El culto a la Virgen de Guadalupe tuvo, en su origen, la oposición absoluta de la Iglesia católica. Nadie ha dicho cosas peores que fray Bernardino de Sahagún, nuestro primer historiador. En su monumental Historia General de las Cosas de la Nueva España, señala que los indios habían tenido en el Tepeyac “un templo dedicado a la madre de los dioses, que llaman Tonantzin, que quiere decir nuestra madre”. Luego observa que los indios iban al santuario de ese ídolo “desde muy lejanas tierras, de todas las comarcas de México”. Por eso el nuevo culto le resulta a fray Bernardino “invención satánica para ocultar la idolatría” y “devoción sospechosa porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente.” ¡Gulp!
Luego vino el testimonio contrario del mismísimo testigo del milagroso plasmado de la imagen: el obispo fray Juan de Zumárraga, quien debía recibir las rosas.
En 1547, apenas quince años después de la fecha asignada a las apariciones, fray Juan publicó en su catecismo Regla Cristiana: ¿Por qué ya no ocurren milagros? “Ya no quiere el Redentor del Mundo que se hagan milagros, porque no son menester… No queráis, como Herodes, ver milagros y novedades por que no quedéis sin respuesta: lo que Dios pide y quiere es vidas milagrosas, cristianas, humildes, pacientes y caritativas.” ¡Zas!
El piadoso y católico historiador del siglo XIX, Joaquín García Icazbalceta, encargado de encontrar las bases históricas del culto, para así obtener del Vaticano permiso para coronar la imagen, se pregunta:
“¿Cómo decía eso el que había presenciado tan gran milagro?” Lo dice porque no lo vio y le molestaba, como al provincial de los franciscanos, fray Francisco de Bustamante, que se atribuyeran milagros a la imagen (no que se hubiera aparecido, lo cual nadie creyó a lo largo de todo el primer siglo). Fray Francisco sostuvo, ante el virrey y la Real Audiencia, que, luego de los muchos trabajos pasados por los evangelizadores para que los indios no creyesen en imágenes, pues eran de piedra y palo, “venir ahora a decirles que una imagen pintada ayer por un indio llamado Marcos (Cipac) hacía milagros, era sembrar gran confusión y deshacer lo bueno que se había plantado.”
El expediente con este sermón del provincial de los franciscanos estuvo perdido durante casi tres siglos.
La primera noticia de su existencia se tuvo en 1846.
En 1871 lo leyó García Icazbalceta, escribió al arzobispo Labastida que sus dudas se habían vuelto certezas, y le rogó que el manuscrito no se presentara a otros ojos ni pasara a otras manos. Pero él mismo lo había dado a conocer a sus amigos: Francisco Sosa, Francisco del Paso y Troncoso, José María Vigil y Luis González Obregón.
La imagen tenía una corona, como demostraban todas las copias realizadas durante tres siglos. Si la había coronado el mismo Cielo no podía ser vuelta a coronar.
Así que la corona “desapareció”. En 1887, el futuro abad de la Basílica, Antonio Plancarte, relata así el momento del nuevo “milagro” en carta al obispo de Yucatán, Carrillo y Ancona: “El día que publicaron en El Nacional [23 de enero de 1887] que no debía ser coronada la imagen porque Dios ya la había coronado”… vio las fotografías tomadas tres días antes, y ¿qué creen? ¡Faltaba la corona!
Por todo ese lío, cuando al fin se coronó la imagen en 1895, el obispo de Tamaulipas, Eduardo Sánchez Camacho, renunció a su diócesis por considerar que el culto guadalupano “constituye un abuso en perjuicio de un pueblo crédulo y en su mayoría ignorante.”
Los mitos sobre el origen divino de la imagen se habían tambaleado ante el solo análisis estético:
Resultaba infame que Dios pintara en el estilo de los conquistadores: la Guadalupana es claramente de estilo general europeo, tiene un medallón idéntico al de la Virgen de la Merced; lleva armiño en los puños, símbolo de los reyes en Europa y animalito que no existía en América. Es gótico español.
Aún peor: era increíble que Dios pintara tan mal: los hombros son claramente enormes hasta para un hombre fornido, el pliegue de la rodilla es anatómicamente imposible, los alamares dorados del brocado pasan por encima de los pliegues, el ángel no tiene hombros y los bracitos son deformes.
Por último: se conoce de qué está hecha la imagen. En La tilma de Juan Diego, ¿técnica o milagro? de Philip Serna Callahan y Jody Brant Smith, traducido por el padre Faustino Cervantes (promotor de la canonización de Juan Diego) y recomendado por la Basílica, se lee:la orla del manto es de oro y se está desprendiendo, el fondo es yeso y está cuarteado; el moño negro, la luna y el cabello del ángel, de óxido de hierro, están agrietados y cayendo; el ángel está pintado al temple; los rayos dorados, al fresco.
A diferencia de los murales pornográficos de Pompeya, que han resistido dos mil años y la erupción del Vesubio, la Virgen de Guadalupe ha entrado en la última fase de su deterioro. Pero, podéis estar seguros, hermanos: otro milagro la rescatará.
¡Aleluya!