Cómo se edifica una ciudad. Cómo se construye un país.
En La región más transparente (1958) se fundan, como un gran mapa amorfo o un enorme rompecabezas donde el lector debe permitir que solas, en algún momento de la lectura, se unan las piezas —de manera coherente y legible—; debe aceptar de modo natural que todos los capítulos, todas las partes, conformen la definitiva novela, para vislumbrar la ciudad capital y el país que se describe como México.
No es un secreto que los temas fundamentales que después manejará Carlos Fuentes en sus trabajos, ya están pergeñados en el libro de cuentos Los días enmascarados (1954), el libro primero que lo lanza al mercado como un hombre de letras casi realizado. Tampoco lo es que técnicamente, Carlos Fuentes, en La región más transparente, sigue la línea narrativa inaugurada por John Dos Passos en Manhattan Transfer (1925), donde el autor realiza un fresco social de Nueva York; ambas novelas son semejantes y también distintas, pero la deuda es indudable, clara y, por otra parte, admitida por el autor.
Podríamos decir que Fuentes creó un enorme mapa de voces narrativas donde se concentra gran parte de la historia, sobre todo del siglo XX mexicano. Alberto Paredes nos recuerda que el tono narrativo de Carlos Fuentes “es análogo al de un mural al fresco donde aparecen los personajes que, en ese momento de la historia mexicana, se pueden pasear dominicalmente por la Alameda Central —como en el mural clásico- revolucionario de Diego Rivera”, visible sobre todo en La región más transparente, e influido en definitiva por Dos Passos.
En realidad Fuentes sigue a Dos Passos sólo en el sentido técnico, sin embargo, dentro de la tradición narrativa mexicana la deuda se inclina, principalmente, hacia la novela de Martín Luis Guzmán La sombra del caudillo (1929), donde se describe la vida política y la pasarela de los políticos de nuestro país; línea que Fuentes persiguió hasta hace algunas décadas y, de forma directa y contundente, hace una continuación moderna de aquella novela; entre La cabeza de la hidra (1978) y La sombra del caudillo, hay más aproximaciones que en cualquier otra de las novelas de Fuentes, con la obra narrativa de Guzmán; y para comprobarlo, basta hacer una lectura comparada. Es muy posible, en todo caso, que los modelos centrales mexicanos, para Fuentes, sean Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes. De ambos aprendió el rigor literario: de Guzmán el modo de contar la historia dentro de la escritura de imaginación, y de Reyes el ecumenismo, el nacionalismo, y el amor por la frase bien lograda y musical: el sentido de la buena escritura, que suena bien y dice cosas.
Por cierto, el nombre de la novela proviene de una frase de Reyes, que fue colocada como epígrafe en el ensayo “Visión de Anáhuac” (“Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”). Quizás como un pago a sus deudas, Fuentes, en Casa de dos puertas, dedica un elogioso trabajo sobre la obra del autor regiomontano y universal.
La invención de una ciudad
Hay una tensa línea directa, entre Carlos Fuentes y su novela, con los cronistas del Nuevo Mundo y sus obras; ese trazo en el cielo de la Ciudad de México y de todo el territorio que hoy forma nuestro país, en La región más transparente se vuelve liga indispensable para reconocer que el autor pertenece a esa estirpe de creadores –de inventores, podríamos decir–, de una ciudad y de un país.
Con frecuencia y con razón se ha dicho que con su novela, Fuentes descubre el mundo narrativo fincado en la ciudad, y que es él y no otro quien hace posible –y visible– a la Ciudad de México; pero se olvida que la ciudad ya había sido descubierta varios siglos antes, y el mérito primero se debe a Hernán Cortés y a Bernal Díaz del Castillo (entre otros); sin embargo el gran valor de Carlos Fuentes es seguir la línea directa de aquellos y hacer, otra vez, la invención de la ciudad y otorgarle un sentido muy claro al espacio citadino para que personajes literarios se movieran, y con ello volver a hacer realidad a la capital Azteca.
Porque La región más transparente permite la posibilidad de leerse como un libro de crónicas, y en ese sentido, junto a varios escritores que durante varios siglos hablaron de las cosas y los hechos de la gran ciudad, en su conjunto han logrado esa monstruosa creación.
Por derecho, Carlos Fuentes también pertenece a una larga serie de escritores y artistas que con sus trabajos lograron hacer de México, durante el siglo XX, un país moderno. Esfuerzo que comparte con personajes literarios que van desde Ramón López Velarde y hasta (quizás) José Emilio Pacheco.
Colaborar a fincar un país no es poca cosa: es tratar –desde la imaginación– de reinventar sobre lo ya descubierto; y todas las voces, incluido el coro de la novela, hacen que el lector pueda ver la realidad escrita en palabras. Octavio Paz subrayó en su ensayo “La máscara y la transparencia” (Corriente alterna), que para los lectores de finales de los años cincuenta, la novela fue una “Primera visión moderna de la Ciudad de México”, y luego agrega: “…este libro fue una doble revelación para los mexicanos: les mostró el rostro de una ciudad que, aunque suya, no conocían y les descubrió a un joven escritor que desde entonces no cesaría de asombrarlos, desconcertarlos e irritarlos”.
Es también Paz quien describe a Ixca Cienfuegos como un personaje central, como una conciencia, y ese personaje lo emparenta con el autor: “La literatura como máscara del autor y del mundo. La novela —dice— gira en torno a esta dualidad: la máscara y la conciencia, la palabra y la crítica, Ixca y el México moderno, Fuentes e Ixca”.
Desde el comienzo de la narración, es el lenguaje el que va descubriendo a la propia ciudad; es decir, como en casi toda la obra de Fuentes, es el lenguaje una forma de crítica de la realidad, y en La región más transparente, a la vez que es una gran crónica de nuestro país, también es la crítica de una realidad y de la propia historia, lejana e inmediata a los años de su escritura.
Es, también, un modo indirecto de hablar de la identidad del mexicano, pues a decir de José María Valverde: “Fuentes se pone la tarea de construir unos ‘episodios nacionales’ que, a diferencia de los galdosianos, sirvan para explicar lo actual desde el pasado”, quizás por eso las primeras voces en La región más transparente sean las que vienen desde el pasado prehispánico y colonial, en voz de Ixca, para luego hacer que “los de abajo”, los pobres y desamparados, hagan que la Ciudad de México renazca en sus palabras y sus actos, en sus delirios y sus martirios, en sus aconteceres y en sus dolores, para después darle voz a la burguesía, a los intelectuales, a la conciencia de la crítica, a la vida nueva de una ciudad que se había perdido entre guerras de Reforma, entre revoluciones y arbitrariedades de la dictadura porfirista.
La novela centra su historia entre finales de los años cuarenta e inicios de los cincuenta, de allí hace extensos paréntesis que llevan al lector hacia todas partes de la historia nacional; hacia el mundo de la provincia; hacia las grandes batallas de la Revolución; hacia las elites políticas y la vida de la clase burguesa y de clase media; y, sobre todo, hacia la reflexión y la sátira, y muestra de lo que se piensa, en ese preciso momento en que fue escrita la novela, de lo que es México y, por ende, de lo mexicano y de los mexicanos.
Obra amplia es La región más transparente, novela única que en conjunto con otras obras de autores de otros países latinoamericanos, en su momento lograron que sus regiones geográficas se volvieran una indeleble forma real.
A Fuentes le tocó la fortuna –y la aprovechó a sus menos de 30 años– de percibir una realidad concreta y con ello hacer una enorme novela en la que logra, desde un momento histórico preciso, una parte del tejido de la historia universal. Porque cada gran obra debe fincarse en un momento crucial de la historia, La región más transparente captura para siempre un fragmento de la nuestra, la reciente, que hoy nos parece ya lejana, pero por su viveza se hace, durante cada lectura, un presente perpetuo…
Una lectura en tiempo presente
Hoy en día –en este instante–, cuando la novela cumple 50 años de haberse publicado, resulta muy provechoso hacer una relectura de ella, pues de aquellos apuntes que el joven Carlos Fuentes (tenía 30 años cuando se publicó por el Fondo de Cultura Económica en 1958) tomaba libreta en mano por cualquier rumbo de la ciudad de México –como quiere la leyenda de su personaje–, se puede hacer una clara perspectiva desde el punto de vista histórico (amén de la delicia que resulta la historia como literatura), pues nos dan la oportunidad de hacer una comparación entre el régimen del que parecía perpetuo el Partido Revolucionario Institucional, con la reciente llegada de Acción Nacional a la presidencia de la república.
La narración, entonces, como las buenas crónicas, logra que el eterno rompecabezas que resulta la historia mexicana desde la Conquista hasta nuestros días, sea visible y de algún modo nos permita ver a través de las ventanas la realidad contundente, esta realidad que muchos nos hemos negado a ver durante tanto tiempo: nuestra rica y pobre realidad nacional.