La Enciclopedia ilustrada de sexología y erotismo, de Lo Duca, que en 1979 publicó Daimon en nuestro país, refiere que el pudor puede ser “honestidad” o “recato” en la persona. Surge, en todo caso, de un sentimiento extremo de “temor” o de la “timidez” que “producen las cosas relativas al sexo”. Hace una relevante distinción entre el pudor corporal y el psíquico. Advierte: la noción de pudor “puede significar también prueba de discreción, moderación o modestia de una persona, sin que este sentimiento tenga nada que ver con las cuestiones sexuales…”.
Adán y Eva, después de comer el fruto prohibido del Paraíso, desatendiendo la indicación de Dios, se vieron de pronto desnudos: “Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones”.
Dios buscó a Adán desde lo alto del cielo, diciendo: “Dónde estás”. A lo cual respondió Adán: “Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí”. “Y quién -le dijo-”, te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol de que te prohibí comer?” La Biblia consigna uno de los más antiguos casos sobre el pudor humano. De allí se puede, entonces, cualquiera preguntar: ¿Del pecado original proviene nuestro pudor que ha trascendido desde el comienzo de los tiempos y hasta la actualidad?
Actualidad del decoro
El convulso año de 1968, que trajo muerte y descaro oficial a nuestro país, también dejó algunas escenas “comprometedoras” para un ídolo de multitudes, como lo fue El Santo, el gladiador comprometido con los más íntimos delirios de toda una república, quien permitió en su momento la realización de un filme alternativo a El tesoro de Drácula, en su versión para “adultos” de El vampiro y el sexo, esperada para ser vista por más de cuarenta años por sus fans y de la que habían dispuesto su exhibición durante el Festival de Cine en Guadalajara, que recién acaba de concluir.
No obstante la prolongada espera, los fanáticos del Santo tuvieron que quedarse sentados, y no precisamente en la oscuridad de una sala de cine mirando vampiros, sino en su casa, ya que a través de un comunicado, el hijo del Enmascarado de Plata se negó a que presentaran la película.
¿Un ataque de pudor? ¿Una forma de exigir el estipendio por su exhibición? En todo caso y sin entrar en mayores detalles sobre la decisión de la familia, quien salió perdiendo fue el ídolo de los cuadriláteros, pues a nuestro entender su mito ya estaba acabado desde el instante en el cual se desenmascaró en un programa de televisión unos pocos días antes de su muerte, ocurrida en 1984.
Las escenas “prohibidas” del luchador, sin embargo, el público pudo verlas impresas en el cotidiano Metro, que debió adquirirlas de algún modo y que ahora ya no es un secreto que el enmascarado alguna vez le dio duro a la hilacha, contagiado por el Mal al que combatió en todas sus historias. Algo queda, en todo caso, de esto: la humanidad de un ídolo en el que todo un país dispensó sus sueños de venganza contra los infiernos humanos, amenazantes siempre y en cada momento para un México indefenso y violentado hasta su raíz.
Es probable que las escenas alternas de El tesoro de Drácula -vertidas en El vampiro y el sexo- hubieran sido censuradas por el gobierno de Díaz Ordaz, ya que en todo gobierno fascista hay ese dulce encanto del decoro y tal vez porque otro escándalo hubiera sido fatal para que, en el sexenio siguiente, tomara el poder Luis Echeverría. O tal vez, como acaba de ocurrir, los censores pensaron que una vida “sacra” y con olor a santidad, pudiera verse mal y de ese modo contradecir la lucha del Santo en contra de los seres del mal y los traficantes y los reinos del averno. Pero, ¿acaso no todos los humanos luchamos en contra de eso y a la vez gozamos del sexo? Hubiera sido -y es factible todavía- que viéramos al luchador echando pata y no solamente patadas, pues eso lo hubiera humanizado por completo y dado un prestigio de esos que son muy bien vistos por algunos sectores de nuestra sociedad.
Ya lo dijo impecablemente el poeta Ricardo Castillo: Nadie en el sexo tiene su santidad.