Gótico sutil con Evanescence

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Ni el inicio de semana, ni el pesado tráfico de las ocho de la noche impidió que la fila comenzara a formarse. La noche del lunes 5 de noviembre la explanada del Auditorio Telmex se convirtió en una especie de laboratorio social.
Ahí estaban revueltos mujeres vampiro de cabellos rojos, punketos con la nariz plagada de piercings, adolescentes con angostos pantalones oscuros y ojos pintados de negro, hombres tatuados y de cabello largo, gí¼eritas con ropa de marca y mamás acompañando a sus hijos adolescentes, todos reunidos para ser testigos del primer concierto de Evanescence en Guadalajara, como parte de su gira mundial “The open door”, una de las bandas de rock alternativo consentidas de MTV, que ha vendido en todo el mundo más de cinco millones de copias de su más reciente disco.
“Ni parece un toquín”, comentaban dos chavos vestidos de negro. Las butacas del auditorio hacían extraña la espera. Solo la parte más cercana al escenario, sin sillas, daba la idea de un verdadero concierto de rock: Los de adelante todos de pie y apretados. Atrás, sentados, como esperando el inicio de una película.
A las nueve en punto sonó una guitarra eléctrica. Hasta el chavo de muletas y yeso negro se apuraba para no perderse ni un segundo de concierto. Falsa alarma. No, no era Evanescence; era Avella Ink, la primera banda telonera. Tres canciones bastaron para que comenzaran los abucheos de los asistentes.
Cuarenta minutos más tarde otra falsa alarma; esta vez, el grupo angelino Julien K, que saturó las bocinas con una extraña mezcla de metal y música electrónica, eso sí, acompañados por un juego de luces que terminó por atrapar a los casi ocho mil asistentes, tanto que al final, les pedían otra.
Mientras los del staff arreglaban el escenario y los instrumentos, unos salían al lobby a abastecerse de bebidas, otros buscaban la camiseta o el souvenir para presumir a los amigos.
“¿Ya había venido aquí? Yo vine a ver a Ricky Martin. Estuvo muy suave” decía una señora al hombre canoso vestido con camiseta oscura y la palabra Fuck en el pecho.
La manta negra con una “E” estilizada en color morado se erguía al frente. La desesperación se convirtió en aplausos rítmicos y rechiflas. La gente estaba ansiosa.
Los acordes de un piano y la atmósfera gótica eran señal de lo que venía. Con un vestido negro y blanco desgarrado, Amy Lee, líder del grupo, apareció al lado del escenario cantando a piano “Lose Control”, luego la manta cayó y tras ella aparecieron Terry Balsamo, Will Hunt; Tim McCord y Troy McLawhorn, enmarcados por las luces púrpura y azul que llenaban el escenario.
“Nice to meet you” fueron las primeras palabras de Lee que interactuó toda la noche con el público y dedicó una canción “especialmente para sus fans”.
En varias canciones Lee recogió su cabello en una coleta e hizo acompañar su voz con un piano negro que daba al concierto una ambiente melancólico y oscuro.
Los celulares y cámaras no dejaron de funcionar durante la hora y media de concierto. “Going under”, “Call me when you`re sober” y “Sweet sacrifice” fueron las más coreadas. Una veintena de canciones extraídas de sus discos Fallen y The open door hicieron que los adolescentes gritaran y cantaran mientras hacían la señal de “sexo, drogas y rock and roll”.
¿De verdad quieren escuchar esta canción? preguntó Amy Lee, tocando las primeras notas a piano de “My inmortal”. “Esa sí me gusta”, decía una muchacha a su novio.
El grupo se despidió y a petición del público interpretó otras tres canciones. Poco después de medianoche Lee agradeció en inglés: “Guaralahara, Mexicou. Good night” para después perderse por el lado derecho del escenario.
Sentada en las filas de atrás, una señora jugaba con su celular: “al fin se acabó esto”, expresó. Afuera del auditorio, papás y mamás con los ojos adormilados buscaban a sus hijos. Los vendedores de fotos y camisetas ofrecían su mercancía. El frío comenzaba a calar.

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