El rostro nipón del terror

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El espectador alerta sus sentidos y activa su imaginación. Lo sugerente despierta el temor a lo desconocido. En ese estado morboso, bajo el cobijo de la oscuridad, cobran vida los más profundos temores. Su originalidad y capacidad para trasladar al público a la cima del miedo suman popularidad a numerosas películas japonesas de terror que pueden ser adquiridas sin dificultad en tiendas especializadas y clubes de video.
El éxito de muchos de estos filmes ha servido de inspiración a cineastas de Hollywood que en ellos han basado sus remakes más exitosos. The ring (El aro) y Ju-on (La maldición), son algunos ejemplos de cortometrajes nipones que han inspirado a directores estadounidenses.
En Ringu (1998), de Hideo Nakata, Tomoko está asustada. Una extraña llamada anuncia su muerte. Percibe algo o alguien a sus espaldas. Voltea y sus ojos se desorbitan. Su rostro expresa pánico. El espectador no sabe a ciencia cierta qué vio. En el desarrollo de la película todo es sugerente: el manejo de luces y sombras, el tenue viento que sopla, los bultos negros, las imágenes fantasmagóricas que se reflejan en una televisión apagada y los ruidos extraños.
Dentro del género de terror, a los japoneses les gusta jugar con lo implícito. Esto forma parte de una tradición cultural estética basada en el taoísmo, originario de China, y que tiene como característica la reticencia en el arte. Es decir, no mostrarlo todo. “Los cineastas saben calcular muy bien el tiempo exacto que una imagen tiene que estar en la pantalla para que alcance a ser percibida, pero no con exactitud”, explica Arnulfo Velasco Ruiz, profesor investigador del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD).

Espíritus vengativos
Los espíritus de hombres y mujeres que regresan a este mundo para cobrar venganza por algún agravio es un tema repetitivo en el cine de terror nipón. El director Hideo Nakata lo explota en el filme Karma del más allá (2009), en el que demuestra que el terror no está peleado con lo artístico.
La fragilidad del fantasma de Oshiga no lo hace menos terrible e impactante. Ella, después de muerta, persigue a su amado porque tomó como esposa a otra mujer. No descansa hasta que Shin muere. Mientras su cuerpo es trasladado en una balsa que se desliza sobre un misterioso lago cubierto de neblina, Oshiga emerge de las aguas para reunirse con él. La película destaca por su estética.
“Las buenas películas japonesas de terror suelen tener un fuerte componente estético. La composición visual es a menudo muy bella, poética y terrorífica, a diferencia de las películas occidentales, que buscan la fealdad. Los directores japoneses tienen capacidad para manejar al mismo tiempo una violencia extrema y una cierta poesía. Eso forma parte de la cultura japonesa”, detalla Arnulfo Velasco.
En Karma del más allá, como en muchas otras películas, triunfa lo que los occidentales consideran malo, pero los japoneses no lo ven así. Uno de los temas básicos del cine de terror nipón son los espíritus de hombres y mujeres que regresan a este mundo para cobrar venganza por un agravio. “Para los japoneses, los seres humanos no pueden luchar con el mundo de los espíritus. Éste es demasiado fuerte”.
El sintoísmo –la segunda religión con más fieles en Japón, después del budismo zen– sostiene que el espíritu de una persona después de morir permanece durante siete años en una zona intermedia entre el más allá y este mundo, al cual es factible que regrese como fantasma. Muchos creen que si una familia no rinde homenaje a un muerto o no lo trata de la manera adecuada, éste puede vengarse y ocasionar daños. También, si una persona fallece y no logra trascender ciertas emociones como el odio, la envidia o el amor, su fantasma permanece en este mundo.
El cine de terror japonés es alimentado por el gusto a lo sobrenatural, plasmado en las creencias y diferentes manifestaciones artísticas de Japón. Éstas influyen en su desenvolvimiento.

Teatro y literatura
En la literatura japonesa –señala Arnulfo Velasco– abundan los cuentos de miedo y de seres fantásticos. Entre éstos, Cuentos de luna y lluvia, de Ueda Akinari, una de las figuras más prominentes de la literatura japonesa del siglo XVIII y Kwaidan. Esta obra fue escrita por Lafcadio Hearn (1850-1904), autor de origen inglés que se naturalizó japonés y que recopiló historias sobrenaturales del país nipón.
La primera obra fue una de las fuentes que inspiró a Kenji Mizoguchi para filmar Ugetsu monogatari (Cuentos de la luna pálida, 1953). Su trabajo como director fue excelente. De hecho la cinta es considerada una de sus obras cumbres y uno de los largometrajes japoneses más conocidos en Occidente. Después de verlo, el espectador se queda con una sensación de extrañeza. Sin embargo, no hay ningún truco. Los efectos deseados se logran a través del manejo de la luz y el trabajo actoral.
Ugetsu monogatari incluye la historia de una mujer noble que se enamora de un alfarero y lo convierte en su amante. Él no sospecha que ella es una fantasma.
Kwaidan inspiró a Masaki Kobayashi para filmar una película con el mismo título (El más allá, 1964). Este filme fue duramente criticado en Japón por considerar que está realizado para impresionar gustos extranjeros. La película fracasó comercialmente en el país nipón, pero triunfó en el exterior. Fuera de la nación de origen tuvo buenos comentarios de la crítica por su espléndida producción.
“Este largometraje es una película que no tiene nada de realismo. La filmaron para parecer un grabado japonés. Incluso las escenografías son totalmente abstractas”, señala el investigador de la UdeG.
La película incluye cuatro historias de terror. Las actuaciones están inspiradas en el teatro kabuki. Uno de los relatos adaptados gira en torno a la famosa Yuki Onna, que se roba las almas de los viajeros atrapados en las tempestades de nieve.
En el Kabuki o teatro popular –que combina música, danza y elementos escénicos– hay representaciones basadas en fantasmas deseosos de cobrar venganza por algún agravio. Este teatro está influenciado por los rasgos de otras manifestaciones, como el teatro Noh –cercano al modelo griego y de índole noble–, en el que son comunes las historias de fantasmas que adoptan forma humana.
Carlos Aguilar, Daniel Aguilar y Toshiyuki Shigeta, en Cine fantástico y de terror japonés, señalan al bankeneko o gato fantasma como un icono del cine de terror japonés. Está inspirado en el Kabuki, en dos de sus variantes: el espíritu de una mujer asesinada que se apodera de su mascota y el gato que venga la muerte de su ama.
Una de las películas más recientes que retoma al bankeneko es Ju-on (La maldición), dirigida por Takashi Shimizu y estrenada en Japón el 25 de enero de 2003. En ésta, la presencia de un gato negro antecede o acompaña la aparición de Toshio, un pequeño niño asesinado por su padre, quien llega a la casa que habitó y sufre las consecuencias de la maldición desatada a partir de la violencia.
El éxito de la película atrajo la atención de Hollywood. Al año siguiente The grudge, bajo la producción de Sam Raimi, Rob Tapert y Taka Ichise, fue llevada a las salas. El filme en su versión estadunidense tuvo mucho éxito. Logró causar bastante impacto, pero sin superar a la versión nipona.

Parteaguas y decadencia
Es en los años noventa, cuando los directores de películas de terror japonesas empiezan a tener mayor proyección en el ámbito internacional. The ring (El aro), de Hideo Nakata, es considerada una película clave. Fue el primer gran éxito comercial. El director le dio mucha importancia a los sonidos para acentuar la atmósfera de miedo. A la versión nipona siguió un remake estadunidense más obvio y menos sutil, con la dirección de Gore Verbinski.
The ring es superado por Dark water (La huella o Agua turbia, 2002), también de Hideo Nakata. Este filme está centrado en el fantasma de una niña que busca a su madre. La película, caracterizada por su atmósfera opresora y tensión creciente, está mejor lograda que el remake norteamericano (2005), producido bajo la dirección de Walter Salles.
La originalidad del cine de terror nipón volvió los ojos de Occidente sobre él. Sin embargo, está en declive, ya que los directores repitieron las mismas ideas una y otra vez.
Para el investigador Arnulfo Velasco, el cine japonés tiene una alta calidad. El problema es que lo controlan productores que quieren ganar dinero. A los directores famosos los dejan en libertad de hacer lo que ellos quieran, pero a los que empiezan los quieren controlar. “Un cine controlado por productores pierde imaginación, ya que ellos quieren repetir lo que ya tuvo éxito y no se arriesga con ideas originales. Son necesarios jóvenes que renueven el cine de terror japonés y planteen propuestas diferentes”.

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