Parece que los italianos llegan a Guadalajara con la Feria Internacional del Libro, pero no, ellos ya estaban aquí. Algunos llegaron a finales del siglo XIX atraídos por un loco proyecto de un dictador en su laberinto. Otros fueron expulsados por las guerras y la pobreza. Hubo quienes encontraron similitudes con el clima, aprendieron a disfrutar los colores. Los más se enamoraron de una mexicana y echaron raíces.
La patria adoptiva —como la llaman— los atrapó y se quedaron, la mayoría terminó prosperando. Algunos son restauranteros, los hay que son gestores culturales o hasta cónsules. Todos aman por igual a Italia y a México. Todos ven en la FIL un pretexto para recordar lo que nunca han olvidado.
Laura Muñoz Pini
Investigadora de la Universidad de Guadalajara
Su objeto de investigación le permitió desmarañar su pasado. A las manos de su familia llegó un libro de José Beningo Zilli Mánica, así conoció que sus bisabuelos llegaron a México a partir de un proyecto del siglo XIX, para colonizar este país con extranjeros. Los creadores de este plan pensaron en qué migrantes traer. No querían personas de Estados Unidos por el miedo a perder territorio, consideraban que estaba en riesgo la soberanía nacional. Tampoco querían a los franceses o españoles por los ánimos independentistas en contra de la Nueva España. Así que eligieron a migrantes con afinidad a los mexicanos. Los italianos fueron los elegidos.
El proyecto comenzó. No querían solteros así que buscaron italianos con familia para que éstas se integraran, que fueran buenos católicos, y que pertenecieran a la alta Italia, la más próspera. Con ellos, explica la investigadora Laura Muñoz Pini, el gobierno mexicano buscaba fundar colonias agrícolas modelos para desarrollar el trabajo del campo con tecnología italiana.
Sólo fundaron colonias italianas en Puebla, San Luis Potosí, el estado de México y en Veracruz, en esta colonia estuvo el abuelo de la investigadora. La idea colonizadora fracasó. Querían traer trecientos mil italianos. Llegaron tres mil y sólo se quedaron en México mil quinientos. Todas las promesas del gobierno no se cumplieron. Nunca llegaron las tierras fértiles, ni las semillas y las colonias nunca estuvieron comunicadas con la vía ferrocarrilera.
De mantequilla y más
La colonia Manuel González aún existe en Veracruz, y cerca de Puebla, los italianos se agruparon en la colonia Chipilo (que originalmente se llamaba Chipiloc, palabra náhuatl a la que los italianos decidieron quitarle la “c” porque les parecía que así sonaba más europeo).
Esta colonia tiene 125 años de existir y es famosa por los productos lácteos. Para la investigadora Laura Muñoz Pini, esta comunidad perdura por su unión y disciplina, que incluso podría parecerse al esquema de trabajo de las religiones protestantes; por ejemplo, el lema en Chipilo es “El trabajo todo lo vence. Trabajar siempre y festejar poco”. Esta comunidad persiste a pesar de los años ya que los italianos no se casaron con los mexicanos, incluso aún hablan el italiano de la región del Véneto, del siglo XIX. Allá el idioma evolucionó y en esta comunidad se conservó.
Al final, el intento por desvanecer el color moreno de la piel sólo fue un sueño de Porfirio Díaz, y una anécdota para que la investigadora Muñoz Pini reconstruyera el éxodo de sus bisabuelos.
Lina Ramella Osuna
Cónsul de Italia desde 2002
Nació en la calle Morelos, entre la avenida Federalismo y la calle Pavo, en el centro de Guadalajara. Dentro de su casa era una pequeña Italia. Se hablaba el idioma y su mamá aprendió a cocinar los caprichos gastronómicos de su padre. Ella y su hermano crecieron. Su hermano fue cónsul, pero al cumplir 70 años automáticamente dejó de serlo. No importaba, todo quedó entre familia: la comunidad italiana y la embajada de Italia le pidieron a Lina Ramella Osuna aceptar el cargo.
Su papá llegó a Guadalajara en 1922. En la tienda “El Nuevo París” los dueños padecían robos constantes después de la Revolución, que tan asolado dejó al país. Así que pensaron: ¿Será que ellos se quedan con la mercancía? La duda originó la migración. Buscaron en Italia a tres jóvenes para trabajar, entre ellos el papá de Linia Ramella. Él decidió partir de su tierra porque allá recién salían de la Primera Guerra Mundial. Era época de migraciones.
Así comienza a contar su historia la cónsul de Italia en Guadalajara.
¿Por qué a pesar de no ser italianos de nacimiento continuaron con esta cultura?
No había italiano que pasara por Guadalajara y no llegara a mi casa. Mi hogar era punto de encuentro. Ahí las cartas, pero sobre todo el telegrama eran los medios de comunicación con la vieja patria.
En la oficina de Lina Ramella, mientras la entrevisto, suena el teléfono. Llamada tras llamada desde Italia para hablar de la FIL. Antes no era así. En lugar de teléfono, había telegrama. “Sonaba el telegrama y se nos helaba el cuerpo”. Las muertes, nacimientos, enfermedades, hasta fechas de bodas llegaban a través de este medio.
De su infancia, Lina Ramella sólo recuerda una llamada de Italia a México. Un día de ansiosa espera: “que van a llamar, que no van a llamar, que se cayó la línea”. Hasta que por fin se completaba el enlace. Se escuchaba mal porque las líneas de teléfono iban de un lado a otro en tubos enterrados bajo el ancho mar Atlántico. Para ella cada una de estas anécdotas la hicieron sentirse italiana en México.
La cónsul aprendió el idioma porque su papá siempre le habló italiano. Él por la añoranza, pero ella aceptaba el reto, le apasionaba escucharlo. Los idiomas familiares en una sociedad distinta albergan un cariño especial. Por fin a los 18 años viajó con su papá y su mamá durante tres meses a Italia. Los tiempos habían cambiado: su papá llegó a México en barco, tras meses de nada más que agua en el horizote, y regresaba con su familia en en avión, en menos de un día, con la ventanilla llena de nubes.
Por su trabajo como cónsul conoce más historias de italianos en México. A principios del siglo XIX los italianos llegaron por proyectos de colonización y huyendo de la miseria y el hambre de la guerra. Ahora el origen de la migración es el amor. Los italianos se enamoran de la mujer mexicana. Linia Ramella lanza una afirmación convencida de que son más los hombres quienes emigran enamorados: “Puedo contarte con los dedos de la mano cuántas italianas se casaron con mexicanos”
¿Cuántos italianos viven en Guadalajara? Es difícil tener una cifra exacta porque el Consulado Italiano en Guadalajara atiende la parte occidental del país. Así que tiene una lista de mil italianos que viven en los estados de Sinaloa, Sonora, Baja California, Aguas Calientes, San Luis Potosí y Zacatecas.
Los que emigran no se van. “Los italianos aman a México. Los que se vienen a vivir difícilmente se regresan”, sentencia la cónsul Lina Ramella Osuna.
Luigi Capurro
Propietario del restaurante El Recco
Siempre llevó la imagen de su terruño. Viajó. Combinó su espíritu trotamundos con su pasión: la cocina. Murieron sus padres y decidió salir de Italia. Dejar atrás El Recco, la población donde nació, ubicada a 18 kilómetros de Génova, en la región italiana de Liguria.
Sonríe. Platica con confianza. Habla excelentemente el español, aunque suelen mezclarse algunas palabras en italiano. En la cocina él dirige. Sus conocimientos son producto de su pasión italiana y su confianza para conocer lugares distintos. Primero viajó a Inglaterra, pero “suceden cosas en la vida” y se fue a Nepal (en 1967). Pensaba irse a Afganistán, pero cambió de idea. Se quedó en Nepal en el restaurante del entonces hijo del rey. Después el temporal de lluvia disminuyó la visita de turistas, ya que los aviones no podían llegar al aeropuerto. El hotel quedó vacío. Un día llegó un matrimonio e invitaron a Luigi Capurro para conocer México. En 1968 las olimpiadas le ayudaron a decidir que era el momento oportuno. Al tercer día firmó un contrato con el hotel Camino Real en la ciudad de México.
En la capital duró poco. Llega a Guadalajara y trabaja en un restaurante con otro italiano. Después el restaurante cerró; en ese intermedio en su vida este Luigi, quien juraba que nunca se casaría, no cumplió su promesa. Conoció a una mexicana. Así que en Guadalajara decidió abrir su propia cocina, fundar su propio espacio para ofrecer a sus invitados comida italiana de calidad.
El nombre lo dice todo. En 1972 abre el restaurante “El Recco” con la idea de no solo ofrecer pizza y pasta sino comida italiana diferente. Desde la cocina, él impulsa el turismo a su pueblo, pues algunos de sus clientes al ir a Italia también a visitan este lugar (cerca de Génova) que el señor Capurro no olvida.
Aunque sabe que no va a regresar porque en México encuentra el confort del clima, comensales ansiosos de platillos italianos y, lo más importante, su familia.