En la serie estadounidense de Chuck Lorre, Bill Prady y Lee Aronsohn, The Big Bang Theory, Penny, la rubia que se muda a un departamento en frente al de dos físicos trabajadores universitarios, le pide a uno de ellos, al doctor Sheldon Cooper (físico teórico) si puede aleccionarla para saber «un poco de Física».
Su intención es comprender el trabajo del físico experimental Leonard Hofstadter, quien en ese momento es su pareja. Luego de un devenir en la trama de comedia, Cooper acepta enseñarle con la condición de que el ejercicio funja como un experimento antropológico al que denomina «Proyecto Gorila».
Su cátedra comienza así: «Es en la Antigua Grecia donde inicia nuestro viaje; es una tibia tarde de verano en el 1600 AC… ves el cielo nocturno y ahí notas que unas estrellas parecen moverse, y les nombras planetas (o viajeros). Esto es el comienzo de un viaje de 2 mil 600 años a través de Grecia, Newton, Niels Bohr, Schrödinger y (finaliza) a la tonta investigación que Leonard en la actualidad procesa”. Para Sheldon es imposible comprender «un poco de Física».
En los albores del siglo XX, José Ortega y Gasset despreciaba a la Física porque decía que era una ciencia que impulsaba mucho el progreso —desde una óptica imperialista—, lo que dejaba de lado a la ciencia madre del pensamiento: la Filosofía. De hecho, avizoraba el destino de la humanidad a lo largo de los cien años venideros con la Física como protagonista, misma que propiciaría catástrofes y accidentes ambientales.
Esa segmentación entre las ramas del conocimiento parece que establece la manera en la que cada generación debe encaminar el pensamiento colectivo, como si en general la humanidad se perfilara hacia destinos bien específicos.
A pesar de esto, en el diálogo del personaje de The Big Bang Theory, la Física y la Filosofía no están separadas entre sí, pues Sheldon parece respetar lo heredado por el pensamiento clásico para comprender los avances que ahora buscan responder el orden o la arbitrariedad de la creación.
En el libro La teoría del todo, el físico británico Stephen Hawking junta una serie de textos en los que hace un compendio de conferencias que impartió a lo largo de su carrera académica, acerca del argumento inscrito en el título de la obra a manera de epígrafe: el origen y destino del universo.
La intención de su divulgación es socializar a la Física y hacer comprender cuáles han sido las principales hipótesis que han producido una idea general que respondería las preguntas filosóficas más elementales: ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? y ¿por qué existimos?
Justamente Hawking, quizá sin tenerlo presente, entra en diálogo-discusión con las posturas de pensadores como Ortega y Gasset y afirma que el idear una teoría general no tiene ningún objetivo de impulsar a la Física como la ciencia rectora del pensamiento humano, sino darla a conocer para que con ella la humanidad en lo general comprenda su propósito en el universo.
Y no sólo a la Física, sino el todo: o sea, la Biología, la Química, las Matemáticas (referida por muchos como el lenguaje de Dios) en convergencia con el pensamiento humano (la Filosofía). Además, añade que los investigadores actuales, que estudian las teorías que dejaron personajes como Newton y Einstein, tienen la misión de que cuando se comprenda el cosmos —aquel mismo que inspiró el pensamiento clásico de los griegos— ramas del pensamiento como la Filosofía entren a la discusión para que con su visión abran nuevas posibilidades a las respuestas de quién nos creó y cómo se creó el universo.
Detalla: «Sigo creyendo que hay base para un prudente optimismo sobre la posibilidad de que ahora estemos próximos al final de la búsqueda de las leyes definitivas de la naturaleza (…) ¿Por qué el universo va a tomarse la molestia de existir? ¿Es tan imperiosa la teoría unificada que conlleva su propia existencia? ¿O necesita un creador y, si es así, tiene Él algún efecto en el universo aparte de ser responsable de su existencia? ¿Y quién le creó?».
Hawking ahonda que en la actualidad los científicos siguen preocupados por el desarrollo de nuevas teorías (como separando ciencias) y no de responder la cuestión de “por qué”; por otro lado «las personas cuya ocupación es preguntar por qué —los filósofos— no han sido capaces de mantenerse al tanto del avance de las teorías científicas. En el siglo XVIII, los filósofos consideraban que todo el conocimiento humano, incluyendo la ciencia, era su campo (ahora) redujeron tanto su campo que Wittgenstein… dijo: la única tarea que queda para la filosofía es el análisis del lenguaje. ¡Qué retroceso desde la gran tradición de la filosofía de Aristóteles y Kant!».
En el libro concluye que si se descubriera una teoría completa de la existencia, toda la humanidad debería formar parte de la discusión del por qué el Universo existe, o sea, ahí es donde sería elemental la suma de toda la inteligencia y el pensamiento que se ha alimentado por siglos: «Si encontráramos la respuesta a ello, sería el triunfo definitivo de la razón humana, pues entonces conoceríamos la mente de Dios».