del nivel del mar, que en promedio se incrementó en 3.29 milímetros por año, situación que pone en riesgo las zonas costeras.
La situación ecológica del país es grave, pues ha perdido alrededor de 50% de sus ecosistemas naturales debido al cambio en el uso de suelo, la tala inmoderada, los incendios y la contaminación, problemas que se suman a un crecimiento urbano acelerado no sustentable.
De acuerdo con una publicación del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria de la Cámara de Diputados, de los 2 mil 456 municipios del país el 20% tiene un nivel de vulnerabilidad frente al cambio climático muy alto o alto, en tanto que el 36% es de un nivel medio y el 44% es bajo o muy bajo.
Los costos totales por agotamiento de los recursos naturales y la degradación ambiental en 2018 representaron el 4.3% del Producto Interno Bruto (PIB).
México se ubica en el lugar 14 a nivel mundial en la emisión de GEI, el sector que más contribuye con estos gases es el de energía con un 66.1%, mientras que el dióxido de carbono es el principal componente de los GEI, ya que representa más del 70%.
Entre 1990 y 2017 las emisiones crecieron en un 65%, a un ritmo promedio de 1.9% anual; si bien en los últimos siete años se observa que la velocidad en el incremento de las cifras se ha reducido debido a la eficiencia energética, la disminución del uso del petróleo y el carbón y el incremento en la generación de energías renovables.
Por desgracia en nuestro país la realidad es otra, por la necedad de continuar generando energía eléctrica con combustibles fósiles, lo que provocará un incremento en la emisión de dichos gases.
Es urgente atender la evidencia científica del impacto de las actividades humanas en el medio ambiente, si se quiere garantizar un planeta verde para las futuras generaciones, de lo contrario se continuará con el escenario catastrófico que ya vivimos actualmente, con sequías, inundaciones, enfermedades generadas por la contaminación atmosférica y del agua.