En Los cinco soles de México, Carlos Fuentes escribe un prefacio para esta antología que rescata fragmentos de todas sus novelas, cuentos y obras de teatro publicados hasta el año 2000. De manera precisa, el autor nacido en Panamá en 1928, hace un recorrido por la historia de México mientras devela una de las obsesiones –quizá la más constante– que recorre toda su obra: el tiempo.
Al citar un poema maya, Fuentes habla del privilegio que es tener el “poder de contar los días”. Atributo otorgado a príncipes, sacerdotes, guerreros y escribas, y que en la tradición prehispánica debe utilizarse “para asegurarle al pueblo que el tiempo durará”. El uso de la palabra representa honor y compromiso, derecho y obligación. Y en Latinoamérica, esto se acrecienta (y complica) para los autores, como se lo hizo saber a The Paris Review, cuando lo entrevistaron en 1981: “Los escritores latinoamericanos sentimos que tenemos todo por escribir. Que tenemos por llenas cuatro siglos de silencio. Que tenemos que darle voz a todos los que han sido silenciados por la historia”.
Dar la palabra, dar ficción, pero sobre todo, trazar una postura. En la tradición latinoamericana del escritor-intelectual, el artista tiene un compromiso con la educación, con la enseñanza de la historia, es responsable de construir un mapa ideológico y de reinterpretar los discursos fundadores. Por algo Jorge Volpi llamó recientemente a Fuentes “nuestro Virgilio”. De Erasmo de Rotterdam al Popol Vuh, de Miguel de Cervantes a Tomás Moro, el autor de Los días enmascarados es el chamán-literario que interpreta las voces de nuestra historia para reconstruir el huidizo retrato del México moderno.
El goce de la novela
“Sólo a través de la lengua tomamos posesión de nuestra parte del mundo”, escribió Alfonso Reyes en Tentativas y orientaciones, y es a través del español, idioma que Carlos Fuentes a pesar de su vida itinerante decide ejercer con plenitud, desde el cual construye su vasta obra, que no puede llamarse de otra manera que La edad del tiempo, como él mismo la bautizó. Como lo señala en la misma entrevista a Charles E. Ruas y Alfred Mac Adam, “para mi español fue una experiencia extraordinaria estar fuera de México”.
Y su posición en el mundo fue desde el castellano, desde esa república de La Mancha que tanto defendió. Tanto por la lengua como por la geografía (¿real?) de la épica de Cervantes, la mancha es impura, “nos mancha” y es que el español es la mezcla del árabe, del griego, del latín, del náhuatl, y las historias contadas desde este idioma son muchas y están influenciadas por corrientes de pensamiento enormes y a veces contradictorias. Carlos Fuentes señalaba que estaba de acuerdo con Virginia Woolf cuando dijo que una vez que te sentabas a escribir, debías ser capaz de sentir la tradición de la que venías en tus huesos. Ese linaje lo sitúa el autor de Aura en la poesía del siglo XX: “Sin los poetas, sin Neruda, Vallejo, Paz, Huidobro o Gabriela Mistral, no hubiera existido la novela latinoamericana”.
La novela como único género capaz de narrar la ruptura. La angustia moderna. El devenir de la conciencia. “Ningún otro arte se concentra hasta tal punto en el individuo, en su carácter único e inimitable” escribió Milan Kundera en “La modernidad antimoderna”, y este paradigma funcionó tanto para los escritores de la Europa Central y marginal como Kafka, Gombrowicz o Musil como para los latinoamericanos como Cortázar, García Márquez y Carpentier, representantes todos del mal llamado Tercer Mundo, lleno de sátrapas y caciques, pero también abundante en paisajes surrealistas y personajes fantasmagóricos. “Si Iberoamérica ha carecido de continuidad política y económica –escribe el propio Carlos Fuentes en su último ensayo La gran novela latinoamericana– sí ha sabido crear una tradición literaria”. Y es en la novela potencial donde todavía queda mucho por decir. Porque “se escribirán novelas y ninguna novedad técnica o divertida cambiará esta necesidad y este goce vitales, anteriores a todo marco ideológico o tecnocrático. De allí la fuerza, de allí la molestia, de allí el goce que se llama ‘novela’”.
Soñar el futuro
Carlos Fuentes un día antes de morir todavía publicaba en Reforma una editorial donde destacaba la figura de Francois Hollande en Francia y trazaba los retos para ser un referente –desde la izquierda– en la Europa de la crisis económica. Para México, como siempre, tuvo un último comentario que sirve más que de epígrafe, como la última muestra del compromiso intelectual que siempre ejerció para con su país. Señala al final de su artículo: “Me preocupa e impacienta que estos grandes temas de la actualidad estén fuera del debate de los candidatos a la presidencia de México, dedicados a encontrarse defectos unos a otros y dejar de lado la agenda del porvenir”.
Qué decepción representaría para Carlos Fuentes ver un país que tantas veces aparece en su novela como incompleto, con una historia trágica (cuando no circular) y que nunca acaba de dar el paso que termine por cumplir los ideales sociales de una revolución cada vez más lejana. “Allá, en el origen, está todavía México, lo que es, nunca lo que puede ser”, clama Ixca Cienfuegos en las primeras páginas de La región más trasparente, quizá la novela que mejor retrata la contradicción de una sociedad mayoritariamente urbana y moderna, pero que no termina de sacudirse los vicios de la corrupción, el eufemismo chapucero y las taras culturales.
“Nada es más admirado en México que el gran chingón”, escribió Carlos Fuentes, y parece que en nuestra historia política esta figura seguirá presente. Como lo escribió en esa hilarante diatriba que es La muerte de Artemio Cruz: todos somos parte de esa “cadena de la chingada que nos aprisiona a todos”.
Y Carlos Fuentes lo dijo alto y claro cuando recibió la medalla Belisario Domínguez en 1999, desde la tragedia de su historia, desde la imaginación, México también podría ser una guía para los países –que perdidos en la confusión de la posmodernidad– buscan un camino sin traicionarse. Lo que hace falta, señaló Fuentes en el Congreso de la Unión, es voluntad política y sobre todo, una defensa férrea de la educación: “Pienso en educación para eliminar la injusticia, el abuso, la discriminación, la falta de respeto a nuestros conciudadanos, y sobre todo la corrupción que es la forma más brutal de robarle a los pobres”.
Ahí, en la máxima tribuna de la nación, Carlos Fuentes hizo nuevamente buen uso del poder, que como escriba, se le otorgó. La palabra fue utilizada para recordarnos que existen deudas históricas que este país no ha resuelto. La desigualdad, la injusticia, la violencia se convierten en sinónimos si hay gobernantes que miran para otro lado. “El pasado es nuestra agenda”, escribió en La gran novela latinoamericana (2011), y mientras no resolvamos esto no habrá futuro.
“Quien sólo vive en su tiempo no ve más allá de sus narices”, escribió alguna vez Alfonso Reyes. Y mientras algunos desperdician la palabra en monólogos cargados de “actualidad”, Carlos Fuentes utilizó la suya para narrar su tiempo (nuestro tiempo) pero siempre en diálogo entre el pretérito y el porvenir. Soñar el futuro, imaginar el pasado, las premisas desde las que el autor de Terra nostra señaló nuestro lugar en la historia.
“Vivimos en el tiempo, el tiempo es historia y en la historia nunca estamos solos”, escribió Carlos Fuentes. Y aunque el sentimiento de orfandad por la pérdida de nuestro último gran intelectual sin duda durará otros cinco soles, nuestro compromiso tendría que ser nunca dejar de leerlo. No olvidar la palabra que nos heredó, nuestro salvoconducto (si es que existe alguno) para no perder el futuro.
La muerte de Artemio Cruz
(fragmento)
Tú la pronunciarás: es tu palabra: y tu palabra es la mía; palabra de honor: palabra de hombre: palabra de rueda: palabra de molino: imprecación, propósito, saludo, proyecto de vida, filiación, recuerdo, voz de los desesperados, liberación de los pobres, orden de los poderosos, invitación a la riña y al trabajo, epígrafe del amor, signo del nacimiento, amenaza y burla, verbo testigo, compañero de la fiesta y de la borrachera, espada del valor, trono de la fuerza, colmillo de la marrullería, blasón de la raza, salvavidas de los límites, resumen de la historia: santo y seña de México: tu palabra:
—Chingue a su madre
—Hijo de la chingada
—Aquí estamos los meros chingones
—Déjate de chingaderas
—Ahoritita me lo chingo
—índale, chingaquedito
—No te dejes chingar
—Me chingué a esa vieja
—Chinga tú
—Chingue usted
—Chinga bien, sin ver a quién
—A chingar se ha dicho
—Le chingué mil pesos
—Chínguense aunque truenen
—Chingaderitas las mías
—Me chingó el jefe
—No me chingues el día
—Vamos todos a la chingada
—Se lo llevó la chingada
—Me chingo pero no me rajo
—Se chingaron al indio
—Nos chingaron los gachupines
—Me chingan los gringos
—Viva México, jijos de su rechingada:
tristeza, madrugada, tostada, tiznada, guayaba, el mal dormir: hijos de la palabra. Nacidos de la chingada, muertos de la chingada, vivos por pura chingadera: vientre y mortaja, escondidos en la chingada. Ella da la cara, ella reparte la baraja, ella se juega el albur, ella arropa la reticencia y el doble juego, ella descubre la pendencia y el valor, ella embriaga, grita, sucumbe, vive en cada lecho, preside los fastos de la amistad, del odio y el poder. Nuestra palabra. Tú y yo, miembros de esa masonería: la orden de la chingada. Eres quien eres porque supiste chingar y no te dejaste chingar; eres quien eres porque no supiste chingar y te dejaste chingar: cadena de la chingada que nos aprisiona a todos: eslabón arriba, eslabón abajo, unidos a todos los hijos de la chingada que nos precedieron y nos seguirán: heredarás la chingada desde arriba; la heredarás hacia abajo: eres hijo de los hijos de la chingada; serás padre de más hijos de la chingada: nuestra palabra, detrás de cada rostro, de cada signo, de cada leperada: pinga de la chingada, verga de la chingada, culo de la chingada: la chingada te hace los mandados, la chingada te desflema el cuaresmeño, te chingas a la chingada, la chingada te la pela, no tendrás madre, pero tendrás tu chingada: con la chingada te llevas a toda madre, es tu cuatezón, tu carnal, tu manito, tu vieja, tu peor-es-nada: la chingada: te truena el esqueleto con la chingada; te sientes a todo dar con la chingada, te pones un pedorrales de órdago con la chingada, se te frunce el cutis con la chingada, pones los gí¼evos por delante con la chingada: no te rajas con la chingada: te prendes a la ubre con la chingada:
¿a dónde vas con la chingada?