En el torbellino de funciones que ofrecen las redes sociales existe una serie de filtros fotográficos en Instagram que, según pregona, consiste en analizar los patrones del rostro de la persona retratada para determinar de dónde provienen sus genes. La pifia sirve sólo de juego, ya que en una imagen determina que el mayor porcentaje del origen del individuo es, digamos, israelí, otro tanto del Congo y en menor escala ibérico; en una posición distinta del mismo sujeto para una nueva foto, el resultado dirá otra cosa y la relación entre lo primero no estará vinculada a lo posterior.
Aunque el pasatiempo se volvió célebre y muy común entre las multitudes de internautas, en su más íntimo ser quienes usan esta herramienta quizás deseen responder en realidad a esas preguntas socráticas que luego de miles de años los seres humanos nos seguimos planteando: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?
En la antigua Grecia, un aforismo inscripto en el templo dedicado al dios Apolo en Delfos, despertaba las sensaciones más entrañables en quienes lo leían: “Hombre, conócete a ti mismo”, y es justamente lo que decidió hacer el escritor estadounidense Gay Talese con el libro Los hijos (Unto the sons, 1992; 2014 traducción al español), en el cual hace un repaso somero de su vida y uno más íntimo y profundo de su estirpe, desde la época en la que sus ancestros nacían-vivían-morían en Maida, un poblado al sur de Italia, hasta que emigraron a Estados Unidos.
En la infancia de Talese la aplicación de Instagram no era la sensación y los periódicos no se planteaban ni la opción de que algún día serían leídos en una pantalla, pero la primera interrogante del niño también surgió como en cualquier individuo y fue por las diferencias culturales entre él y sus compañeros así como por el color de su piel.
Talese escribe: “Me veía como un forastero (en Ocean City, Nueva Jersey, su ciudad natal), un extranjero, un vagabundo que (…) había llegado allí por accidente… Era de piel olivácea en una población de gente pecosa”.
Si bien, por una parte, a las personas las forja su cultura, los saberes populares, incluso las mismas tragedias griegas señalan que la sangre y la raza condicionan. Así fue, quizá, como Talese decidió indagar más en su estirpe y su sentimiento interior de ser un marinero para escapar de “aquella isla en la que había nacido y donde nunca acababa de encontrarme a gusto”.
En 2014 el suplemento cultural Babelia del diario El País calificó a Los hijos como la obra maestra del autor norteamericano que se jacta de no ser un novelista, sino un autor —que antes que nada es periodista— de narrativa creativa pero real. Allí se dice también: “La saga de su propia familia calabresa (es), un tratado encubierto de los benéficos efectos de la emigración, un brillante y enciclopédico ensayo acerca de las virtudes de la memoria”.
En Vivir para contarla (2002), libro de memorias de Gabriel García Márquez, el colombiano inicia diciendo: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”; pero Gay Talese solamente se detiene en a evocación de pasajes de su infancia, como la descripción de esa postal serena y gris del océano en la isla, porque todo lo previo a ello —la niñez y juventud de su padre Joseph, de su abuelo Domenico, de su tío abuelo Antonio, de los Cristiani, la fervorosa devoción a San Francisco de Paula, la influencia Borbónica en el sur de Italia, la época del resurgimiento y la unificación del país de la bota, la emigración al nuevo mundo, la primera guerra mundial, la aparición de Mussolini…— se dio por un fuerte proceso de investigación periodística donde Talese probablemente buscaba responderse la duda que se le sembró en la infancia “¿quién soy?”.
Sobre su texto, él mismo diría: “La investigación de este libro la empecé en 1956. Por encima de todo, es una historia sobre la inmigración, que sigue siendo el tema más candente en Estados Unidos, donde hay una mezcla de rechazo y aceptación hacia los emigrantes, contradicción que da qué pensar. A la gente se le olvida de dónde procede”.
Ahora que Estados Unidos vive una nueva confrontación interna que tiene que ver con problemas antiguos y arraigados de segmentación y racismo, Los hijos atestigua que la historia de la humanidad dicta que no somos más que el legado de hombres y mujeres que vivieron en épocas y tierras remotas, que todos, en cualquier parte del mundo somos el resultado de luchas, amores y traiciones; y también el producto de castas: somos hijos del deseo, el pudor, la añoranza, la desesperación carnal que culmina en la experimentación genética resultado del coito, hasta producir esta persona que lee o esta persona que escribe o la que anda, la que mira, la que siente y construye lo que en el futuro será el presente y luego, de nuevo, el pasado
Si Estados Unidos, como sociedad, pusiera su rostro en una aplicación de Instagram para revisar cuál es su origen étnico, la lista de lazos sería muy larga: británicos, italianos, españoles, portugueses, franceses, africanos, asiáticos, mexicanos…