El sabueso de Arthur Conan Doyle

A noventa años de su muerte, el autor británico nos legó una obra que conjunta el misterio, el terror, el vuelo que exige la literatura de aventuras y logra algo muy importante: acercar al lector a la historia de manera total

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Se han empeñado algunas editoriales, y por tanto algunos traductores al castellano, de nombrar una de las más grandes novelas de Arthur Conan Doyle El perro de los Baskerville, cuando en el original no es perro, sino sabueso (hound en el original en inglés).

En mi caso tengo la edición de la Biblioteca Básica Salvat, que apareció en los puestos de revistas de toda Hispanoamérica en los años setenta. Buena traducción de Ramiro Sánchez Sanz, con un excelente prólogo de F. García Pavón, nombres que, por cierto, en estos tiempos nada nos dicen, pero que en su momento fueron celebridades.

De acuerdo con la Real Academia Española, en una de sus dos definiciones sabueso significa: “Perro de caza de olfato muy agudo; se incluyen en esta denominación diversas razas de tamaño mediano o grande, pelaje uniforme y hocico alargado, como el podenco, el braco, el basset o el grifón”; y en la segunda: “Policía, detective o persona que se dedica a investigar, especialmente el que tiene gran olfato para ello”.

En todo caso, “perro” es menos acorde, porque es genérico. Y “sabueso” alude a dos cosas que hacen más interesante y preciso el título y si leemos la novela se puede tener la certeza de que es mejor.

El caso es que he vuelto a leer este libro en homenaje a Arthur Conan Doyle (1859-1930) del que por estos días se conmemoran los noventa años de muerto y porque en lo personal es uno de sus libros que más me satisfacen.

Cuando leo esta obra invariablemente me ocurren dos cosas: ansío llegar y a la vez temo llegar al capítulo catorce “El sabueso de los Baskerville”.

A lo largo del tiempo he leído casi toda la obra del autor, y este libro, y en especial ese capítulo, me parece(n) inmejorables. A mi parecer en el capítulo catorce está todo el genio y la maestría de Conan Doyle como narrador.

En éste se conjuntan el misterio, el terror, el vuelo que exige la literatura de aventuras y algo muy importante: acerca al lector a la historia de manera total. Es decir, lo hace sentir el pánico, el miedo y la intriga lo arroba. En una palabra nos hace vivirla.

En El sabueso de los Baskerville no solamente nos “entretiene” (como lo hizo en su tiempo con toda la sociedad británica), sino que nos integra a la trama. Nos hace ver y estar atento a los personajes y las pesquisas del detective Sherlock Holmes y su ayudante Watson.

A quien, por cierto, nunca en toda su obra le dijo la frase que todos hemos repetido (aún sin leer un solo libro del autor) “Elemental, mi querido Watson”. De acuerdo con acuciosos lectores de sus cincuenta y seis relatos y cuatro novelas, Holmes nunca las pronunció juntas, pero sí por separado.

Si está en lo cierto el ensayista barcelonés Alfred López, “La primera vez que apareció la famosa frase ‘Elemental, mi querido Watson’ fue en una película de 1939 (nueve años después del fallecimiento de Conan Doyle) titulada Las aventuras de Sherlock Holmes. A partir de ahí se popularizó, utilizándose en múltiples largometrajes, series y nuevas aventuras escritas por otros autores”.

Conan Doyle y Allan Poe

Allan Poe es uno de los grandes autores de literatura del terror en lengua inglés.

Esencialmente la obra de Conan Doyle es de aventuras, donde el protagonista principal es el detective Sherlock Holmes; sus textos fueron tan populares que cuando el escritor dio por muerto a Holmes, sus lectores se levantaron en protesta y exigieron que volviera a la vida, lo que llevó al autor a revivirlo.

Novelas y relatos de aventuras detectivescas, las de Arthur Conan Doyle tienen en la historia de la literatura anglosajona a otro escritor que colocó bases más sólidas al género de terror, que ya existía pero que otorgó nuevos elementos y una forma de escritura que ha dado relevantes plumas en todo el mundo.

En ambos están páginas geniales. Los dos han ofrecido su cuota de misterio a los lectores a lo largo de muchos años. Quedan obras muy ricas de los dos. Pero creo que uno, Edgar Allan Poe, ya no se puede leer con luz eléctrica, porque escribió su obra en un momento en el que sus lectores leían alumbrados con la flamita de quinqués; de tal modo que a Allan Poe debe leerse iluminado por la luz de una vela para que su terror tenga los efectos que alguna vez tuvo en la sociedad que lo leyó por vez primera.

A Conan Doyle el cine y la televisión (que tienen su marca e influencia), le han restado asombros a quienes lo leen por vez primera.

No obstante, el capítulo catorce de El sabueso de los Baskerville, que lleva el mismo título, son algunas de las mejores páginas que escribió.

En este texto, que se puede leer aparte, está algo de numinoso (Perteneciente o relativo al numen como manifestación de poderes divinos), de sobrenatural.

De hecho en Conan Doyle y Allan Poe quedan pasajes que otorgan ese primer impulso que nos hace tener pesadillas después de la lectura.

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