Jazzear con cortázar

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Quien me ha dicho, no hace mucho, que Julio Cortázar tuvo un espíritu muy cercano a la Generación Beat, tiene razón. Su obra, su escritura y su actitud, lo describen con fidelidad. Los beats fueron contraculturales, antimaterialistas, anticapitalistas y fueron en contra de todo autoritarismo; se aproximaron sobre todo a las religiones orientales, y se declararon de izquierdas; y siempre estuvieron a favor de las luchas antiraciales.

En el arte “adoptaron una actitud abierta hacia la cultura afro-norteamericana, algo que resultó muy notable en el jazz y el rock and roll, aunque la Generación Beat manifestó una abierta preferencia por el jazz moderno y un cierto desprecio por el rock and roll”.

Beat es un modo de ser, afirmó Allen Ginsberg. Faltaría señalar que al igual que los beats, Cortázar amaba el viaje. Toda su obra podría decirse que es la consecuencia de una inmensa circunnavegación, de tal suerte que resulta casi imposible definir cuál de sus libros es o fue el mejor, porque la obra de Julio Cortázar es orgánica, es decir, su corpus es la totalidad.

Se ha declarado con frecuencia a Rayuela (1963) como su mejor libro, sin embargo la afirmación no es del todo precisa, pues su obra más extensa y la que le abrió espacio en el llamado boom latinoamericano es posiblemente el concentrado de esa aventura, de esa escritura que es Cortázar. Rayuela, de acuerdo a las palabras de Luis Harss, es una novela “donde el tiempo se despliega como un biombo”, y bien puede llevarnos hacia un paseo por todos los libros, pasiones, visiones y juegos del cronopio.

Tengo la ligera impresión de que mi generación (la misma de la aparición de Rayuela), y sobre todo las generaciones posteriores, hemos leído un poco a ciegas y sordamente la obra del argentino: nos ha dado por mistificar a Cortázar e imitarlo impunemente, pero se nos olvida que su obra es producto de una postura intelectual, de una circunstancia que proviene, sobre todo, del juego y de escuchar a todos los ejecutantes del jazz, pues como él mismo lo ha dicho en una entrevista: “Mi literatura proviene no del plano selectivo y clasista, como se dice en el plano político”, viene de la música en general, “y el jazz en particular es para mí una presencia continua, incluso en lo que yo escribo, mi trabajo de escritor se da en una manera de ritmo, una especie de latido de swing ”como dicen los hombre de jazz”, una especie de ritmo, que si no está en lo que yo hago, es la prueba de que no sirve y hay que tirarlo y volver hasta finalmente conseguir”.

No encuentro en los lectores-escritores (cercanos a mi generación y que se dicen influenciados por la obra del argentino), ese rigor que llevó a Cortázar a su escritura, ni tampoco esa afición hacia la música del jazz, ni mucho menos a las distintas manifestaciones artísticas que lo signaron, y que son aquellas que poblaron casi todo el siglo XX, particularmente la del art pop y el jazz.

 

No hay duda que las presumibles influencias de escritura cortazariana nos exige el estudio concienzudo de las manifestaciones que nutrieron al argentino para alimentarnos y, ya luego, permitirnos una mejor influencia en nuestra escritura. En todo caso, un buen lector de la obra de Cortázar estaría obligado a saber mínimamente algunas nociones de la historia del jazz y haber escuchado al menos a Charlie Parker, quien es el motivo transfigurado del personaje de “El perseguidor”, y uno de los textos más citados por los escritores jóvenes, porque ni duda cabe que si uno ama la escritura y las historias de un autor, lo menos que debe hacer es buscar sus influencias y perseguir, de algún modo, sus aficiones.

Julio Verne, “Mantequilla” Nápoles, Dylan Thomas, Edgar Allan Poe, Rita Renoir, Guido Llinás, Isadora Duncan, Theodor W. Adorno, Marcel Duchamp, John Keats, Octavio Paz, personajes (y obras) que le fueron cercanos y que admiten una búsqueda obligada a todo lector de Julio Cortázar; pero en definitiva, alguien que lo lee con fervor, no puede estar ajeno a una de sus más grandes pasiones: la música del jazz.

De la combinación de ese ritmo y de su afición por los viajes, nacieron grandes libros y largas conversaciones, como aquella que narró Gabriel García Márquez, poco después de la muerte del cronopio (ocurrida en París el domingo 13 de febrero de 1984), de la cual reproduzco algunos fragmentos.

“Fui a Praga por última vez hace unos 15 años con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París, porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión, y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida entre las dos Alemanias. A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer… Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible» (Proceso, 20 de febrero de 1984).

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