El malacara Fadanelli

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La literatura no es un pasatiempo
de salón ni es arte bello, sino una
actividad peligrosa, desafiante, crítica
e inconformista: insolente, en resumen.
GUILLERMO FADANELLI

A estas alturas no sabe si fue un mero hecho fortuito o si se citaron con dos o tres semanas de anticipación. El asunto es que Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963) conoció a John Fante una tarde. Se vieron por única vez, hace años, en un café de Coyoacán. O por lo menos eso es lo que cree Fadanelli, o lo que algún día creyó y hoy considera no más que una alucinación llevada demasiado lejos, salpicada de excentricidad y el desfile de numerosas botellas de brandy. Lo que es más cierto es que cruzó algunas palabras con Raymond Carver, en un bar al oriente de Guadalajara: un arrabal en el que la cerveza costaba 10 pesos y había mujeres que en su vida habían visto salir la luz del sol, de tan vampíricas. Con Carver, sin un cometido fijo, únicamente habló sobre la sordidez de la vida, de la pura vida, si se le mira desde el punto de vista de los personajes que pueblan los cuentos y novelas del autor capitalino. Y que antes desfilaron por los textos de Fante y Carver. Con Charles Bukowski, sin embargo, sí trabó una amistad duradera y fructífera. Aunque de ello no hay mayores noticias, salvo su huella literaria.
La literatura, declaró Fadanelli en una entrevista, es “una actividad peligrosa, desafiante, crítica e inconformista.” Y no es descabellado decir que sobre esas bases ha creado su mundo ficcional: colgarle la etiqueta de practicante de la “literatura basura” –como en sus inicios él mismo lo dijo– o de un marginal que se precipita solaz en el abismo del “realismo sucio” es reducirlo de algún modo, encasillarlo. Esa marginalidad que permea las atmósferas de sus cuentos y novelas es una marginalidad propicia para el desenfreno y el apego propios, es decir, al escribir lleva a la práctica aquello que dejó Carver en “Escribir un cuento”: “Cualquier gran escritor, o simplemente un buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.”
En esa atmósfera particular los personajes de sus cuentos y novelas perviven en la sordidez y el desamparo, pasan sin despeinarse y, sin embargo, tampoco obtienen nunca aunque sea una pírrica victoria contra la vida. Aparecen y se de-senvuelven ya con esa consigna: no les será posible hallar alguna salida o rehacerse, rehabilitarse, levantarse de esa acera sucia en que hallan acomodo. O si logran erguirse será únicamente para volver a perderse: hay un hombre en el cuento “¿Niño o niña?” (El día que la vea la voy a matar, 1991), que de pronto, sin saber cómo, lleva en las manos un pequeño ataúd –en el que dentro hay un muerto– que acaba vendiendo a un ropavejero. En este, su primer libro publicado, ya Fadanelli anuncia la marca registrada de la casa: destila en su prosa un resabio satírico y un hedor desgarrador y destructivo propio de una sociedad en la que priva el sinsentido, herencia de esos encuentros con Fante, Carver y su extraña amistad con Bukowski.
Si hay algún atributo para todos estos hombres sin atributos es que acusan un profundo desapego del mundo: indiferencia y desdén, más que un acto involuntario. La vida en el fondo les parece un accidente y la muerte posible acapara toda su atención y arrastra todos sus esfuerzos: Benito Torrentera, cuarentón, profesor de filosofía y protagonista de Lodo (2002), por proteger a una joven asesina (tiene 20 años menos que él) se convierte, a su vez, en asesino, pero lo hace porque la desea y quiere retenerla (“Era una asesina y yo su castigo”). Por ello, no le incomoda sucumbir y dejarse arrastrar al abismo: “Tú tienes ventaja porque ambos sabemos que yo te deseo. En cambio, tú podrías vivir perfectamente sin mí.”
En Lodo lo que al final queda es una inconclusa historia de amor arrebatado y doloroso y la evidencia de esa vieja pelea del hombre contra el hombre, que por ser tan común no nos sorprende ya la sangre que destila: Torrentera acaba exangí¼e, casi muerto bajo sus propios actos y bajo las enormes plantas de un delincuente aparato de justicia. La lucha es hasta el exterminio. Fadanelli mismo lo escribe en boca de una anciana que conversa con Torrentera aparentemente de flores: “Al final la naturaleza gana, joven… Cuando ya no existan hombres en esta tierra, habrá piedras y flores. Los hombres son una plaga, sí señor, cuando terminen de comerse entre ellos la naturaleza renacerá. Va usted a ver.”

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