H. G. Wells utilizó una cordura, digamos científica, para sustentar la verosimilitud de los argumentos de sus novelas. Antes había estudiado Biología en la Escuela Normal de Ciencia, esto le permitió enmarcar sus ficciones con un acento científico; extrapoló sus conocimientos para apoyar la literatura.
De sus libros se pueden nombrar, La máquina del tiempo (1895), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898), que es donde se cumple, lo dicho, entre otros, por Borges: “…son pesadillas que deliberadamente rehúyen un estilo fantástico”. Cuando se publicaron, era casi el cierre de un siglo y la apertura de otro que prometía confiar un poco más en la ciencia y ya se entreveían algunos adelantos tecnológicos. En literatura Wells era uno más que inauguraba la ciencia ficción.
Entre los trabajos ejercidos por Herbert George Wells (Bromley, High Street. 21 de septiembre de 1866 — Regent’s Park, Londres. 13 de agosto de 1946) destacan el de periodista. En sus novelas se encuentran vislumbres de esta actividad, y se ejemplifica en La guerra de los mundos: “Mi hermano me dijo que era curioso ver cómo se había transformado la confección del periódico para dejar espacio a estas notas”; entre otras. Y una presencia de la Biología es la destrucción de los marcianos: “…muertos por los bacilos de contagios y de las podredumbres, contra los cuales no se hallaba preparado su organismo”.
La guerra de los mundos es su más famosa novela. Ha sido llevada al cine y en ella se disipa una duda de la humanidad: otros seres habitan en el Universo. Esta novela llegó por radio a Nueva York en voz del entonces joven de 23 años, Orson Welles, la Noche de brujas del 30 de octubre de 1938. La CBS neoyorquina hizo una adaptación radiofónica con formato de noticia. La angustia se apoderó de una parte de los ciudadanos ante la invasión marciana. Llamadas telefónicas inundaron a la policía y a los periódicos pidiendo informes: nadie sabía nada. Al día siguiente la prensa magnificó lo ocurrido. Cabeceó The Boston Daily Globe: “Un juego de radio aterroriza la nación”. Lo cierto es que el programa no espantó sólo a los radioescuchas. Las cifras varían de un millón a doce. Welles y su equipo pidieron disculpas. Este acontecimiento ha sido comentado o recreado con bastedad. Se encuentra, incluso, en Los Simpson.
Junto con Bernard Shaw fue miembro de la Sociedad Fabiana de Londres que buscaba el socialismo de manera gradual. La máquina del tiempo bien puede decirse que es la narrativa de su decepción: un invento, una máquina, que permite viajar por la cuarta dimensión, el tiempo. Con ese apoyo viaja al año ochocientos dos mil setecientos uno (802,701). Se encuentra con una humanidad dividida entre Los Eloi, que dominan el mundo y viven en un casi paraíso, y Los Morlocks, otros humanos que viven en los oscuros subterráneos encargados de los trabajos. Y regresó para contarla a sus amigos que lo esperaban en la sala de su casa.
El hombre invisible se ha considerado como una metáfora de los perjuicios que ejerce la ciencia sobre la humanidad. Un hombre, Griffin, logra convertir su cuerpo visible a invisible. No ser nadie tiene graves consecuencias. Lo que destaca, en principio, es la vestimenta y los alimentos. Su ropa es una cáscara, ya que su cuerpo, a la vista, forma una oquedad. Lo mismo los alimentos. En tanto se asimilan son visibles. Él anhela el poder pero desde su nueva situación todo se complica. Al sentirse sujeto a su invisibilidad exclama: “¡Es extraordinario lo poco que puede un hombre solo!”. La novela fue publicada en 1897, a los finales de la época Victoriana. Inglaterra estaba en la industrialización y predominaba una moral férrea. El que H. G. Wells haya puesto en boca de Griffin: “Port Burdock ya no obedecerá a la reina, díselo así al coronel y a todos los demás; me obedecerá a mí,…” no es poca cosa.
“En nuestros días —escribió José Emilio Pacheco—, aceptamos con Borges que el mejor Wells es el primero, el de El hombre invisible y La isla del Dr. Moreau…”. Mario Vargas Llosa prologó el audiolibro La guerra de los mundos. Ahí sostiene en voz: “La ciencia ficción tal como la entendía H. G. Wells no era un ejercicio de la pura imaginación sino una proyección fantástica de lo que los grandes descubrimientos científicos permitían avizorar como una realidad futura…” Jorge Luis Borges lo incluyó en dos colecciones: La Biblioteca Personal y La Biblioteca de Babel. En la primera incluyó los libros La máquina del tiempo y El hombre invisible. En la segunda, una serie de cuentos encabezados por La puerta en el muro, que le da título al libro. Este segundo fue diseñado por Franco María Ricci para Siruela.
Se dice que H. G. Wells fue estudiante regular y ávido lector desde su infancia. Papini, en Gog, lo describe como: “…un hombre gordo, seguro de sí mismo, que tiene el aspecto de un administrador de fincas rurales mejor que el de un escritor”. Un cáncer le arrebató la vida faltando días para que cumpliera los ochenta años de edad.