Al igual de vasta que la carrera de medicina, lo fue la que Elías Nandino desarrolló en la literatura: director de las revistas Estaciones y Cuadernos de Bellas Artes, autor de libros, colaborador en revistas literarias por todo el país, editor y coordinador de talleres literarios. Obtuvo tres premios importantes: el Aguascalientes, el Jalisco y el Nacional en Letras.
Como galán, fue a Hollywood para hacer unas pruebas como actor. De allá se trajo algunas fotografías y el recuerdo de haber conocido, unos segundos, a Tarzán. «Estábamos en los estudios cuando Novo recordó que ahí trabajaba Johnny Weissmuller, Tarzán. ¿Vamos a conocerlo? Buscamos su camerino y nos presentamos ante su asistente. Con la puerta entreabierta lo miramos sentado frente al tocador. Salió hasta nosotros una voz tipluda: “¡Ay que enfado! Ahorita los recibo”. Novo y yo nos volteamos a ver y nos retiramos enseguida».
De vez en vez, aquí y por allá surgen poemas de Nandino en revistas. Muchos de ellos forman parte de sus libros, otros “retocados”, igual. Los menos, quizá, quedaron en espera de su recolección. El Boletín de la Biblioteca Nacional de México, le publicó, en 1951, una décima.
A sor Juana Inés de la Cruz
Sigue viva tu existencia
en tus versos inmortales
y en pulsos espirituales
me revelas la evidencia
de que percibo tu esencia
en el goce de leerte
Sor Juana: yo puedo verte
en tu ausencia prodigiosa
como el alma de una rosa
florecida por tu muerte.
Elías Nandino fue amigo de Los Contemporáneos. Varios críticos lo incluyen en esa generación de poetas incluso sin haber publicado en la revista. Uno de ellos, Xavier Villaurrutia, gran amigo de Nandino, editó Sonetos Endechas (1941) de la monja jerónima. Sostiene Octavio Paz: “Los poetas de Contemporáneos leyeron con simpatía y provecho a sor Juana, sobre todo Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia”. En 1950 Octavio Paz publicó, a petición de José Bianco, en la revista Sur, un ensayo sobre sor Juana; años después este texto fue incluido en el libro Las peras del olmo. Cuando Elías Nandino publicó su décima, la Décima Musa ya era leída por los escritores, principalmente.
El Espíritu Público, publicación de la ciudad de Campeche, divulgó en 1958, ocho endecasílabos de Nandino. Al revisarlos se concluye que estos versos pertenecen al soneto II del libro Sonetos 1937. Al poema le falta el primer cuarteto. ¿Así lo envió el doctor Nandino? Lo dudo. Es más fácil pensar que los editores de aquella ciudad lo tomaron mutuo proprio, le agregaron un título “Voz de mi soledad” y unieron el segundo cuarteto y los dos tercetos. Se presenta a continuación los ocho versos publicados y se agrega, en cursivas, el primer cuarteto faltante.
Voz de mi soledad
No se cómo mirar para encontrarte,
horizonte de amor en que me excito,
distancia sin medida donde habito
para matar las ansias de tocarte.
No sé cómo gritar para llamarte
en medio de mis siglos de infinito,
donde nace el silencio de mi grito
movido por la sangre de buscarte.
Mirar sin que te alcance la mirada,
sangrar sin la presencia de una herida,
llamarte sin oírme la llamada:
y atado al corazón que no te olvida,
ser un muerto que tiene por morada
un cuerpo que no vive sin tu vida.
A lo largo de sus publicaciones, este soneto fue obteniendo cambios, sobre todo en la puntuación. Lo podemos encontrar en Sonetos 1937 (1937), su original. Poesías (1947) reunión, en dos tomos, de toda su obra publicada en plaquetas y libros hasta esa fecha. En 1959, Juan José Arreola publicó Sonetos (1937) en los Cuadernos del Unicornio. En 1973, se incluye en Sonetos de amor 1937-1937 en las Ediciones del Colegio Internacional (Guadalajara). En una edición de autor se incluye en Sonetos de amor (México, 1974). El poema se encuentra también en Medio rostro de una vida (Guadalajara, 1981). Una última publicación en Sonetos (Guadalajara, 1991) ya con título “Ansiedad amorosa” y algunas variantes. Palabra virtual presenta por internet este soneto por escrito y en voz de Elías Nandino. En la lectura en voz alta el autor hace algunos cambios al soneto.
Después de una larga vida “y bien vivida”, según su presumir, Elías Nandino falleció a la edad de 93 años. Revisando sus biografías o entrevistas, las restas a su edad fue un común. Cercano a los noventa años él precisó la fecha de su nacimiento. Un día lo encontré mirando una foto reciente, suya, en blanco y negro. “Mira —me dijo—, te presento a un hombre consumado y consumido por la vida”.