Expulsados de su patria por guerras, persecución, pobreza, hartazgo, esperanza, miedo, golpes de Estado, conflictos étnicos o por salvar su vida, los errantes han caminado el mundo en busca de la tierra prometida.
Los caminantes salen con la esperanza de encontrar un lugar sin violencia totalitaria y vertical; migran de un gobierno que ofrece protección a cambio de sumisión. Nada molesta más a un burócrata como la libertad de los hombres errantes.
José María Muriá con su memoria de historiador explicó que los desplazamientos humanos tienen significados diferentes. Una alternativa es irse por el ansia de la aventura, a buscar al ser amado, pero es diferente para quien es obligado a hacerlo por hambre o persecuciones. Para estos últimos la imposibilidad del retorno es un peso difícil de sobrellevar, porque aparece la naturaleza del desterrado, se renuncia a todo lo que se tiene y cala hasta las vísceras la melancolía.
De acuerdo con Muriá, durante la dictadura franquista en España llegaron a nuestro país cientos de españoles, entre ellos varios escritores de la Generación del 27, y encontraron un México hospitalario, que los protegió y acogió, a diferencia de Francia que los deportaba o encarcelaba.
No obstante, el espíritu de cada expatriado es diferente. Los que murieron en vida recordando a España nunca se involucraron con la realidad mexicana, vivieron al margen; a ellos, el también ex presidente de Colegio de Jalisco les llama los “enterrados”.
“Los ‘enterrados’ difícilmente trascendían los límites de la propia tumba. Es un sector de la población perdido para Europa y para México”.
Mientras que los trasterrados (un término acuñado por José Gaos, filósofo español exiliado en nuestro país) fueron quienes se apropiaron de la nación como su segunda patria, se interiorizaron en México y se dieron cuenta que habían ganado otra tierra. “Los trasterrados aportaron mucho a la vida del mexicano en la pintura, el dibujo y la escultura, el cine y la fotografía, la literatura y la historia”, dijo Muriá.
Los trasterrados pueden ser judíos, mexicanos, peruanos, italianos, españoles o polacos que han logrado sobrevivir a las adversidades, se han abierto brechas a pesar de la civilización que los engendró, les cerró el paso. Han contribuido en lo esencial a la producción cultural, económica, científica, artística del territorio que los acoge.
Podría decirse que a los trasterrados, les queda el dicho: “El hombre no pertenece tanto al lugar donde nació, sino al sitio que cree que va a morir”.
Del Río Bravo al chicano style
Los mexicanos (aunque no lo reconozcamos) somos un pueblo migrante desde hace más de un siglo. Comenzó el desplazamiento desde que perdimos territorio y Estados Unidos absorbió a los mexicanos que vivían en Texas, Arizona, California. Luego el desplazamiento se acentuó en 1884 con la llegada del ferrocarril ya que de manera eficiente y barata los mexicanos llegaban a tierras yanquis en busca de trabajos mejor remunerados.
Los mexicanos han avanzado a Estados Unidos y se han afrontado a un nuevo orden de las cosas, a una apertura a lo desconocido, a la experimentación de una nueva vida. El ir y venir ha generado grandes producciones artísticas y profesionalización laboral.
Según el investigador de la Universidad de Guadalajara, Jorge Durand, las tarjetas postales fueron las primeras manifestaciones artísticas que surgieron por el traslado social entre México y Estados Unidos.
Los norteamericanos se interesaron por captar a los mexicanos cruzando el Río Bravo, les parecían fotogénicos por ser el otro, el distinto, el pobre, el miserable con cierta belleza, el buen salvaje, exótico y harapiento. Además, el Río Bravo representaba ese río mítico que cobra muchas vidas.
En México, la fotografía se utilizó como registro oficial, ya que en la época de Maximiliano, por cuestiones de salud, se archivaban con imágenes a las prostitutas, mientras que los braceros firmaban su contrato laboral con su fotografía.
En los años treinta del siglo XX se captaron asentimientos de familias de mexicanas, chinas, japoneses, filipinas y negras que trabajan en la pizca de algodón y betabel, en California.
Los fotorreportajes cobraron gran fuerza para mostrar cambios sociales cuando había desempleo. Para los mexicanos, el no tener trabajo significaba regresar a su país; para los yanquis cambiar la política laboral y contratar solamente a hombres jóvenes para la agricultura, donde el examen principal consistía en revisar las manos de los campesinos. Muchos braceros durante semanas se pasaban frotándose la piel con piedras para hacerse callos, y ser aceptados.
Dorothy Adam hizo un fotorreportaje de la época cuando Estados Unidos contrató campesinos mexicanos para pelear en la Segunda Guerra Mundial. El trabajo de Adam muestra el dilema de una sociedad que por un lado da la bienvenida a los mexicanos y por otro lado los discrimina por sus rostros diferentes, por su suciedad, por vestir en harapos y hablar otro idioma. “Mientras el migrante no se ve todo es perfecto, pero si va a los centros comerciales ahí empieza el problema”, dijo Durand.
La gráfica popular mexicana desde el siglo XIX retrató lo que era la casa de enganche, donde los campesinos se veían obligados a pagar por trabajar en el territorio vecino. Los pintores de izquierda también han tomado al exilio como fuente de inspiración, como Diego Rivera que trazó las migraciones masivas a braseros esperando ser devorados por el capitalismo y Frida Kahlo que retrató dos mundos, el industrial, Estados Unidos y el mundo prehispánico, México.
Joel Rendón, artista plástico nacido en Puebla, ha tenido éxito en México, Estados Unidos y Canadá pues en su gráfica utiliza símbolos tanto mexicanos como norteamericanos.
La popularidad de César Chávez inició con un afiche chicano que lo llevó a convertirse en uno de los líderes de la comunidad méxico-norteamericana y gran defensor de los derechos humanos de los migrantes.
El arte chicano ha cobrado gran fuerza en estos tiempos puestos que resignifica los mitos: muestra a la Virgen de Guadalupe defendiendo los derechos de los trabajadores. A mujeres latinas con minifalda agarrando la serpiente expresando liberación. Ve a los superhéroes mexicanos, entre ellos a la sirvienta de la casa como la Batichica; al limpia vidrios de los rascacielos como el Hombre Araña. Los movimientos culturales ejemplifican al migrante como un héroe.
Arte robado
Martín Ramírez nació en 1885 en los Altos de Jalisco; y emigró en los años 20 a Estados Unidos en busca de trabajo para pagar un crédito con el cual compró una parcela. Al poco tiempo fue internado en un manicomio en California por esquizofrenia y autismo. Como terapia, pintaba un mundo mexicano bucólico, de venados, caballos e iglesias, y al norteamericano como un mundo mecánico, de trenes y túneles.
En el hospital psiquiátrico, Martín Ramírez hizo 300 pinturas, expuestas en 1997 en el Folk Art Museum, donde fue calificado como uno de los artistas más importantes del siglo XX. El doctor Tarmo Pasto envió cuatro pinturas al Museo Guggenheim, de Manhattan, donde estuvieron embodegadas, hasta el año 2000. Sin embargo, fue un dealer de Chicago quien compró toda la colección del doctor Pasto y la introdujo poco a poco en el mercado del arte.
Las obras de arte del jalisciense se expusieron en Sacramento, Nueva York, y México. Fue tal el éxito que las pinturas alcanzan hoy un valor de hasta 100 mil dólares. Roberta Smith, crítica de arte para The New York Times, dice que “Pertenece a ese grupo de genios irresistibles que incluye a Paul Klee, Saul Steinberg y Charles Schulz”.
El Museo Guggenheim de Manhattan posee 10 de sus obras. El resto de su producción está en manos de coleccionistas privados y dos dealers de arte neoyorquinos. Se descubrió que los nietos del director del hospital tienen 120 pinturas de Martín Ramírez, sin embargo, la familia Ramírez pelea para llegar a un acuerdo legal.
Es la historia del humilde migrante mexicano recluido en un manicomio, a quien le han expropiado su obra y su nacionalidad. Los estadounidenses aseguran que nació en su tierra.
La ruptura de Remedios Varo
El óleo “Ruptura” pintado en 1955 por la española radicada en nuestro país Remedios Varo, constituye una de las primeras representaciones del alejamiento, del exilio. El personaje principal del cuadro desciende por una escalinata dando la espalda a un edificio que muestra una puerta entreabierta y fragmentos que el viento levanta y dispersa.
Mientras que en los dos niveles del edificio se pueden observar rostros simétricos entre las sombras. Los elementos de la obra resultan significativos: los muros paralelos, la fachada rectangular, así como el cielo color naranja cierran la profundidad del campo. Producen un efecto de encajonamiento, cuya única salida es hacia donde se dirige el personaje. La opresión además se incrementa por la sombra del muro que se proyecta sobre la escalinata y que produce el efecto de reducir aún más el espacio. Se incrementa también por la atmósfera otoñal señalada por las hojas de los árboles que denotan lo envejecido y lo muerto. Los tonos fríos, los árboles sin hojas y la fachada donde se descubren rostros con los ojos semicerrados, idénticos e inexpresivos significan una resistencia estoica a esa partida. Las cortinas blancas que vuelan permite asimilar asemejan un adiós silencioso, creando una metáfora visual que es la casa quien despide al personaje y no las figuras imperceptibles en las ventanas.
Es casi una huida, pero los diminutos trozos que salen de la puerta sugieren que algo ha quedado roto, fragmentado, desgarrado y disperso detrás de la partida del protagonista. (Explicación elaborada por Carmen V. Vidaurre, investigadora de la UdeG.)