En el peor de los baches, un editor todavía tiene sus libros. Por eso, los libros tienen que existir. Aunque sea en tirajes pequeños, pero bien hechos. No que Felipe Ponce haya tenido que cambiar un volumen por comida, “pero sí por tragos”. Con altas, bajas y transformaciones y 18 años después de que un puñado de estudiantes de la carrera de letras se lanzara a imprimir sus versos, Arlequín es la editorial independiente más sólida de Guadalajara y Felipe, su cabeza.
Libro
Siempre me han gustado como objeto. Mis primeros ejercicios en los oficios del libro fueron de niño, cuando reparaba libros con pegamento o les ponía refuerzos. A los 10 años ya compraba mis propios libros por puro gusto y guardaba colecciones y enciclopedias de esas que salía un nuevo número semanalmente en los supermercados. Hoy todavía compro muchos libros nada más porque están bien hechos. Algunos que ni siquiera son para leerse, sino para verse, como los libros de mapas, que me encantan.
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El 15 de marzo de 1994 salió de la imprenta el primer título con el sello de Arlequín: Folios de aguatinta de Jaime Casillas. Fue cuestión de suerte, de un sorteo entre los que fundamos la editorial. Para entonces ya había editado un par de números de una revista, pero ese fue mi primer trabajo sin meter mano, es decir, hecho en computadora: entonces era todavía un ser extraño al que conocí apenas en la facultad, y aún así las tareas se entregaban mecanografiadas. Desde entonces muchas cosas han cambiado, pero creo que he llegado hasta aquí por el tesón de los que iniciamos y también de mi parte, por mi terquedad de no cambiar de giro a pesar de que ha habido oportunidades. Creo que los editores de contenido somos muy necesarios, pero no sólo por amor al arte: si soy editor, soy comerciante. Siempre he buscado que la editorial sea rentable primero para mí y luego para otras personas, pues ahora incluso tenemos empleados. Para lograrlo, tuve que quitarme las telarañas de los usos y costumbres de antaño, como regalar los libros. Ahora suena muy lógico, pero hace una década de verdad era algo insólito; por eso tantas editoriales sobrevivían de las bequitas, también nosotros. Pero eso sólo te da para sacar los libros, no te permite ser un negocio.
Batallas públicas
Ya nos pagó el ayuntamiento de Tonalá. Lo publicamos de inmediato en Facebook, al igual que el reclamo. No sé qué tanto haya sido por eso. Nos llamaron cordialísimos para decir que ya estaba el cheque, y nosotros contestamos cordialísimos también. Todo tranquilo. Esa estrategia se la aprendí a una editorial chiapaneca, Taller Leñatero. En su caso, se tomaron una foto todos los integrantes del taller sosteniendo una manta que decía “Ya páganos”, o algo así. Me parece una táctica válida porque los organismos usan los mismos medios para promoverse, así que no veo por qué reclamarles por esas mismas vías. Algo parecido hicimos con Gandhi cuando rechazaron nuestros productos porque según ellos somos una editorial “no comercial”. Les disgustó bastante, pero mediante nuestra distribuidora de todas maneras logramos un pedido, aunque sólo para Guadalajara y a condición de que si no se vende, no volverán a hacer otro jamás.
Salto electrónico
La presencia en las grandes librerías me tiene sin cuidado. Por suerte se han multiplicado los canales por los cuales los lectores se enteran de que hay en el mercado y compran. Este es el año definitivo para el salto electrónico: se acaba de hacer la primera Feria del Libro Virtual en España, los lectores electrónicos se van masificando y pronto van a ser todavía más baratos… todo mundo está alerta. Pronto estará disponible nuestro catálogo más reciente en versión electrónica, seguramente con un precio alrededor del 40 por ciento más bajo. Los editores tienen que entender que un libro electrónico debe ser barato, no sólo porque se ahorran los gastos de producción y distribución, sino para incentivar su consumo.