¿Podemos entendernos cuando somos tan distintos? Una cualidad de muchas de las comunidades contemporáneas es la pluralidad. En un mismo espacio tenemos que convivir personas con diferentes preferencias políticas, distintas concepciones religiosas y con cosmovisiones morales heterogéneas. En este contexto de diversidad cada uno de los ciudadanos llega a suponer que sus creencias son las verdaderas y, quien afirma lo contrario, se supondría que está equivocado. Para convencer a los otros del supuesto error en que se encuentran se recurre a alternativas muy civilizadas, consistentes en invitar al diálogo, pero en el extremo contrario se destacan actitudes basadas en la descalificación o hasta la violencia. Del extremo negativo para afrontar la pluralidad también han sido atacadas las producciones artísticas o conocimientos científicos, especialmente cuando se encuentran vinculados a concepciones morales, políticas o religiosas. El lector podrá recordar múltiples ejemplos sobre los extremos mencionados que se hacen o se hicieron patentes en la historia del pensamiento.
Cuando alguien es capaz de atacar, con el riesgo de ser igualmente agredido por quien admite la creencia contraria, parece inferirse que la idea defendida es considerada muy importante para su vida y la vida en sociedad. De hecho, quien actúa con feroz intolerancia frente al que piensa diferente se podría pensar en una especie de altruismo que procura alejar del error a quienes no comparten sus creencias.
Sin duda la moral y la política resultan importantes para la convivencia social, en ellas se instauran algunos principios por los que conviene actuar de manera cooperativa o se establecen metas comunes que se consideran valiosas. Es por lo anterior que tanto padres de familia como los profesores o amigos procuran que las personas que quieren adopten aquellas conductas y creencias que consideran favorables para una buena vida individual o social. Pero, ¿cuáles son los códigos o principios de conducta correctos?
Responder a esta cuestión resulta complejo, porque ante una conducta o alternativa moral o política que se invita a seguir, puede fácilmente mostrarse contraejemplos en donde seguir la conducta contraria genera mayor bienestar, o bien, se muestran casos en donde adoptar la conducta sugerida genera daños o insatisfacción.
Y así nos encontramos con el gran dilema de la pluralidad: consideramos que adoptar conductas y creencias políticas y morales es importante para la vida en comunidad, pero se nos presenta una diversidad de alternativas y parece imposible saber cual será la correcta.
Ante tal desconcierto se han adoptado al menos cuatro alternativas: la primera es la propia del escepticismo y el relativismo que, ante la imposibilidad de tener certezas, optan por no tomar en serio lo que se pueda decir sobre la moral o la política, lo cual anula, de antemano, la posibilidad de lograr acuerdos para la vida en comunidad. Una segunda alternativa es la totalitaria que, ante la imposibilidad de lograr un criterio común de entendimiento, recurre a la imposición, el castigo o la fuerza; la debilidad de dicha alternativa radica en que son los sujetos o grupos que ejercen una superioridad jerárquica sobre el resto de la población quienes, sin mediación, hacen pasar sus creencias como las únicas alternativas válidas y posibles. Una tercera alternativa sugiere apelar a la razón pero, dado que la razón opera a partir de creencias que gozan de una amplia aceptación, saber cuales serían los principios de partida se mantiene como una dificultad no resuelta. Y una cuarta alternativa sugiere adoptar un conjunto mínimo de principios que gozan de una amplia aceptación, pero de manera provisional. Si bien esta última alternativa no resuelve el dilema de saber cuáles serán los principios o los valores correctos en la pluralidad, al menos garantiza la convivencia entre quienes sostienen convicciones distintas.
Acorde a la última alternativa se han establecido algunos criterios mínimos, como los de la declaración universal de los derechos humanos o, de manera cercana, el reciente código de ética de la Universidad e Guadalajara. Dichos “ordenamientos” proponen seguir un conjunto de valores que gozan de una amplia aceptación en nuestro momento histórico, tales como la no violencia, la equidad, la justicia, el respeto a la diversidad, la responsabilidad o el cuidado del medio ambiente. Pero, además de lo anterior, supondría ciertas normas mínimas de entendimiento, algunas lógicas para evitar contradicciones y otras que garanticen la posibilidad del diálogo.
De esta manera, las alternativas contemporáneas para hacer posible una moral pública procuran integrar lo mejor de las diferentes alternativas para afrontar el dilema de la pluralidad: de la visión totalitaria se adopta la presión para la aceptación de algunas normas mínimas a través de códigos o declaraciones; de la alternativa escéptica y relativista se reconoce la diversidad de puntos de vista de los ciudadanos y, de la visión racionalista, se admiten criterios lógicos y metodológicos que garanticen la coherencia de las propuestas. Si bien las tendencias actuales no logran resolver el dilema de la convivencia o el amplio entendimiento en la pluralidad, al menos procuran generar alternativas para no destruirnos entre los que compartimos un mismo espacio con conductas e ideas diversas sobre lo justo y lo bueno.