Cuarenta años son pocos para vivir pero fueron suficientes para que Edgar Allan Poe (Boston, 1809) escribiera una obra literaria que perdura en el cuidado de sus lectores. Su vida, harto difícil, inició con la temprana orfandad y su posterior adopción por la familia Allen, de quien tomó el apellido y vivió con ellos en Richmond, Virginia.
Con su nueva familia pasó a Londres, en donde estudió algunos años y a su regreso fue alumno irregular. El juego lo llenó de deudas y, según algunos de sus biógrafos, también el alcohol.
Poeta y narrador, se le recuerda más a Edgar Allan Poe por lo segundo. Una narrativa de género policial, donde predomina la oscuridad, las escenas sórdidas y los muertos. Entre sus cuentos, son de mencionar: El gato negro, La máscara de la muerte roja, Corazón delator, El pozo y el péndulo, Los crímenes de la rue Morgue.
Las aventuras de Arthur Gordon Pym (1838) es la única novela de Allan Poe. Relata el viaje sufrido por un polizón de barco hasta alcanzar la muerte; o la bella muerte si es de aceptarse la figura retórica. En el prólogo, el lector se encuentra ante un juego inicial: Gordon Pym informa que estas sus aventuras fueron escritas inicialmente —dos capítulos— por míster Poe y publicadas en el Messenger. Al ver el éxito, Gordon Pym decide continuar y concluir la narración. Y aclara: “…creo innecesario indicar a los lectores que no hayan visto lo que se publicó en el Messenger el punto donde termina lo escrito por míster Poe y dónde empieza la parte escrita por mí. Pues enseguida salta a la vista la diferencia de estilo”. Cierto es que estos dos capítulos fueron publicados en la citada revista en 1837. Stevenson no dudó en declarar: “Poe tiene el auténtico instinto del narrador”.
“Me llamo Arthur Gordon Pym”, así inicia la novela, que se desarrolla en altamar por los rumbos de los mares del sur. Entre lapsos informa sobre las circunstancias de la navegación, que bien pueden calificarse de ociosas. Dicen, y entre ellos está Jorge Luis Borges, que esta novela es antecedente de Moby Dick de Herman Melville.
Estampas de casos de la vida humana tiene esta novela, e, invitando a una aventura, en su transcurso se torna más que horrorosa: pleitos, canibalismo, abandono en alta mar, para concluir con una narración mística: la bella muerte —se reitera—:
“…nos precipitamos hacia la catarata, donde se abre un abismo para recibirnos. Pero de pronto se alza ante nosotros, envuelta en un blanco sudario, una figura humana, mucho mayor de proporciones que ningún ser terrenal”.
Egdar Allan Poe encontró su muerte anticipada el 7 de octubre de 1849, en Baltimore. Días antes un amigo lo encontró deambulando —más que ebrio, quizá drogado—, por las calles y lo llevó a un hospital. Varios días estuvo en agonía. Precisar la causa de su muerte no ha sido posible hasta la fecha.
En un homenaje póstumo organizado por maestros de Baltimore en el Instituto Western Female (que incluía la apertura del mausoleo de Allan Poe después de décadas de trabajo), se invitó a algunos escritores de fama. A excepción de uno, los demás declinaron la invitación. El asistente lo hizo casi en silencio. Su nombre: Walt Whitman.
Europa conoció de Allan Poe por la traducción de Baudelaire: un lujo que pocos pueden recibir. Stéphane Mallarmé le escribió el soneto “La tumba de Edgar Poe”. En este siglo XX, quizá el destino queriendo recompensarlo, le otorgó otra estrella y no menor: sus cuentos fueron traducidos al español por Julio Cortázar.
En uno de sus prólogos, Jorge Luis Borges sostiene que Allan Poe sabía de memoria una silva de fray Luis de León: “vivir quiero conmigo,/gozar quiero del bien que debo al Cielo,/ a solas, sin testigo,/ libre de amor, de celo,/ de odio, de esperanza, de recelo”.
Décadas después, David Huerta informa que la presencia de fray Luis se encuentra en el poema “Al Aaraaf” y de paso corrige al porteño: “Borges se equivoca ante el poema frayluisino: la “Oda” no es una silva; está compuesta en liras de cinco versos, la estrofa adaptada de la poesía italiana por Garcilaso de la Vega”.
Los críticos contemporáneos de Edgar Allan Poe no lo consideraron un escritor americano. Sus temas, sostuvieron, provenían del romanticismo alemán. Él, preciso, les contestó: “El terror no es de Alemania, es del alma”. Rubén Darío, años después en su libro Los raros (1896), incluyó un estudio centrado en la persona del bostoniano. Escribió: “Nacido en un país de vida práctica y material, la influencia del medio obra en él al contrario”.