La cabeza del jabalí hace una mueca burlona y obscena. La estaca en que se encuentra clavada aún escurre sangre, y al pie de ésta yace un montón de mal olientes tripas. El agobiante zumbido de las moscas asfixia los demás sonidos del bosque, pero a la cabeza pareciera no molestarle su miserable condición. Sal de aquí –le dice desde su estaca El Señor de las Moscas a Simon–, ¿por qué estás aquí solo? Nadie te puede ayudar. La risa resuena y se mezcla con el sucio zumbido. Qué idiotez pensar que la fiera era algo que se podía cazar. Simon, soy parte de ti, la causa de que las cosas sean así. ¡En esta isla vamos a divertirnos y si no acabaremos contigo y con los demás!
William Golding publicó su novela, Lord of the flies (El señor de las moscas) en 1954, aunque originalmente él había intentado fallidamente darla a conocer antes con el nombre de Strangers from Within; título menos atractivo, pero que sugiere más sobre la intención de Golding al escribirla. El argumento del texto versa sobre un grupo de chiquillos ingleses que después de un accidente aéreo terminan atrapados en una isla desierta. Ahí los educados muchachitos, aislados del mundo y sin supervisión de algún adulto, llegan a enfrentarse unos a otros y a sí mismos, a partir de lo que son su personalidad y conducta normadas por la civilización, y el salvajismo que pueden desarrollar apartados de los referentes morales.
Sin embargo, lo que realmente le interesa plantear a Golding en esta novela es que el caos y el desastre no son los que transforman a gran parte de los niños en unos seres crueles y primitivos, sino que la maldad humana subyace en ellos mismos, pero que su propio y libre albedrío es lo que los puede salvar o hundir, aún cuando bajo ciertas circunstancias se vean obligados a alejarse de los modelos civilizadores, los cuales podrían ser no más que una delgada membrana que apenas contiene la verdadera naturaleza de los hombres.
La postura de Golding es que el mal y la barbarie son inherentes al ser humano, pero que a la vez siempre pueden oponerse a éstos la razón y la bondad, mas no sin que esa confrontación provoque dolor y daño.
Los cuatro personajes principales de Lord of the flies ilustran esto: Ralph es el bien, el héroe; Jack, la oscuridad y con más habilidades que Ralph, pero sin el favor del destino; Piggy encarna la razón y la sensatez a la que todos quieren hacer a un lado; y Simon es el inmolado, la más inocente de las víctimas que resulta del choque de los opuestos y el más sensible a percibir, a sufrir la esencia que alimenta las acciones de los otros seres.
Aunque las alegorías del bien y el mal en esta novela tengan un carácter universal, de manera explícita Golding no deja de señalar a la sociedad inglesa a la que pertenece, calificándola como aparente ejemplo de orden y razón, cuando en realidad bajo la superficie existe la hipocresía, la ineptitud y la indolencia de la que podría acusarse a los pueblos no civilizados; algo que otro escritor británico, George Orwell, ya había enunciado.
Jack, el niño tenor que lidera a su grupo coral de iglesia y cuyos integrantes serán los primeros en convertirse en transgresores de la moral, dice al inicio de la obra: “Necesitamos más reglas y hay que obedecerlas. Después de todo no somos salvajes. Somos ingleses, y los ingleses somos siempre los mejores en todo”, y al final cuando un oficial de la marina llega a la isla a rescatar a los sobrevivientes, y es informado por Ralph de que antes de estar en tan indignantes condiciones habían hecho al inicio bien las cosas, el oficial se jacta de ello con la frase “como buenos ingleses”.
“Las tinieblas del corazón”
Joseph Campell, reconocido mitologista estadunidense, que escribió libros como El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito o Las máscaras de Dios, y que basó sus estudios en las obras de Vladimir Propp y Carl Gustav Jung, advertía cómo en las diferentes épocas y civilizaciones se repetían y coincidían los elementos y símbolos de los mitos, y que daban la pauta del comportamiento colectivo e inconsciente de los hombres.
En Lord of the flies, más allá de la visión del bien y el mal, quizá sin pretenderlo, Golding creó una obra en la que los personajes que se despojan –casi sin quererlo– de su civilidad y educación, involucionan hacia lo tribal, lo primigenio, con lo que se notan de manera transparente sus estructuras mentales, sus representaciones de la naturaleza y de su entorno social, a través de mitos, supersticiones y ritos a los que los niños no estaban expuestos, pero que desarrollan como una especie de pensamiento intrínseco y común a cualquier hombre.
La pestilente cabeza de El Señor de las Moscas sigue ahí clavada para ofrendar y apaciguar a la fiera que habita la isla. Alrededor de la fogata los chicos hacen una danza en la que fingen cazar, mientras uno de ellos toma el lugar de la víctima. “¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre!” Gritan todos a la vez, excitados y entretanto Simon queda aturdido con las carcajadas de El Señor de las Moscas, que no deja de mirarlo. Y a Ralph ya no le queda más que llorar por las “tinieblas del corazón” y por la “pérdida de la inocencia”. El oficial de la marina ve a los chicos pintarrajeados y con sus lanzas ensangrentadas y sólo atina a decirles: “Conque jugando, ¿eh?”
El señor del despojo
CRISTIAN ZERMEí‘O
¿Se podría escribir la biografía de un autor tan complejo como William Golding en apenas mil caracteres (con espacio)? Pablo Duarte lo hizo en su blog de Letras Libres en apenas 498 golpes. Transcribo:
Fue oficial en un navío en el desembarco aliado en las costas de Normandía. Nació en Cornwall y estudió en Oxford. Se ganó la vida, hasta antes de El señor de las moscas, su gran –quizás único– éxito, como maestro de escuela. Bebía desmesuradamente, odiaba a su hijo por haber nacido con una malformación congénita en un pie, ganó el premio Nobel en 1983 y fue nombrado Sir en 1988. Siempre estuvo atribulado por no haber nacido en un estrato social más alto. Murió de un ataque al corazón en 1993.
¿Y lo demás es silencio? Nada más lejano que esto. Sin embargo es ocioso ahondar demasiado en la biografía –y en el alma– de un escritor que tuvo en el mal su tema principal. “Es un determinista, un derrotista, y una otra vez entre el salvaje y el civilizado elige el salvaje, que es para él el único que en realidad existe”, escribió Javier Aparicio Maydeu. Y mi aportación es al mismo tiempo el epílogo: Como Alexandr Solzhenitsyn, William Golding intuyó que los márgenes dentro de los cuales el hombre conserva su personalidad son muy estrechos. Sólo hace falta un poco de temor para saltar al otro lado.