Desde que empecé a investigar para este artículo, la cumbia sampuesana (no la de Celso Piña, la original, la colombiana) no ha dejado de rondar en mi cabeza. Con sus maracas, su acordeón pegajoso, sus tambores, me resuena en los oídos también ahora, que voy de camino a Oblatos, en el coche de El Mortal. Estamos hablando de un reciente concierto de cumbia en la ciudad, del grupo chilango Gallo Negro, un conjunto que pasó del rock a tocar música tropical.
—Muchos lo han hecho en México. Nomás ve a Mike Laure —dice él.
Y Rigo Tovar, un cumbiero con estilo rockero.
Entramos a la parte vieja del barrio, donde el ambiente, cada vez más popular —tiendas en cada esquina, graffitis en las paredes, señores platicando sentados en silla afuera de las casas y su iglesia blanca al fondo— se acopla paulatinamente (y siguiendo acaso un estereotipo romántico) al ritmo que tamborilea en mi mente.
—Ahora hay cumbia por todos lados. Lo que no me late es que muchos ya la ven como algo para salvar las ventas del bar —dice El Mortal, que “mezcla” en diferentes lugares de Guadalajara.
Pasamos por la calle Las trojes —“ésta es la del desmadre”, explica, territorio de la homónima pandilla, la más poderosa del barrio—, luego cambian las “pintas” cuando cruzamos la zona de “Los Pitongos”, y finalmente proseguimos hacia la casa del tío de El Mortal, Javier González, que en calles como éstas, y de otras colonias de “la Calzada pa’llá”, durante dos décadas ha animado fiestas con su sonido Stray Cats.
A sus más de 40 años ha vendido el equipo hace un par, en parte porque ya no era negocio y en parte por los asaltos y la inseguridad, explica, sentado en el sillón de su casa. Afuera, un perro y un gallo arman un improvisado dueto.
Melómano, aficionado del rock en español y coleccionista de discos —llegó a tener más de mil, antes de que en su casa les tiraran varias cajas—, empezó con el sonido en 1989, al principio casi por casualidad, poniendo música en la fiesta de quinceañera de la ahijada de su hermana, con su única tornamesa de chasis de madera, un estéreo, la mezcladora y un amplificador comprado por la ocasión —“Fue un desastre”, dice riéndose—; después fue profesionalizándose con el tiempo hasta llegar a tocar tres veces a la semana en salones de eventos, pero sobre todo en fiestas callejeras y siempre en estos barrios. Los que trabajaban “allá por Federalismo y Chapultepec, los de caché, como el MTV, decían que los luz y sonidos de este lado de la Calzada éramos los más pobretones”.
Como todos los “sonideros”, tenía un “poco de todo”, desde industrial hasta norteña, y ponía música dependiendo del ambiente de la fiesta, pero, comenta, “si querías hacer bailar a la gente, era la cumbia”.
Sonora Dinamita, Pauta Azul, Chucho Pinto, Liberación, Los Mier, Bronco, Acapulco Tropical, eran parte imprescindible del repertorio.
“Lo básico era lo tropical”, explica, mientras en la calle, como si el vecino nos hubiera escuchado, suenan a todo volumen Los Ángeles Azules. “Me tuve que adaptar, cuando empecé a ver luz y sonido como negocio”, dice, y cita una anécdota de la segunda fiesta a la que fue a tocar: “Yo traía el Rock en tu idioma, y veía que la gente no se paraba a bailar. Entonces un muchacho me llevó un cassette de Bronco, que traía la de ‘Sergio el bailador’, y me dijo ‘pon ésta’. Fue un éxito”.
Los sonidos sustituyeron a los grupos versátiles, y en Guadalajara tuvieron su auge desde la mitad de los ochenta hasta el 95. Pero la semilla de su fin, germinó desde casi el principio: “Cuando yo inicié, empezó a sonar la banda y la tecnobanda. Creció, creció, y las bandas llegaron a desplazar a los sonideros. La gota fue que los salones decidieron comprar sus propios equipos”.
Guadalajara, le pregunto entonces, ¿según tu experiencia, es más tropical o banda? “Depende de la zona, pero creo que es más tropical”.
¿Qué opinas de que ahora las cumbias que ponías hace veinte años en la calle, se tocan en muchos bares de las zonas de “allá por Chapultepec”, “de caché”, como las definiste? “Se me hace bien raro. Cuando yo tocaba se ponía lo más comercial, y ahora, aquí mi sobrino me habla de algunas rolas y yo le pregunto: ¿a poco hay gente que escucha todavía eso?”.
—En qué momento la cumbia se volvió hipster —me dijo el otro día un amigo. No sé si sea exactamente esta la cuestión, pero lo que es cierto es que la música tropical en los últimos años se ha convertido en una moda, pero sobre todo ha llegado a barrios y lugares donde, hace algunos años, con toda probabilidad poner una rola de una Sonora (la Dinamita, la Santanera o cualquier otra) habría sido un escándalo.
Lo popular que se hace “trendy”.
Nacida en la costa caribeña de Colombia a principio del siglo pasado, la cumbia surgió del encuentro de los tambores de la música negra con las gaitas y maracas de los indígenas. Ritmo eminentemente popular, pronto pasó de las “papayeras”, grupos callejeros que tocaban para los pobres, a los salones de los ricos criollos, como explica un raro disco doble, que fue grabado en 1967 en Barranquilla y nunca comercializado, titulado 40 años de música costeña. En una hora, a través de la narración, de entrevistas a intérpretes y mucha música, recorre la evolución de esos ritmos a partir de los años 20, cuando llegaron a las ciudades, Barranquilla, Cartagena y luego la capital Bogotá, donde las orquestas empezaron a tocar bullerengue, fandango, merengue y porro, entre otros géneros que fueron engendrados por la cumbia.
En 1928 es cuando se graban en New York las primeras canciones del compositor Ángel María Camacho y Cano, con lo que logra una proyección internacional, y es hasta los años 40 cuando esta música empieza a tener éxito en México, con la llegada de Luis Carlos “El Negro” Meyer y sus porros.
Con el tiempo, se fue mezclando con ritmos autóctonos y con la música cubana, en particular el mambo y el danzón, creando un estilo particular que alcanzó un reconocimiento propio como cumbia mexicana. Tanto que muchos piensan que la cumbia “es” mexicana.
“Fue un boom, que detonó, y mucha gente que no la escuchaba se dejó atrapar por esta nueva moda de la música tropical, y en particular la cumbia”, dice Carlos González, alias El Mortal, sobre lo que está pasando ahora en Guadalajara. “Y los bares han sabido aprovechar esto” (en el que estamos, por si faltara una confirmación, en las bocina suena “…la cosecha de mujeres, nunca se acaba…”).
Él trabaja regularmente en diez bares de la ciudad, pero ha tocado en por lo menos otra decena y en muchas fiestas, “y en el ochenta por ciento me piden cumbia”.
“Yo no tengo ningún conflicto ni con el género ni con los intérpretes que se ponen en los bares, pero aquí en Guadalajara ya se hizo un soundtrack de cumbias”, que son siempre las mismas y las más comerciales.
“Se crea un público, y para los lugares es un negocio, y si vas a tocar otras cumbias, para ellos ni son cumbias. No han creado un espacio para otros ritmos, más originales y autóctonos”.
Después de años de ser tocada en orquestas y de crear géneros experimentales y mezclados, como el merecumbé de Pacho Galán, es en los años sesenta cuando en Colombia se recupera el folclor costeño, y la madre de todos los ritmos, la cumbia tradicional con tambores, gaitas y en muchos casos acordeón, regresa a la escena: la cumbia cienaguera, la cumbia sampuesana, y sobre todo “La pollera colorá” (que en Colombia es como un segundo himno) la lanzan a un éxito definitivo.
Y estas son muchas de las canciones, en particular en su versión mexicana, que se oyen ahora en los bares de la Americana, del centro o de colonias contiguas. “Las cumbias que ponía mi tío hace veinte años, son las que se ponen ahora”, dice Carlos.
Públicos diferentes, misma música.
“Yo también empecé a poner las rolas que él trabajaba en su momento, yo crecí en las fiestas de mi tío y las ponía para recordar. Pero luego, en ese mismo rollo, busqué más cumbias que no fueran sólo los hits”.
En su búsqueda fue varias veces al DF, porque “fue allí y en Monterrey donde empezó a llegar la cumbia, y los sonideros de allá iban a Colombia y traían muchos discos. Es lo que ahora no pasa con los dj’s, no personalizan su propuesta y tocan lo que sea y ‘lo que pega’. A lo mejor saben mezclar, pero no tienen este trasfondo que creo se necesita”.
Hasta que llegó a Colombia. “Tuve varias fechas en bares, toqué con un colectivo, pero me decían ‘no pongas cumbia, cuando mucho 2 o 3 salsas y ya’. Es que para mucha gente, allá, a la cumbia, como las ‘sonoras’, le llaman la música de navidad, como para nosotros el mariachi. Hay bares que intentan rescatarla, los jóvenes le están dando cierto valor, pero no es como aquí que vas a lugares tradicionales a buscar lo ‘mexicano’”.
Tanto, que varios artistas de Colombia llegaron a sostener que ahora la música más representativa de su país es el vallenato, ya que no se hizo nada para rescatar la cumbia y que, como dice el cantante colombiano Carlos Vives, “México se ha quedado con ella”.
“La cumbia es más de México que de Colombia”, opinaron en el mismo tenor los integrantes de Los gigantes, otra agrupación colombiana de vallenato, “porque aquí no se escucha”.
Mientras que en México, claro que se escucha, hasta en los lugares más inesperados… Quizás sea cierto entonces, que la cumbia “no era”, pero que ya “se hizo” mexicana.