Conocí a un bailarín profesional de danza clásica que había nacido en Italia y vivía en Tokio. Comenzó a bailar desde que tenía cuatro años y ensayaba al menos 10 horas diarias, todos los días del año.
Detrás del escenario lo observaba mientras se pintaba, lo veía correr por el vestuario y salir al escenario colmado de luz, donde cientos de personas le aplaudían. Cambiaba de ciudad a menudo, se habituó a vivir en hoteles, a escuchar nuevos idiomas, a la comida insípida y a compartir su habitación con gente desconocida. Sus amigos eran pasajeros, los camaradas de la infancia casi desconocidos.
Lo que más extrañaba era a su familia y a la comida romana. Sus cumpleaños los pasaba en soledad. Cuando tenía presentaciones procuraba no desvelarse para soportar el rigor de cuatro bailes diarios y siempre se cuidaba de no tener desgarres en el cuerpo.
Me dijo que lo que más disfrutaba era improvisar, bailar por bailar, sentir la música y moverse con ella. Me daba cuenta que el aplauso, las ovaciones y la firma de autógrafos lo hacían sonreír. Tenía el cuerpo como pintado: podía verse cada uno de sus músculos, como en una escultura de Miguel íngel.
“El cuerpo se va desgastando y el trabajo en los escenarios se va acabando”, me dijo un día con tristeza. “Luego llegan otros con mayor vigor y acabas fuera. A veces si tienes oportunidad te queda solamente ser coreógrafo o dar clases, o en definitiva trabajar en un banco”.
En ese momento me di cuenta que el ballet clásico es una disciplina que exige tiempo, espacio y demasiada vida, pero puede ser tan efímero como una flama. Además, ingresar a una compañía de danza que reditúe el brío de los bailarines es muy complicado, hay que hacer pruebas, tener mucho talento, pagar a maestros para estar en línea y esperar a que los llamen.
En México no había conocido tan de cerca la vida de los bailarines: hasta que supe que aparte de ensayar varias horas, debían trabajar en otros oficios para poder subsistir. Muchos no llegaban a bailar de forma profesional, porque no había compañías que los respaldaran. A otros, desde niños les arrebataron los deseos de ser profesionales en el baile: “Es sólo un pasatiempo, mejor dedícate a la administración o la economía”, suelen decirles sus familiares. Unos más buscaron compañías en otras ciudades para poder bailar.
Supe que la mayoría de los bailarines jaliscienses tienen que pagar sus propios vestuarios, maestro de danza y hasta la renta del teatro para poder montar un espectáculo, además en casi todas las presentaciones no reciben recursos económicos.
Los artistas de Jalisco tenían el panorama más complicado que los bailarines de otras partes del mundo, ya que no existía una compañía de danza clásica, tampoco existe una política cultural que los apoye, y en general, la sociedad es más renuente a aceptar el ballet clásico.
Larissa González, una maestra delgada y altísima, que imparte clases de clásico en la ex Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara, dijo que los bailarines desde hace años venían exigiendo una compañía de ballet, sin embargo, siempre era tema de los discursos políticos y no llegaban a concretarse. “La política cultural esta rezagada en todas las líneas, y los políticos mientras que son candidatos sólo se mantienen en el discurso y no en la acción”.
Pero la paciencia y la insistencia lograron buenos resultados, ya que este año se formó la primera Compañía de Danza Clásica y Neoclásica de Jalisco que estará constituida por 47 bailarines, de los cuales, 50 por ciento son de nuestro estado, los demás nacionales y extranjeros. Los artistas principales recibirán 20 mil pesos; los solistas, 12 mil; y el cuerpo de baile, 9 mil.
La sede de esta compañía será el Teatro Degollado y bailarán también en universidades y municipios. Representará una excelente oportunidad para que el público se acerque a la danza clásica y neoclásica en el estado.
El movimiento en Jalisco
El ballet clásico en Jalisco tiene más de 50 años de vida. La primera maestra que impartió clases de danza clásica en Guadalajara fue la señorita Amelia Bell Feeley.
Amelia provenía de una familia circense; su padre, Ricardo Bell (de sangre escocesa y francesa) fue el primogénito de la familia Bell, que fue protagonista de la época de oro del circo en México, en el Porfiriato, cuenta Sonia Ibarra Ibarra, investigadora de El Colegio de Jalisco.
Amelia Bell fue considerada como la más grande artista ecuestre de todos los tiempos y desde muy niña, junto con su hermanito era la sensación en el acto de trapecio volante.
Con la vorágine del espectáculo y de los movimientos revolucionarios en México, la familia salió del país rumbo a los Estados Unidos cuando ella tenía tres años de edad. Allá, junto con su hermana Josefina, tomó lecciones de baile en Nueva York hasta 1914, y participó con la gran familia en los espectáculos musicales.
A poco tiempo volvieron a México y en 1934, a solicitud de una madre de familia, Amelia Bell empezó a dar clases a unas niñas en el Hotel Francés donde le facilitaron un espacio para ello, pero al aumentar la demanda de sus cursos, decidió fundar su Academia con clases de ballet clásico, danza española, regional, valses y tap.
De acuerdo a Larissa González, los padres de familia de ese tiempo, creían que las niñas perdían su virginidad con el ballet, veían que las bailarinas se estiraban, se abrían de piernas, movían el cuerpo y llegaban a la conclusión que después de bailar no serían “señoritas”.
Miss Bell tuvo que pedir a un médico que pusiera un letrero afuera que dijera: “Las niñas pueden hacer danza y no pierden su virginidad, el ballet ayuda a la salud y desarrolla la psicomotricidad infantil”.
Lucy Arce, una de las impulsoras más representativas del ballet en Jalisco, dijo que la danza clásica comenzó a popularizarse y la gente podía presenciar espectáculos extranjeros. “Uno de las más famosas presentaciones fue cuando en Bellas Artes estuvo Ana Pavlova, la estrella del ballet ruso de inicios del siglo XX, que hizo un número especial que consistió en bailar el jarabe tapatío en puntas. “Se fue creando un gusto de la gente por la danza clásica y fueron proliferando escuelas y espectáculos de gran calidad, hechos por bailarines de aquí”, indicó Arce.
Para Larissa González, Guadalajara se ha caracterizado por ser una ciudad importante en la producción de bailarines que han tenido éxito en México y el mundo y que fueron dirigidos por maestras como Dulce María Silvera, Carmen Sandoval o Lucy Arce.
A pesar de que existían bailarines de gran calidad, no había una compañía que mostrara producciones locales, así que el auditorio se dividió en quienes veían a sus hijas bailar o quienes pueden pagar miles de pesos para apreciar un ballet internacional.
El Instituto Cultural Cabañas cumplía y ha cumplido con la labor de unir a los aristas como un grupo oficial, incluso formó con un conjunto representativo de hombres a pesar de los prejuicios sociales contra los bailarines que eran tachados como homosexuales.
“Contra viento y marea Deborah Velásquez pudo incorporar hombres al grupo de danza, en una forma heroica fue a escuelas con volantes a reclutar bailarines y les explicaba que la danza no era homosexuales”, recordó González.
Nuevas danzas locales
La metodología del ballet es ardua e intensa. Hay que acostumbrar al cuerpo desde niño a nuevas posturas, a exigirle, a moverse con la música, a la técnica y a la estética. Para quien baila clásico se le abren la puerta para todo espacio escénico.
La humanización del arte es acercarse a él, no darle la espalda. “Si desde niños ven el arte como algo cercano, cuando sean padres y tengan que dejar que sus hijos escojan una carrera artística no lo verán como algo extraño”, dijo Lucy Arce.
Sin embargo, el público se aleja del arte por diversas razones, entre ellas que la televisión comercial en los últimos 30 años le ha ganado a la cultural, es decir, difícilmente la gente puede encontrar programas de ballet clásico, o porque les toca la mala suerte de asistir a un espectáculo de baja calidad o aburrido.
“Afortunadamente para apreciar una danza no se necesita un conocimiento previo, ya que las manifestaciones artísticas van directo a los gustos y sensaciones del público, a la gama completa de la emoción humana para divertir, entristecer, lo importante es que diga algo”, dijo Lucy Arce.
La nueva Compañía de Danza Clásica y Neoclásica tendrá una gran calidad artística que acercará más al público. Larissa González dijo que será una buena oportunidad para que el ballet oficial dedique una parte del tiempo a hacer funciones didácticas o a de bajo precio para que todo público pueda acudir.
La danza jalisciense ha subsistido a pesar de la falta de presupuesto, políticas culturales, o prejuicios sociales, porque es una expresión emotiva del hombre que ha existido como un ritual para la humanización. La danza vive de la fuerza de los movimientos, sólo hay que vivir para apreciarla.