De 1894 a 1896, Bernardo Couto viaja a Europa: fue a vivir en París la experiencia de la bohemia; tenía 15-16 años. En esa estadía europea Couto conoció y experimentó lo que Baudelaire llamó “los paraísos artificiales”: alcoholes, drogas y estupefacientes. Mas lo que en el poeta francés fue andamiaje y sostén para la escritura, en Couto, y algunos más del grupo de los modernistas en México, entre ellos Antenor Lezcano, fue una invitación a experimentar de cuerpo entero y en carne viva el ajenjo, el vino, las drogas, y el desasosiego creativo.
Couto formó parte del grupo de los modernistas, entre los que figuraban Tablada, Leduc, Olaguíbel, Nervo, Rebolledo, de Campo, encabezados por Gutiérrez Nájera, el “Duque Job”. Mas no se puede hablar de Modernismo sin considerar antes al Simbolismo francés, al Parnasianismo, y a aquel grupo de poetas malditos franceses de finales del siglo XIX –Verlaine, Rimbaud, Corbiére, Mallarmé– que, en una actitud hostil ante el avance arrollador de la industria y hartos de las exageraciones de los románticos, se agrupan en torno a una idea lanzada por Téophile Gautier: l’art pour l’art; que los modernistas profesaron y suscribieron.
José Emilio Pacheco, en su Antología del modernismo (1970) señala que “no hay Modernismo, sino modernismos”: el de cada uno de los poetas y escritores. La vida de Couto transcurrió durante el porfiriato: nació en 1879 (?) y murió en 1901, y Díaz se mantuvo en el poder de 1876 hasta 1911. ¿Qué quiere decir esto? Que Couto vivió, pero también escribió (todo lo que escribió) bajo el régimen porfirista que, sin embargo, “no produjo al modernismo; […] pero, el Modernismo estuvo condicionado por el porfiriato”, agrega Pacheco. La narrativa de Couto, por sencilla deducción, está alimentada por lo que el país, en todos los ámbitos –el modernismo abarcaba literatura, pintura, música y artes en general– vivía en aquella época.
Esta bandera de reivindicación del arte por el arte implicó para Couto desangrarse, prácticamente, en sus cuentos, renegar de lo que era. Descendiente de una familia acomodada, su escritura rechaza lo burgués, porque los burgueses, según Tablada, “no pensaban como nosotros en asuntos estéticos” (De Coyoacán a la Quinta Avenida, 2007). Hay en su narrativa una vena que se inclina por subrayar lo que la sociedad porfirista se empeña en opacar: aquello que, alejado de la “paz” y “progreso” porfirianos, salta a la vista en las calles: la pobreza, la decadencia, un profundo malestar hacia quienes acumulan riquezas; todo, alejado de un tono sentencioso y admonitorio, y aderezado, más bien, con un lenguaje artificioso, trabajado con arte.
Alentado por Alberto Leduc e influenciado por Edgar Allan Poe, a los 14 años Couto comienza a publicar cuentos en la prensa. A los 17 ve la luz Asfódelos, el único libro que Couto viera publicado como tal, en el que “la presencia de la muerte se encuentra en cada cuento –reseña Rubén M. Campos–. No sólo la muerte como el final de la vida […], sino una muerte ‘viva’, un personaje con quien se conversa” (Asfódelos, 1984). Y los Pierrot (seis textos), publicados en los últimos años de vida del autor, constituyen un salto cualitativo en la cuentística coutiana, en los que, tras haber ingerido ya todos los venenos posibles, da con su propio yo: aquel que valiéndose de toda la fe y fuerza sobrehumana se sabe cerca del amor, el sufrimiento y la locura.
Couto se encontraría pronto con la muerte (a los 21 años), apurada por el alcohol, el bromuro, las prostitutas, el hastío, la depresión, la abulia y el ocio; lo que contribuyó a matizar su leyenda: se le llamó el escritor maldito mexicano, por la tragedia en que se convirtió su vida, por la densa y negra temática de sus cuentos y por su apego, estilístico y de vida, con Poe, D’Aureville, de L’Isle Adam, Murger, Huysmans, Maupassant, y los poetas malditos. En la obra coutiana se encuentra, con todo, una vena –aunque oscura– importante de las letras nacionales.