Pintor, dibujante, escritor, polémico, son algunos de los atributos que Gerardo Murillo, conocido como Dr. Atl, desarrolló en vida. Vale decir que el seudónimo superó a su nombre. Se le conoce más como paisajista y la crítica lo coloca al lado de José María Velasco.
“La pintura es una rueda que está sujeta, química y biológicamente, a un ritmo que no se puede modificar. La pintura tiene una unidad histórica, una unidad absoluta”, le confió alguna vez el Dr. Atl a Rafael Heliodoro Valle en tanto disfrutaban una taza de té hindú. “Y usted sabe que el té, como el vino, cuanto más viejo, es más delicioso” (Revista Universidad de México, 1947).
En su libro Gentes profanas en el convento, Atl sostuvo en referencia al tema del paisaje: «…yo nunca salgo ‘a buscar un paisaje’: siempre dejo que el paisaje me busque a mí, que se eche violentamente sobre mi sensibilidad”.
La historia de su cambio de nombre tiene ligeras variaciones. Todo principia con su viaje de Nueva York a Francia. Una tormenta en el Atlántico amenaza con naufragar el barco. Pasado el peligro decide cambiar su nombre. Después de un breve catecumenado laico, lo encontró: agua. Y lo decidió en náhuatl: Atl. El poeta Leopoldo Lugones le preguntó:
—¿Por qué no le antepones un título?
—Soy doctor en Filosofía —le contestó Gerardo Murillo.
—¡Dr. Atl! —expresó Lugones.
José Juan Tablada le dedicó un epigrama al Dr. Atl, por su cambio de nombre: “De Bartolomé el homónimo,/ ya que emularlo no pudo,/ se ha adjudicado un seudónimo/ que parece un estornudo”.
Se le conoce al Dr. Atl como el pintor de los volcanes. Pero no los pintaba de lejos, sino, principalmente, encima de ellos. Era una rara combinación de pintor alpinista. Carlos Pellicer recordó pláticas sostenidas con él después de que bajara del Popocatépetl, en donde había una recurrencia: “Muchas veces me habló de cuando las nubes se metían a su casa y él las echaba a sombrerazos” (Universidad de México, 1983).
Estas caminatas fueron el principio de su libro Las sinfonías del Popocatépetl (1921). En el Preludio incluye varios textos sobre otros volcanes, entre ellos el de Colima: “Tu permaneces ardiendo entre los Formidables Sepulcros, escupiendo al Espacio la sangre de tu propio corazón y proclamando en el silencio de la altísima atmósfera, tu espléndida furia” (Fragmento).
El 20 de febrero de 1943, Dionisio Pulido miró el nacimiento de un volcán. De inmediato la noticia recorrió salas científicas y culturales. El Dr. Atl fue uno de los que acudieron al nacimiento y crecimiento del volcán Paricutín. Esta estancia dio origen a su libro Como nace y crece un volcán. El Paricutin (1950). La larga estadía en las faldas del volcán contribuyó, según unas opiniones, a que el Dr. Atl perdiera la pierna derecha. Otros atribuyen la pérdida a la diabetes o a la gangrena; se suma una trombosis. Fue el Dr. José Palacios Macedo quien lo atendió desde la amputación hasta los últimos días de vida.
En el año de 1962, Jacobo Zabludovsky entrevistó al Dr. Atl. Le pregunta: “¿Cómo fue que usted perdió la pierna derecha?”. El Dr. Atl, irónico, contestó: “Después de mi estancia de un año en París, me vino una serie de choques nerviosos, terribles. Y un día tuve un colapso muy fuerte. (…) Me llevó, oh contrariedad, a una maternidad. Yo creí que iba a tener un niño, pero no, me cortaron una pierna. Salí sin niño y sin pierna”. (https://www.youtube.com/watch?v=UPMLut2aCVo)
Poco queda de Olinka, la ciudad del conocimiento que el Dr. Atl quiso construir en Pihuamo, Jalisco. De ese proyecto queda una casona con el nombre de “La Gloria Escondida”. Se cuentan historias del tiempo que el Dr. Atl pasó ahí. Una de ellas, la comparte Rosa Elena Ramírez Vicente, la cronista municipal: «Cuando venía el Doctor, don Daniel Estrada Mora, un habitante del pueblo, lo acompañaba para que pintara los paisajes desde el cerro Bajado. Un burro cargaba las pinturas y el caballete. Don Daniel cargaba al Doctor a manchis. Una vez el Doctor llevaba apuro, de seguro para aprovechar la luz, y con la muleta le empezó a dar puyas en las piernas para que caminara más rápido. ‘Mire —le dijo don Daniel—, si me sigue picando el culo, lo bajo y a ver cómo se regresa’”.
Entre los visitantes distinguidos a “La Gloria Escondida”, agrega la cronista, se cuentan a Lázaro Cárdenas del Río y el gobernador Agustín Yáñez. La colección Blaisten resguarda el cuadro Pihuamo (1952).
Gerardo Murillo, quien nació en Guadalajara el 3 de agosto de 1875 y falleció el 15 de agosto de 1964 en la Ciudad de México, recibió un homenaje post mortem en el Palacio de Bellas Artes al que asistieron, entre otras personalidades, Adolfo López Mateos, entonces Presidente de la República, Jaime Torres Bodet, Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros y Carlos Pellicer. En su intervención, Torres Bodet, destacó lo siguiente: “La vida fue su oficio esencial”.