El Aquelarre en la región Ciénega

El recorrido que llenó las calles de algarabía y alboroto, terminó en el CUCI con escenificaciones que, además de entretener, explicaron a los asistentes leyes y conceptos de la química de una manera divertida pero, sobre todo, didáctica

El encuentro estaba pactado a las 16:00 horas, entre el nodo vial y la gasolinera. La parroquia del Señor de la Misericordia como una imagen lejana y el sol un insoportable testigo. Confieso que llegué ocho minutos tarde y que el desfile ya había avanzado. Por lo tanto, la narración de esta crónica comienza una cuadra más adelante, frente a la central de autobuses; esa postal que muchos se llevan al despedirse de Ocotlán o, por el contrario, lo primero que conocen al pisar esta ciudad.

Había una fila de siete coloridos y alegres carros alegóricos, seguidos de sus respectivos creadores: estudiantes de la licenciatura en Químico Farmacéutico Biólogo, del Centro Universitario de la Ciénega. Cada grupo reflejaba energía y juventud en abundancia. No parecía tratarse de un simple festejo, sino de una competencia para ver qué semestre era capaz de hacer más ruido.

Al principio, todo me pareció confuso: ¿qué representa este desfile?, me cuestionaba en mi mente, justo cuando una mujer que compartía mi situación se atrevió a preguntarme: «¿Qué festejan con tanta enjundia?». “Son los químicos del CUCI,” respondí con una sonrisa que significaba: no haga más preguntas, porque yo tampoco tengo las respuestas.

Dulces, botargas, globos, confeti, espuma, banderas, disfraces; y música, gritos, porras, silbatos, matracas, cornetas, tambores; el incesante sonido del claxon, hasta cucharas golpeando cazuelas se unían para formar una sinfonía caótica que te daba un sutil recordatorio: los jóvenes pueden llegar a hacer mucho ruido cuando tienen un buen motivo.

El desfile se abría paso con el color azul. La célula eucariota avanzaba sobre cuatro llantas, mientras los estudiantes coreaban porras y realizaban bailes perfectamente memorizados, dejando en claro que el segundo semestre, además de ser el más numeroso, también parecía ser el más organizado.

En segundo lugar, se avecinaba un árbol de manzanas sobre un carro. El grupo de tercer semestre, de gris y con globos de colores, se preparaba con gritos, bailes y porras para simbolizar la vida del físico inglés Isaac Newton una vez llegado a la escuela.

Cuarto semestre optó por evitar la fatiga. Sus integrantes, inteligentemente, se subieron al carro alegórico que se caracterizaba por el color morado, y en el cual se reunían todos los brujos y brujas de sombrero puntiagudo de la región Ciénega, acompañados de una botarga de gallina bailarina.

Por otro lado, el grupo de quinto semestre, bañado en color verde, se atrevió a transportar en el mismo vehículo a químicos y alquimistas para celebrar aquello que los une, un auténtico aquelarre a pesar de sus diferencias de ideas.

Estoy segura de que el sexto semestre ganó el concurso del ruido. ¿Quién decidió llevar las cazuelas? Con disfraces de chícharos, pelucas, tambores y matracas, los estudiantes, vestidos con playeras estampadas con un ajolote, representaban las leyes de la genética y no pasaban desapercibidos en esta celebración.

Séptimo semestre, sexto carro. Llenos de globos de colores, vestidos de playera rosa y abrigados con su bata de laboratorio, los futuros QFOS lograron corear porras de manera improvisada a quien se les atravesara, gracias a su mirada atenta.

Para finalizar el desfile, octavo trajo consigo a una granja de color naranja. Con música y ropa vaquera, bailaban, pero sobre todo corrían para mantener el paso de sus colegas, quienes los amenazaban con dejarlos atrás si no eran capaces de bailar y correr al mismo tiempo.

El sol que encandilaba al comienzo, cuando los estudiantes comenzaron su show dejó de oprimir a los asistentes, como si su performance curara los males o hiciera que las condiciones dejaran de importar. Eran ellos quienes recibían el cien por ciento de la atención. Lo demás sobraba.

Ante semejante ruido y alboroto, las personas comenzaron a salir de sus  casas y lugares de trabajo para ver el motivo. Sus caras expresaban alegría que abría paso a la risa; con rostros de intriga, muy pocos comprendían qué estaba pasando, pero sin duda, todos lo estábamos disfrutando. Los niños alzaban los brazos hacía el desfile, en señal de “quiero dulce” y los estudiantes no los hacían esperar.

Al llegar sobre la Avenida Universidad, el recorrido comunicó: “un kilómetro más, solo un tramo más y ya”. Así se fueron sobre el carril de la derecha, mientras que en los otros los rebasaban camiones de carga pesada no sin antes unirse al aquelarre con su claxon. Dos, cinco, diez camiones pasaron, y los químicos pedían y agradecían que los otros conductores celebraran con ellos, hasta que una de las entradas al Centro Universitario de la Ciénega apareció, después de cuatro kilómetros y una hora y media.

¿Cómo te fue? Ana Cruz, una de las estudiantes organizadoras del Aquelarre 2024, me lo preguntó al llegar. “Me siento cansada, está difícil seguirles el paso”, le contesté, mientras pensaba: no imagino cómo se sienten ellos y eso que el show apenas va por la mitad.

La fiesta en el estacionamiento 3 del CUCiénega

Una vez más, el grupo de segundo semestre abrió la escena. Por medio de una sátira, con diálogos y actuaciones verosímiles, lograron explicar qué es una célula eucariota, pero sobre todo cómo funciona, representada como si todos los componentes de la misma fuesen Godinez en un día de oficina.

En el acto siguiente, el tercer semestre de forma muy icónica y graciosa recreó parte de la vida del físico Isaac Newton; para ser más específica, cuando la manzana cae sobre su cabeza ocasionando miles de preguntas sin respuesta. Todo fue muy ilustrativo y la información muy digerible pues los diálogos y la actuación no se remontaban al año 1687, sino que parecía que todo hubiese ocurrido en la actualidad.

Por azares del destino, siguió el performance de quinto grado. Alumnos de la licenciatura discutían a palabras y chorros de agua (espero que haya sido agua) con antiguos alquimistas. Peleaban por definir quién hacía un mejor trabajo, quiénes ayudaban más a la sociedad y cuál era la mejor época para el oficio. Aunque en algún momento los argumentos estuvieron muy reñidos, se coronaron los químicos como mejores profesionales por la mala práctica de los alquimistas.

Justo cuando empezó el sol a bajar, dando paso al atardecer, el equipo de sexto semestre presentó su sketch. Quizá, el momento más emblemático y esperado para muchos había llegado: Peter Knauth, doctor alemán quien suele caminar a las afueras del edificio E con un porte serio y firme, había desaparecido. En su lugar, surgió el alter ego que ha creado exclusivamente para el Aquelarre. Al ritmo del Tamalero, vestido con una playera de las Chivas, confesó ser un experto en chicharitos. Fue así como empezó a explicar las leyes de la genética.

En la locación del motel “Peludito, Peludito, Peludito” ocurrió un asesinato; fue séptimo semestre el responsable de ubicar y señalar una larga lista de malas prácticas a la hora de que “los profesionales” hicieran su trabajo en el lugar de los hechos, e incluso después. Aunque fue el acto más largo de los siete, su actuación fue perfecta, entretenida pero a la vez educativa.

Ya con la ausencia de la luz del día, el octavo semestre y su granja naranja educaron a la audiencia al concientizar sobre la importancia de que la leche sea tratada antes de su consumo humano. Su mensaje fue tan serio y tan bien explicado, que al final tuvieron que animar a la audiencia bailando “Vaquero” de la Bellakath.

Aunque los espectadores ya no eran ni la mitad de lo que habían llegado a ser, cuarto semestre cerró el festejo del Aquelarre por ese día con la grata invitación de la Doctora Polo a presentar un caso: ¿Quién es el culpable de ingerir antibiótico en una infección viral?

Pasaban de las 19:30 horas cuando los organizadores dieron fin al evento, con una invitación al evento del día siguiente. Las preguntas que me rondaban al inicio de la tarde habían sido resueltas y sustituidas por otras: “¿por qué mi carrera no hace tanto relajo para celebrar la profesión? Sería increíble educar a la audiencia por medio de actos graciosos, que como estos, hagan estallar a la audiencia.”

Fue así que, cansada, me dirigí a mi casa prometiendo volver al siguiente Aquelarre 2025. 

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Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor del medio oficial de comunicación de la Universidad de Guadalajara.

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